La formación de la conciencia burguesa.
Billiken 1919-1930
Prof. Clara Brafman
Departamento de Historia, Colegio Nacional de Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires
Resumen
Este trabajo investiga el papel que la revista Billiken jugó entre los años 1919 y 1930 en la difusión de los valores de la laboriosidad y de la previsión tradicionalmente asociados a la conciencia burguesa.
Introducción
La exaltación del trabajo y del ahorro es innegablemente una de las temáticas que aparecen con más frecuencia tanto en los libros de lectura implementados en las escuelas primarias de la ciudad de Buenos Aires desde la segunda mitad del siglo XIX como en las revistas para niños publicadas en nuestro país desde la década de 1880.
Es importante aclarar que no se trata de una particularidad nacional: tanto los textos de lectura de otras nacionalidades (italianos, franceses, ingleses) como la literatura infantil que les fue contemporánea divulgaron idénticos sujetos, por lo menos desde comienzos del siglo XIX.
La aparición de estos contenidos en nuestro medio puede vincularse a la evidente influencia de la producción extranjera y particularmente francesa. Creemos, sin embargo, que la reiteración de los mismos es también el reflejo de una preocupación, cuando no de un proyecto, de la clase gobernante local.
El texto que sigue a continuación intenta analizar los valores con los que se asociaron trabajo y ahorro en las páginas de la revista Billiken durante la primera década de su existencia.
El tema del trabajo en la sociedad argentina de finales del siglo XIX
El momento en que el sistema educativo surge y se consolida en nuestro país coincide con aquel en el cual la clase dominante argentina se enfrenta al problema de la incorporación de la mano de obra a un sistema de trabajo asalariado, consecuencia del advenimiento de las relaciones de producción capitalista en la Argentina.
Si examinamos los principales componentes necesarios para la formación de un mercado de trabajo veremos que estos son:
-Una mano de obra separada de la propiedad y posesión de los medios de producción (lo que de hecho se daba en nuestro país)
-La imposibilidad de subsistencia más allá de la incorporación al mercado laboral.
Durante buena parte del siglo XIX fue factible para una fracción de la población argentina permanecer al margen del mercado laboral. En el campo un individuo podía vivir alimentándose de la carne de las vacas que pastaban casi libremente (y que tenía por otra parte un valor económico ínfimo), vendiendo plumas y cueros y trabajando ocasionalmente en alguna estancia o saladero. Recién a partir del alambrado de tierras la población rural se ve constreñida a trabajar.
Sin embargo, la presencia de las dos condiciones expuestas más arriba, no es suficiente, como indicara Marx, para constituir a los posibles trabajadores en fuerza de trabajo explotable.
El disciplinamiento laboral para concretarse necesita también de la internalización de una serie de conductas y valores que es necesario incorporar a la vida del futuro obrero para convertirlo en un generador de plusvalía. Entran a jugar aquí tanto un conjunto de dispositivos coercitivos extraeconómicos como de estrategias culturales tendientes a lograr dicho disciplinamiento.
La incorporación de la inmigración producto de la desconfianza de la élite hacia las capacidades laborales de la mano de obra criolla, fue pensada como una jugada maestra que permitiera saltar este último paso, ya que se esperaba el arribo de individuos provenientes del arco anglosajón, vale decir "disciplinados" desde el punto de vista laboral. La realidad resultó, empero, por completo frustrante ya que los recién llegados, italianos o españoles, eran oriundos de regiones donde el capitalismo no había aún arraigado firmemente.
Las actitudes hacia el trabajo de parte de los trabajadores no fueron estables. En su estudio sobre la cultura del trabajo en Buenos Aires y Rosario, Ricardo Falcón apunta un predominio de parte de los trabajadores de una actitud que él denomina "rechazo al trabajo" y que tipifica con conductas tan diversas como el ausentismo, el robo, el alcoholismo, el sabotaje a las normas de trabajo y la violación de las normas laborales, la deserción o la actividad sindical en el período comprendido entre la década de 1890-1900 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial.
Este rechazo no fue casual. Para esta época surgen en Buenos Aires y en Rosario verdaderas fábricas y los patrones intentan imponer un nuevo tipo de disciplina laboral visible en los reglamentos y las sanciones que preveen su incumplimiento. Las relaciones entre propietarios y trabajadores se hacen mucho más conflictivas superándose la relativa armonía de los talleres de tipo artesanal de la segunda mitad del siglo XIX.
Todo este panorama llevó a que la clase gobernante de la Argentina finisecular necesitara de algún modo inculcar nuevas conductas en los sectores populares.
José Pedro Barrán señala, refiriéndose al Uruguay de la segunda mitad del siglo XIX, que las clases dirigentes intencionalmente promovieron un cambio en la sensibilidad para imponer su concepción de "tranquilidad" política y de "progreso" económico. Esta partía de la base de que existían lazos invisibles, aunque no por ello menos sólidos, entre la sensibilidad "bárbara" (así llama Barrán a la sensibilidad precapitalista) signada por el desenfado del cuerpo en las fiestas populares, la sexualidad tolerante, el cultivo del juego y la indisciplina laboral y el desacato a la autoridad.
Nuestro país no cuenta con investigaciones similares a la de Barrán y, por otra parte, excede a los alcances de nuestro trabajo el discutir este tema. Parece sí evidente que en la Argentina el cambio necesario se implementó (o se implementó también) a través de la puesta en práctica de estrategias de disciplinamiento de la mano de obra que fueron desarrolladas por la Filantropía (los consejos difundidos por las asociaciones filantrópicas tanto laicas como religiosas apuntaban a que sus beneficiados fueran sobrios y cumplidores así como también trabajadores y ahorrativos), el Higienismo, la Iglesia y, como intentaremos demostrar, la Escuela.
Sin embargo es importante aclarar lo imprescindible de ser muy cuidadosos en el análisis, ya que si hay un tema difícil de encuadrar ideológicamente en la Argentina de la época éste es el del trabajo y el ahorro.
Si es cierto que la exaltación del trabajo y el ahorro van de la mano de la difusión de un discurso conservador de parte de la élite, los valores de la previsión y de la laboriosidad fueron también levantados por el Partido Socialista.
Por otra parte, no puede comprenderse la gesta inmigratoria sino bajo el deseo de un mejoramiento económico y, haciendo una historia de las mentalidades en el seno del movimiento obrero, posiblemente puedan verse casos donde ideas radicalizadas en el sentido de lograr un cambio revolucionario que acabara con el sistema, pudieran coexistir con el deseo de emerger prontamente de una situación económica muy precaria, salida que se visualizaba en lo inmediato como resultado justamente del trabajo y el ahorro.
La eficacia de la represión en las luchas obreras en las primeras décadas de nuestro siglo, la fuerza del Estado y la movilidad económica creciente contribuyeron a lograr que con el tiempo se perfilara esta vía de ascenso individual como la más factible.
Por eso es importante entender que en la sociedad que estamos estudiando la exaltación del trabajo y el ahorro no necesariamente está unida a una ideología burguesa. Esto explica la confluencia de iniciativas en torno a esos temas instrumentadas por distintos sectores del espectro político con fines diversos.
Lo antedicho puede ser notado en el debate de la ley sobre la fundación de la Caja Nacional de Ahorro Postal de 1915, propuesta cuyo objetivo, como se verá más adelante, era vincular a los pobres con la práctica del ahorro.
Esta ley, propuesta por el diputado católico Bas y reivindicada como propia por la Iglesia que veía en la posibilidad del futuro bienestar a que este ahorro podía dar lugar una manera de desviar la atención de las masas de un posible desborde social, encontró su primer apoyo en la bancada socialista, la cual, por diferentes razones, también estaba interesada en el mejoramiento de las condiciones de vida obrera.
El trabajo, el ahorro, y muchos de las actitudes que se les asociaban como la sobriedad encontraron un sostén también en los sectores obreros radicalizados.
Este consenso contribuye a explicar el éxito de estos valores en la sociedad Argentina. Aunque es obvio, vale la pena aclarar que seguramente muchas de las implicaciones que la burguesía vio en ellos, como la posibilidad del enriquecimiento o la imagen del pobre modelo, no fueron compartidos por el activismo obrero.
Escuela y disciplinamiento de la mano de obra
En su ya clásico trabajo Educación y sociedad en Argentina (1880-1945) Juan Carlos Tedesco afirma que "los grupos dirigentes asignaron a la educación una función política y no una función económica; en tanto los cambios económicos ocurridos en ese período no implicaron la necesidad de recurrir a la formación local de recursos humanos, la estructura del sistema educativo cambió sólo en aquellos aspectos susceptibles de interesar políticamente y en función de ese mismo interés político".
En este sentido Tedesco considera que la educación estuvo orientada hacia dos fines:
a) el logro de la estabilidad política
b) la formación de un tipo de hombre adecuado para cumplir papeles políticos excluyendo otros objetivos, tales como el de formar un hombre apto para las actividades productivas.
Cuando, a partir de 1890 hizo crisis el sistema, "algunos sectores de la oligarquía advirtieron que si la única alternativa educacional que se ofrecía a los sectores medios en ascenso era la tradicional, estos comenzarían a reclamar su participación en el poder, de allí que las diferentes propuestas en el sentido de dar una orientación más vinculada a lo productivo en la educación (principalmente la reforma Magnasco) tuvieron como sentido el desviar a la clase media de estas apetencias, preservando el rol directivo a la élite.
Estas reformas encontraron por otra parte una cerrada oposición en la clase media que veía en el sistema tradicional de estudios una posibilidad más tangible de ascenso social y, finalmente, no se llevaron a cabo.
En este apartado quisiéramos apuntar a matizar estas afirmaciones de Tedesco, especialmente a lo que hace a la escuela primaria.
La polémica en torno al rol del trabajo manual
A partir de 1890 se planteó con fuerza en el seno del aparato educativo la posibilidad de encarar la enseñanza del trabajo manual idea que por otra parte estaba difundida en gran parte de Europa (Suecia, Bélgica, Italia, Francia, Alemania, entre otros). Pedagogos relevantes como José María Aubin o Pablo Pizzurno quien se había interiorizado de esta materia en Suecia, uno de sus centros de difusión, se encargaron de propagandizarlo.
Desde el primer momento surgieron dos posibilidades: darle al trabajo manual una orientación industrialista o formativa.
En un reportaje concedido en 1895 al diario La Nación José María Gutiérrez presidente del Consejo Nacional de Educación se expresaba frente al tema de la siguiente manera: "El trabajo manual aplicado a la enseñanza industrial, no es posible realizarlo hasta por la falta misma de elementos. La educación primaria es una educación común de principios generales".
Aubin, Pizzurno, Lamadrid y otros normalistas coincidían con estas ideas señalando que "el trabajo manual no tiene por objeto preparar a los niños para el ejercicio de una profesión determinada, sino el de la educación de la mano y el ojo considerando que, de la destreza y agilidad de aquellos y de la observación surgen grandes ventajas para la educación general del individuo.
La escuela primaria, como se ve, tuvo la posibilidad de encarar el desarrollo de una orientación industrialista a lo que se negó.
Sin embargo, el trabajo manual tenía una característica que señalaba Aubin: "Despierta en el niño el amor al trabajo así como hábitos de orden, exactitud y corrección y acostumbra al niño a la reflexión y a la perseverancia", palabras compartidas por Pablo Pizzurno.
Sobre el mismo reflexiona el educacionista José Piccioli considerando que el trabajo manual fomenta en el niño actitudes que le harán ejercer con mayor facilidad un oficio el día de mañana.
Todos estos educadores están de acuerdo en que las virtudes que el trabajo manual engendra son positivas para ricos y pobres, sin embargo Piccioli observa que el trabajo manual tiene una saludable influencia moral a través de la creación de hábitos laboriosos. "La cuestión social obliga a todas las personas de corazón y patriotas a apartarla en tiempo a fin de evitar más tarde sus violentas sacudidas. Es un deber cristiano a la par que una cuerda previsión rodearla en su cuna de todas aquellas instituciones que, basadas en saludables y benéficas reformas, tiendan a contenerla y a desenvolverla pacíficamente en los límites de lo justo y de lo honesto en el sendero del orden y de la libertad".
La escuela se opuso así a una deliberada orientación industrialista, probablemente como dice Tedesco porque nuestro país no requería una mano de obra especializada. Posiblemente también porque los propios normalistas rechazaron por las mismas razones que la clase media de la que provenían esta orientación y es verdad, como dice este autor, que el trabajo manual finalizó por ser una materia más. Aún en las escasas experiencias en las cuales la escuela se propuso la enseñanza de oficios, tal la encarada en Corrientes por J. Alfredo Ferreira a finales del siglo XIX, se impartieron conocimientos vinculados a labores artesanales y no industriales como han demostrado en sus trabajos Juan Carlos Tedesco y Daniel De Lucía.
Cabe reflexionar también sobre el peso que en este rechazo hayan tenido las nuevas formas de disciplinamiento que ponían su acento en la moralización ya que la escuela en los principales países europeos abandona la pretensión de educar para el trabajo mediante la práctica concreta de un oficio y es pertinente, creemos, relacionar el fracaso del sesgo industrialista con el triunfo que en el medio escolar encontró por estos años el concepto burgués de infancia que señalaba que los ámbitos ideales en la vida de un niño eran la escuela y el hogar, considerando al trabajo como el enemigo de la infancia, puesto que ponía a los pequeños en rudo contacto con el mundo adulto.
Volvamos, sin embargo, a las palabras de Piccioli citadas precedentemente. Ellas apuntan en una dirección y nos señalan una pista: si bien el crecimiento educativo no se realizó en función de una exigencia económica en el sentido de la enseñanza de un oficio sí lo hizo desde otro ángulo: el moral. Toda la educación estuvo volcada hacia la formación de un niño trabajador, ahorrativo, sobrio, ordenado, puntual, constante y cumplidor. No sólo porque la Argentina necesitara disciplinar su mano de obra (siguiendo el modelo del análisis de Tedesco) sino porque los desarrollos de la educación en el mundo occidental hacia los que nuestro país era sumamente receptivo, apuntaban en esa dirección.
En la práctica, al expandir estas virtudes entre sus alumnos (ricos y pobres) la escuela contribuyó desde el ángulo de lo cultural a la difusión de una serie de conductas y valores propios de la ideología burguesa, pero es inevitable pensar que cuando estos mensajes eran recibidos por los niños más humildes, los que podían llegar a identificarse con el modelo de pobre perfecto, la incorporación de los mismos no tuviera otro resultado que el tornarlos una mano de obra disciplinada.
En la línea de Sarmiento que creía que a través de la educación las masas estarían más dispuestas al respeto de vidas y propiedades, el papel de la escuela en este disciplinamiento pasó por el lugar de lo ideológico.
El trabajo en la literatura infantil
El tema del trabajo tiene una larga perduración en los libros infantiles.
Es sabido que la literatura infantil se nutrió en sus comienzos y antes de constituirse en una rama autónoma, de adaptaciones de obras escritas originariamente para adultos.
Una de los primeros textos de este tipo destinados a la niñez fue Robinson Crusoe de Daniel De Foe escrito en 1719. Su éxito fue tan notable que inauguró el género que los franceses titularon "robinsonnades" entre las que podemos contar El Robinson suizo, Los robinsones italianos, etc.
Estas obras, en el estilo de la primera, narran con diversas variantes la saga del hombre solo frente a la naturaleza que logra sobrevivir gracias a su tesón y esfuerzo, elementos que, como veremos, guardan íntima relación con la imagen del trabajo en los libros de lectura.
La laboriosidad cuenta también con una historia bastante extensa en el universo de los libros de lectura: Yveline Fumat, por ejemplo, haciendo alusión a uno de los clásicos de la edición escolar Simon de Nantua de Laurent de Jussieu, escrito en 1818, menciona el vivo elogio de la obra al hombre trabajador.
De resultas a una serie de procesos entre los que se puede incluir el triunfo de una moderna concepción sobre la niñez, hacia finales de siglo asistimos a una "infantilización" del libro de texto en pro de su adecuación a los pequeños. Esta infantilización no sólo se relaciona con un mayor reflejo del mundo de la infancia en sus páginas sino con la sustitución de contenidos que ya no son considerados aptos para ser presentados a los niños, al menos en forma directa, muchas veces por ser pensados como propios del mundo adulto. Algunos de estos temas desaparecen por completo del mundo de los textos como la muerte, otros en cambio se tornan más sutiles y se transforman en tópicos morales, este es el caso de los contenidos políticos directos que encontrábamos en los libros de lectura de las primeras décadas del siglo XIX.
Tal es la suerte de los procesos productivos que antes se reflejaban en los libros de lectura, posiblemente porque ya a finales del siglo XIX comienza a admitirse que el trabajo y la producción son esferas eminentemente adultas.
Las nuevas concepciones del positivismo relativas al ordenamiento de las disciplinas hicieron recaer en el libro de lectura justamente el rol de la moralización. No es extraño por ello que el trabajo encuentre en estas páginas un lugar preponderante.
La llegada de libros de lectura europeos y norteamericanos a partir de la mitad del siglo XIX que sustentaban una concepción relativa al trabajo, al ahorro y a las prácticas virtuosas análoga a las que veinte años más tarde levantarían la Filantropía y el Higienismo convierte a la escuela primaria en una pionera en este aspecto.
Trabajo y ahorro en las páginas de Billiken
Las revistas infantiles argentinas que circularon entre finales del siglo XIX y comienzos del actual también se hicieron eco de los valores de la laboriosidad.
Una comparación entre Billiken y los libros de texto utilizados en la misma época permite constatar un paralelismo con respecto a estas temáticas. Por otra parte, en la pintura que realiza la revista de la institución escolar, en la cual el papel moralizador de la misma ocupa el lugar más destacado, se suele mostrar a la maestra como portavoz de los valores del trabajo y del ahorro, así como a los alumnos conscientes de que este tipo de virtudes participan de lo esencial de la formación escolar.
Trataremos de analizar a continuación los sentidos con que este tópico es presentado en la revista Billiken.
Ley natural, ley humana y ley moral
Ley natural
No solamente trabajan los seres humanos sino que toda la naturaleza también lo hace. Como dice Billiken: "Toda la Creación trabaja".
"Mira todo lo que te rodea trabaja: no hay en el mundo un ser que permanezca ocioso.
Trabaja el caballo y toma parte de las fatigas del hombre. El buey arrastra el arado y abre en la tierra los surcos donde el hombre siembra el trigo y otros cereales. La abeja trabaja para elaborar la cera y la miel que le sirve de alimento. Trabaja el pajarillo para recoger granos, cazar insectos y construir su nido. La hormiga también trabaja, mírala (...) con qué fatiga recoge hierbecitas y otras sustancias de que se alimenta.
Todos los seres trabajan porque el trabajo es necesario para ser útil y realizar la vida".
El sentido de esta proyección de una actividad que caracteriza al ser humano al contexto de lo natural es, justamente, tornar el trabajo en un mandato absoluto. De esta manera implícitamente se condena a la holgazanería, que estaría contra el mismo orden natural. Trabajar es una constante casi biológica de la que el hombre no puede ni debe escapar.
Esta característica no es exclusiva de Billiken: la escuela argentina reflejó insistentemente esta orientación viendo en la naturaleza un espejo del orden moral deseado. Un ejemplo de esto sería la reiterada exaltación en los contenidos escolares de la figura del hornero, ave que aunaría en sí la triple significación de ser un "pájaro criollo", ser capaz de erigir un hogar confortable para su cría y ser "trabajadora". Una versión eficaz de lo que se esperaba de un futuro obrero.
Ley humana
"Verdad que aún sois muy pequeños, pero ya comprendéis que hay para todos una ley bella y grande que les da la verdadera felicidad y los asocia al progreso.
Esa ley, hijos míos, se llama trabajo.
Desgraciado del hombre que no ama y respeta esta fuerza que todo lo crea.
El que no trabaja sufre constantemente y desconoce esa dicha que nace de saber que en cada minuto de nuestra vida producimos algo que beneficia a nuestros hermanos."
Ley moral
El trabajo es presentado además con la fuerza de un imperativo moral.
Si bien en las páginas de Billiken la laboriosidad es la virtud por excelencia de los pobres (mediante el ejercicio de la cual suele emanciparse de su situación y, en ocasiones, volverse ricos), se condena al mismo tiempo al rico que lleva una vida ociosa (en la práctica al rico cuya riqueza no engendra riqueza).
Existen dos motivos que hacen del trabajo una ley para ricos y pobres: el primero, de índole económica, indica que la pereza es el camino más fácil para perder una fortuna:
"¿Has nacido pobre? No importa. No te descorazones que puedes llegar a ser rico.
¿Has nacido rico? No te envanezcas que puedes llegar a verte en la pobreza.
Todo depende de la conducta que sigas desde joven (...).
Si llegas a tener fortuna ahuyenta a (...) la Prodigalidad y la Crápula pues ésas te robarían y de dejarían sin plata; cásate con la Industria y toma como ama de llaves a la Caridad en lugar de la Avaricia porque ésta encerraría en cofres tu dinero y te dejaría morir de hambre."
Sin embargo el trabajo es una práctica virtuosa en si misma, al margen del beneficio económico que puede dejar:
"¿Necesitamos aconsejar el trabajo como actividad creadora de aptitudes mediante el estudio, como actividad creadora de valores económicos mediante el esfuerzo físico y mental?
Trabajo y solaz sin ocio, trabajo y alegría, trabajo y amor, trabajo y paz, trabajo y caridad, trabajo y belleza espiritual."
Trabajo y salud
La higiene en pocas palabras
Atmósfera despejada;
vestido limpio y decente,
sin que en mejillas ni frente
brillen afeites por nada;
la comida moderada;
el beber con discreción,
y cumplir la obligación
aunque se juegue algún rato;
docilidad, gran recato
y continua ocupación.
Monlau
Michel Foucault ha señalado la coincidencia estructural de la medicina y la economía tal cual se constituyen en el siglo XIX, a partir de una común referencia al valor central del trabajo como fundamento de riqueza y equivalente de salud. En este marco conceptual puede ser comprendida la preocupación de la clase dirigente argentina respecto a la vagancia: la formación de un mercado de mano de obra capitalista no podía coexistir con la tolerancia a la improductividad.
Establecida la norma a través de la moral burguesa que colocaba el acento en el trabajo, en el ahorro, la familia y el orden en general, lo anormal se definió por contraposición a esto. Al mismo tiempo, al estar la sociedad penetrada por el discurso criminológico positivista, lo anormal fue definido médicamente como lo enfermo.
La noción misma de locura fue confundiéndose cada vez más con la de improductividad y rebeldía. Recíprocamente el trabajo fue asociándose a la imagen de cordura, de allí el poder terapéutico atribuido al mismo.
El inocente mundo de la infancia no permaneció, como veremos, ajeno a este esfuerzo higiénico-moralizante: la escuela fue un lugar privilegiado de proyección de la utopía de la sociedad.
En el universo infantil, si en relación al pequeño escolar el trabajo es visualizado sobre todo en su faceta moralizadora, el aparato caritativo y la criminología positivista vieron en él una posibilidad de integración para los niños vagabundos y delincuentes.
Señala Hugo Vezzetti que en nuestro país para higienistas y alienistas tributarios del positivismo, la noción de salud tiende casi a coincidir con un programa moral de existencia colectiva. Estas ideas encuentran un correlato en los libros escolares en los cuales el trabajo trae consigo salud y alegría.
Este pensamiento se refleja en Billiken donde en los frecuentes decálogos de higiene y salud se entremezclan conceptos relativos a lo corporal como por ejemplo "el aire puro y el sol son indispensables para la salud" con otros tales como "ocupa tu tiempo".
Si hiciéramos un examen de aquellas prácticas que son consideradas saludables (aparte de las vinculadas directamente con el organismo) veremos que resulta higiénico:
-estar ocupado
-levantarse y acostarse temprano: "levántate temprano, acuéstate temprano y ocupa el tiempo"
-ser frugal y sobrio: "la sobriedad y la frugalidad son los mejores auxiliares de una larga vida"; "más se muere de gula que de hartura"
-divertirse con moderación: "el espíritu descansa y se depura con la diversión y las distracciones, pero el abuso excita las pasiones y conduce al vicio"
-el descanso necesario (aunque se previene a menudo a los niños sobre los frutos nefastos de entregarse a la holganza): "un reposo suficiente repara y fortifica; un reposo muy prolongado enmohece y debilita"
-las ideas nobles y lo que llamaríamos "un espíritu positivo".
Comentando uno de sus frecuentes decálogos titulado " Un día perfecto" la revista apunta: "El día perfecto consiste, como se ve, en reglas prácticas para la higiene y la salud de cuerpo humano e indirectamente para el desenvolvimiento del carácter".
Salud y virtud se confunden. Si observamos cuidadosamente, veremos que no toda virtud es exaltada: esencialmente los libros se refieren a las virtudes burguesas o, si seguimos a Gertrude Himmelfarb, a las virtudes del puritanismo.
Las prácticas de la virtud
Todo lo dicho no nos explica todavía la importancia del trabajo en la educación del niño si no comprendemos que el ser trabajador implicaba para Billiken el cultivo de una serie de conductas. Los decálogos de higiene y moral con que la revista obsequia a menudo a sus lectores, muchos de los cuales pertenecen a la pluma de Constancio C. Vigil aún incluso después de abandonar éste la dirección de Billiken, tienden en numerosas ocasiones a instar al niño a organizar su tiempo de una manera determinada o a hacerlo reflexionar en torno a ciertos problemas.
Los tópicos más frecuentes suelen ser los siguientes:
a) La asiduidad y la puntualidad
La concurrencia a clase es una de las normas básicas de conducta del pequeño lector. Además de la asiduidad, se intenta fomentar la puntualidad y el hábito de madrugar.
La obsesión por exhortar a los niños a despertarse temprano no es un invento de Billiken, ya que al decir de E.P. Thompson, recorre vastamente la literatura moralizante. Dormir de más es en sí un desperdicio: el del tiempo, como sostenía Franklin.
Billiken alerta sobre un momento crítico, el momento de levantarse, por boca de uno de sus personajes, la Señorita Pin: "Siempre que la pereza, esa mala conocida, llame a tu puerta, no la dejéis entrar porque os viene a hacer mucho daño.
Yo conocí un niño que al principio le gustaba mucho ir a la escuela; pero un día no supo cerrar la puerta a la pereza y se quedó en la cama prefiriendo dormir a levantarse contento y pasar una linda mañana en compañía de otros niños aprendiendo cosas útiles.
Al despertaros decid ‘Arriba!’ vístete y ve alegre a la escuela!. Con eso habréis corrido a la pereza cerrándole la puerta en las narices."
La puntualidad como práctica moral tuvo una larga tradición escolar.
La influencia del cientificismo y del higienismo fueron cambiando seguramente los ropajes con los que las viejas normas se presentaban, como deja traducir el siguiente párrafo: "Para combatir eficazmente aquella pereza de abandonar el lecho en los días de frío, lo mejor es saltar del lecho bruscamente de modo que en la transición del calor al frío se efectúe con rapidez la reacción de calor del cuerpo."
b) Una vida ordenada y organizada
La distribución del tiempo escolar en etapas de trabajo y descanso formó parte de una nueva concepción horaria impuesta por la era industrial.
E.P. Thompson ha señalado el cambio en la percepción del tiempo y en la organización del trabajo recalcando la diferencia entre la notación del tiempo que ha sido descripta como "orientación al quehacer" propia de comunidades primitivas, agrícolas, cazadoras y recolectoras y visible en la manufactura y taller doméstico donde "la jornada laboral se alarga o contrae de acuerdo con las necesarias labores" y "la norma de trabajo era una en que se alternaban los golpes de trabajo intenso con la ociosidad dondequiera que los hombres controlaran sus propias vidas respecto al trabajo" y aquella propia de la época del advenimiento de las industrias mecánicas a gran escala donde la jornada laboral fija debe alternarse con las horas de descanso.
Thompson realza especialmente junto al rol de la fábrica el papel de "otra institución no industrial que podía emplearse para inculcar la economía del tiempo: la escuela, una vez dentro de la cual, el niño entraba en el nuevo universo del tiempo disciplinado."
Si como señalara Mariano Fernández Enguita, el objetivo fundamental de la escuela fue el de sustituir las conductas, las actitudes y los valores aptos para la sociedad agraria por otros adecuados para la sociedad industrial, la noción de tiempo a cambiar se hallaba en el bagage cultural de sus educandos.
Dentro del universo escolar el pasaje a un tiempo que alternara trabajo y descanso no fue directo.
Durante la primera mitad del siglo XIX la experiencia lancasteriana (y posiblemente también sus raíces lasalleanas) nos hablan de un estadio intermedio al que podríamos llamar utilización intensiva del tiempo.
Según José Pedro Barrán los libros de lectura del Uruguay de las primeras décadas del siglo XIX estaban animados por la obsesión de que el niño no dedicara todo su tiempo al juego.
Es evidente, sin embargo, que hacia las últimas décadas del siglo XIX algo ha cambiado, ya que el ocio (o el juego) comienzan a ser considerados también parte insustituible de la organización del tiempo de un escolar.
La divulgación de una distribución horaria donde se combinaran la labor y la pausa se halló presente en la obra de uno de los Padres Fundadores de la moral capitalista como Benjamín Franklin. En el ámbito femenino, los manuales de Economía Doméstica instaron comúnmente a la mujer a elaborar un horario destinado a ordenar el trabajo de su hogar.
Son frecuentes en Billiken las propuestas de un horario encaminado a regir el día del escolar, donde se combina el tiempo para el trabajo y el tiempo para el descanso. Esta idea tendía a llevar al ámbito de la vida privada la ecuación trabajo-ocio que ya trasuntaban los horarios escolares destinados a los maestros que organizaban la jornada de clase.
"Hay una manera muy fácil de convertirse en un escolar modelo. Les voy a decir el secreto. No es que sea un niño malo y otro bueno; no es tampoco que uno aprenda y otro no. ¿Saben cuál es la divisa para ser un alumno ejemplar? Es esta:
Cada cosa a su tiempo.
Nada más.
Cuando se entra en la escuela, el que entra es un buen alumno que entra a aprender.
Cuando llega el tiempo de jugar y divertirse, a jugar y a divertirse.
La causa principal de que se diga que un niño es travieso, o de que una niña es negligente, consiste, casi siempre, en la falta de orden.
El que deje el juego para las horas de jugar; el que estudie cuando hay que estudiar, y así en todo, merece que se le señale como un modelo.
Ya lo saben. Escríbanlo en un papel y ténganlo siempre a la vista. ‘Cada cosa a su tiempo’."
Reproducimos a continuación un cuadro aparecido en un nuevo artículo de Vigil en el número siguiente:
COMO DISTRIBUYO LAS 24 HORAS DE CADA DIA
7 a 12 Escuela.
12 a 1 Almuerzo.
1 a 4 Distracciones.
4 a 6 Ayudo a mi mamá; tomo el té y preparo los deberes.
6 a 8 Distracciones.
8 a 9 Comida.
9 a 10 Estoy con mis padres.
10 a 7 Duermo.
Modelo de cuadro de distribución de las horas. Escríbase con prolijidad en un papel blanco, péguese en un cartón y téngase a la vista. Cada lector distribuirá las horas de acuerdo con sus padres.
Hay una constante que recorre todos estos preceptos: el sentimiento del deber.
La infancia es un momento dulce y cándido pero todo niño no debe dejar por ello de recordar que "el deber es la fuerza que hace invencibles a los hombres; pues aquel que cumple con su deber no siente el peso de ninguna amonestación.
El niño que en su hogar, en la escuela, en la calle, es fiel cumplidor de sus obligaciones además es querido y respetado, y su persona es siempre un exponente agradable de su almita. Sus amigos tienen para él un cariño lleno de admiración y todos se regocijan al pensar que llegará a ser un hombre de provecho. No olvide el lector que los deberes empiezan en la infancia y que su cumplimiento pone al niño en condiciones de hacer germinar la semilla del bien y del saber.
"Es verdad (reflexiona un personaje de los cuentos de Billiken) yo estoy contento cuando cumplo con mi deber. Me parece que todo es más alegre porque yo disfruto la satisfacción de haber hecho lo que me indicaron".
Queda implícito que "cumplir con el deber" es cumplir con las normas de vida que proponen la escuela y hogar y que la revista atribuye a su lector modelo.
El cumplimiento de deber trae aparejada la felicidad, y fundamentalmente el reconocimiento y el cariño del entorno social.
Esta afirmación entraña en sí misma casi una amenaza: el niño que NO cumpla con su deber no se hará acreedor del respeto y cariño de sus allegados.
La obediencia es un motivo de felicidad en el universo de Billiken. Al mismo tiempo se es feliz si se concuerda con el entorno circundante; ser feliz en definitiva es no disonar e integrarse.
Resulta claro a través de los cuentos de Billiken que el sendero de la virtud es arduo y depende del esfuerzo continuo de cada uno.
Son diferentes las formas de controlar el logro de la mejora moral propuestas por la revista, pero sin duda una de las más curiosas es la confección de una libretita "que un día verá la mamá y la maestra" donde los pequeños, en un ejemplo que rememora la contabilidad moral implementada por Benjamín Franklin, debían anotar sus progresos o faltas.
El ahorro
Durante los últimos dos tercios del siglo XIX se reformula la política a seguir en torno a los pobres y la miseria en general y surge un concepto que se pretende superador de la caridad: el de la filantropía.
Tanto en el campo protestante como en el católico, diferentes en múltiples maneras, surge la idea de que nadie que esté en condiciones de producir debe ser ayudado si no se ayuda a sí mismo. Nace de esta manera la noción de previsión.
Podríamos así decir de la filantropía lo que José Sierra Álvarez atribuye al paternalismo: que se desplaza entre dos principios, uno, el de la asistencia, proviene del antiguo orden, otro el de la previsión, procede directamente del pensamiento liberal.
Tal vez estos dos principios pauten la ambigua noción sobre la pobreza que sustenta la filantropía la que también se desplaza entre dos polos, ya que por un lado da idea de la fatalidad de la existencia de diferencias sociales y por el otro se sostiene que el pauperismo es hijo de una carencia moral. Esta última idea remite a una segunda ambigüedad: el pensar al modo de producción capitalista tanto en términos de relaciones sociales como individuales sobre todo, como veremos, en lo que hace a la posibilidad de la movilidad social.
En este marco debe entenderse el tema del ahorro no sólo, como es obvio, como vía de mejoramiento económico sino también como puesta en práctica de un modelo de vida ordenado, ascético e individual (en contraposición a una salida social al problema de la miseria).
Señala Yveline Fumat que si bien la preocupación por el trabajo se encuentra ya en los libros de lectura franceses de comienzos de siglo XIX, "se encontrará en los republicanos la misma exhortación al trabajo pero con acentos mucho menos fatalistas en cuanto a la pobreza -será necesario, por el contrario hacer nacer la esperanza de superarla- y mucho menos resignados en cuanto al ‘estado de cada uno’. La ideología republicana se distinguirá netamente de esta corriente de ideas por la promesa de la movilidad social". Creemos que la propuesta del ahorro, gran palanca de dicha movilidad, pudo haber desempeñado un importante papel en este cambio.
La enseñanza del ahorro en la escuela primaria
La primera noticia que tenemos en torno a la enseñanza del ahorro en la escuela primaria data de 1891 y se refiere a la creación de cajas escolares de ahorro.
El ahorro escolar, no obstante, comenzó a tomar forma recién en 1914 con la apertura de la Caja Nacional de Ahorro Postal, cuya finalidad, como se dijo páginas atrás, consistía en hacer extensiva la práctica del ahorro a los sectores más humildes que no podían contar con el monto mínimo necesario para abrir una cuenta en cualquier banco: sencillamente se compraban estampillas de la propia Caja hasta completar la cifra de un peso a partir de la cual el ahorrista podía abrir su cuenta.
Este sistema permitía también ahorrar a los niños quienes con pocos centavos adquirían dichas estampillas.
Señala Néstor Auza que "la Caja se ocupó con igual prioridad de fundar una institución de ahorro popular que impartía la enseñanza de las prácticas de previsión y de economía privada, especialmente en el sector de la población de bajos ingresos. La Caja Nacional de Ahorro Postal perseguía así una doble función de carácter educativo y social al difundir y estimular hábitos de ahorro en los sectores modestos (...) la Caja fue el banco de los sectores populares."
¿Cuál fue el resultado de este esfuerzo? Según el propio Auza "al cierre del Balance del primer año (la Caja) reunía un registro de cuentas formado por 71.883 argentinos y 19.875 extranjeros, de los cuales 54.918 eran menores de dieciséis años y 11.271 estaban entre los dieciséis y los veintiún años."
Obsérvese la abrumadora presencia de cuentas pertenecientes a menores de edad. Por otra parte, sobre el total de cuentas de la Caja más de un 59% pertenecen a individuos que podrían estar comprendidos en ese momento en el sistema primario o haberlo terminado muy recientemente.
No se trata de una casualidad: el artículo primero de la ley que preveía la creación de la Caja Nacional de Ahorro Postal especificaba que debían crearse agencias de la misma en las escuelas primarias, mientras que el artículo 19 indicaba expresamente que dichas escuelas estaban obligadas a impartir una clase semanal sobre las ventajas del ahorro. Estas actividades debían desarrollarse de acuerdo a la libre inspiración del maestro y de hecho, al menos para la Caja Nacional de Ahorro Postal, cada docente aparentemente eligió el sesgo que le resultaba más conveniente o atractivo.
No estamos en condiciones de saber cómo fue esta enseñanza en la realidad, aunque sí hemos constatado la total ausencia del tema del ahorro en los Monitores de Educación del período.
Esta situación recién se modificará en 1946 cuando se dicte un programa para la enseñanza del ahorro en las escuelas acompañándose esta medida con la edición en el año 1947 por parte de la Caja Nacional de Ahorro Postal del libro Ahorro, manual auxiliar del maestro, texto que se seguirá usando con seguridad hasta comienzos de la década de 1970.
Ello no obstante, el ahorro ocupó, como veremos un importantísimo papel en las páginas de los libros de lectura y en las de la revista Billiken.
Muchas de las lecturas recogidas en Ahorro... de hecho fueron publicadas previamente por la revista a lo largo de la década del 1920.
Samuel Smiles
Una buena parte de los textos que publica Billiken sobre el ahorro pertenecen a Samuel Smiles.
Smiles es probablemente un desconocido para la mayoría de los jóvenes, pero tal vez cuando se escriba la historia de la formación de la mentalidad burguesa (o al menos de su difusión) en nuestro país, su nombre ocupe un lugar destacado.
Fue Samuel Smiles un moralista inglés que vivió entre 1812 y 1904. Sus obras junto a las de otros improvisados periodistas y publicistas como Edward Baines, del "Leeds Mercury", John Edward Taylor del "Manchester Guardian", Archibald Prentice, del "Manchester Times", traducían la economía política a unas simples proposiciones dogmáticas y cantaban las virtudes del capitalismo.
Smiles fue llamado por Eric Hobsbawm "el Homero de los trabajadores que hacían lo posible por unirse a la clase media o al menos por seguir sus preceptos de austeridad, de ayudarse y mejorarse a sí mismos."
En nuestro país sus libros irrumpieron con la fuerza de un best-seller: ya exaltado en los años '60 por Mitre y por el propio Sarmiento en 1887 La Nación resalta que sus obras El carácter y La ayuda propia han obtenido la enorme cifra de 29.500 ejemplares vendidos en un año, "dato asombroso, único en el país", se apresura a detallar el cronista Alberto Martínez, quien creerá interpretar la naturaleza de este auténtico best-seller de la época en función de la oportunidad con que los libros de Smiles (...) venían a describir la conducta ideal del hombre moderno, sus rasgos morales irrenunciables y las ventajas individuales y sociales del ahorro y la cooperación.
En una época en que la lectura de libros era una práctica de la cual no participaban los sectores populares, sería interesante saber quiénes contribuyeron a que Smiles fuera un auténtico éxito de librería, sobre todo teniendo en cuenta que sus obras son un canto al liberalismo, al self-made-man quien merced a su esfuerzo, ahorro y austeridad logra labrarse una posición.
Smiles no sólo fue asimilado en nuestras pampas: indica María Helena Cámara Bastos que en el Brasil sus textos fueron profusamente leídos entre 1880 y 1920. Esta autora pone su acento en un punto sumamente llamativo: la difusión de una obra pensada para un contexto de capitalismo industrial en una sociedad (esclavista agrario-exportadora) absolutamente diferente a la Inglaterra donde se gestara, lo cual, en líneas generales, podría decirse también de su lectura en la Argentina.
Considera Cámara Bastos que la élite ilustrada brasileña, caracterizada por el pensamiento liberal, buscó esa literatura como una forma de insertarse en el mundo capitalista industrial fortaleciendo un ideal de progreso y modernización de la sociedad. Agrega que en los textos de Smiles se valoriza el trabajo mostrándolo como parte de un sentido común universal y preparando los espíritus de la élite ilustrada para una ideología del éxito individual como fruto de la constancia y del trabajo. En tal sentido Smiles exalta el individualismo.
Durante las cuatro primeras décadas del siglo XX los textos de Smiles se siguieron difundiendo en Argentina y era frecuente que fueran recomendados por los maestros y utilizados como regalo por las escuelas, además de figurar como lecturas en los libros escolares.
Para finalizar diremos que cuando en 1947 se edite Ahorro, manual del maestro como material obligatorio de enseñanza escolar, también figurará en esta recopilación un texto de Smiles.
Billiken se hallaba tan consustanciada con los textos de este autor que en el Nro. 127, correspondiente al año 1922, al trazar las condiciones que tendrían que cumplir los miembros de los Comités Billiken, se apunta que estos deberán poseer algún libro de Smiles, como El Carácter o Ayúdate.
El ahorro en las páginas de Billiken
En la vida no hay otro medio de prosperidad que el trabajo y el ahorro. El ahorro es la base de la fortuna.
¡Niños, ahorremos para asegurar nuestro por venir!
Ana L. Porleri, 5to grado, 11 años.
En esta breve colaboración de una lectora de Billiken aparecida en el Nro. 74 del año 1921 están resumidos aquellos puntos más importantes relacionados con la enseñanza del ahorro que presenta la revista.
La lógica interna de sus contenidos tendientes a demostrar el carácter de inmutabilidad de la sociedad de clases hizo necesario tal vez enfatizar la amplitud de oportunidades que la misma sociedad ofrecía, es decir, la factibilidad de la movilidad social.
Billiken está llena de ejemplos sobre la vida de hombres humildes que llegaron a ser millonarios por medio del esfuerzo y del ahorro:
"Se cuenta que Meyer Anselm Rotschild que siendo muchacho fue a solicitar trabajo (...) Al decirle que no había allí ningún puesto vacante iba a marcharse cuando cerca de la puerta vio en el suelo un alfiler y se agachó a recogerlo clavándolo enseguida en la solapa.
El jefe de la casa lo llamó y tras preguntarle el por qué de su acción contestando Rotschild que tenía la costumbre de recoger las cosas que veía en el suelo y creía que podían serles útiles, le dijo: Te daré un empleo en esta casa.
Y en ella estuvo empleado el joven Rotschild hasta que se estableció en Frankfort, su ciudad natal, por cuenta propia produciéndole sus economías y sus prudentes inversiones una inmensa fortuna."
Esta repetición de la historia del hombre pobre que alcanza la riqueza mediante el propio esfuerzo nos habla quizá de una franja de lectores de humilde condición, sensibles a estos mensajes, y de una necesidad y de un gusto de una parte del mercado por recibirlos, ya que probablemente éstos los reafirmaran en sus propios deseos.
La austeridad como estilo de vida
Notemos que así como en el tema del trabajo aquí también el logro del éxito (es decir de una fortuna) es producto del cultivo de una serie de prácticas virtuosas, de las cuales ésta sería el resultante.
Si bien el principal objetivo del ahorro es mejorar económicamente, se proponen también dos formas de utilización social de la fortuna: la primera hacer que ésta se convierta en capital invirtiéndola en la creación de fuentes de trabajo (esto en Billiken se llama emplear el dinero "para fines benéficos"), la segunda es utilizarlo para fines caritativos.
El logro de la fortuna no autoriza a entregarse a placeres.
Se propugna así un estilo de vida fundamentalmente austero; esto último es especialmente cierto en el caso de aquellos que son ricos, ya que la rueda de la fortuna funciona en ambos sentidos, y la miseria y la enfermedad (sobre todo a la hora de la vejez) son contingencias que siempre acechan, como habíamos visto páginas atrás.
No es menos cierto sin embargo, que no es necesaria la invocación al fantasma de la vejez y la miseria para propugnar la privación: más allá de sus fines económicos el ahorro para ser puesto en práctica implicaba todo un disciplinamiento interno, un fortalecimiento de la voluntad y una capacidad de renuncia a los "pequeños placeres" que es en sí misma alabada por Billiken.
"Que ningún hombre diga que no puede economizar.
Empiece por cualquier cosa, por un centavo. Así se formará el hábito de la economía y de rehusarse a sí mismo determinadas cosas.
El ahorro no requiere un valor ni una inteligencia superiores, ni ninguna virtud sobrehumana. Sólo requiere sentido común y el poder de resistir a fruiciones egoístas. Realmente el ahorro no es sino el sentido común en acción por un ejercicio cotidiano. No necesita ninguna resolución ferviente sino una pequeña y paciente abnegación de sí mismo. ‘Principia’ es su divisa. Cuánto más se practica el hábito del ahorro, más fácil se hace, y tanto más pronto recompensa al que se impone privaciones a sí mismo de los sacrificios que se ha impuesto."
El cultivo de la honradez
De acuerdo con Billiken los pobres modélicos se hallan adornados por todas las virtudes que acabamos de mencionar: son trabajadores, ahorrativos, ordenados y puntuales. Estas características le permiten con el tiempo emanciparse de la pobreza. Cuando esto último no sucede no obstante, se resignan con su suerte porque estiman que la consecución de su modo de vida los hace más sanos y felices que muchos ricos, agobiados por las preocupaciones y la falta de afecto.
Carlos Escudé me ha llamado la atención sobre la ausencia en estos relatos de la competencia individualista llevada a ultranza (como en el modelo norteamericano). En última instancia de lo que se trata en Argentina es de integrar al pobre, si éste puede progresar económicamente mejor, de lo contrario debe aceptar el sistema resignándose a su suerte.
Es posible que la ausencia en nuestro medio de una concepción puritana que ve en el triunfo económico un signo de la gracia divina y la presencia del catolicismo que puede encontrar valores en la pobreza haya contribuido igualmente en este sentido.
Más allá de lo dicho, para Billiken el ser trabajador es la virtud por excelencia del pobre. Esto, como puede inferirse de todo lo dicho en la primera parte del capítulo, no es una característica exclusiva de la revista: Bronislaw Geremek sostiene que "el principio según el cual el pobre socialmente aceptado es un pobre que trabaja (...) devino un estereotipo de la literatura consagrada al problema del pauperismo de la segunda mitad del siglo XVIII y de la primera mitad del XIX cuya continuación parece hallarse en los prototipos que citamos.
El trabajo, el ahorro y la aceptación de su propio status no agotan las actitudes exigibles a los pobres. Resultó de vital importancia el inculcarles el respeto por la propiedad privada.
Afirma Oscar Terán "Para que la coerción intraeconómica funcione ‘automáticamente’ el capitalismo debe bloquear los senderos que conducen a la revuelta social o a la organización masiva del robo.
Ambas posibilidades estuvieron efectivamente presentes en diversos sitios de Latinoamérica en la época referida y en la Argentina el bandidismo social y el anarquismo configuraron dos vías, no por cierto de la misma envergadura, pero por momentos recurrentes, como lo revelan la novela naturalista y los textos sociológicos y criminológicos de la época. El positivismo argentino, como movimiento cultural de constitución de la nación, operó por ello en ambos registros, comprendiendo de hecho que no existe una fuerza de trabajo flotante que necesariamente se fija a la producción (...) si simultáneamente no se ha dominado a los actores sociales dentro de un determinado campo de opciones políticas y culturales."
Billiken está saturada de cuentos cuyos personajes son niños pobres que al encontrar un objeto valioso (joya o dinero) que pudiera significarles una sustancial mejora en su triste posición, no dudan en devolverlos a sus legítimos dueños, quienes les retribuyen de manera tal de permitirles cambiar su situación económica.
Cuando estos hechos se dan en la vida real, la revista no duda en destacarlo. Un ejemplo podría ser un caso ocurrido en 1928 cuando Billiken premia con un reloj y una cadena de oro "por su ejemplar honradez" al humilde vendedor de diarios huérfano de padre Antonio Sigimbosco de trece años, quien, habiendo encontrado una valija conteniendo un millón de pesos (suma elevadísima para la época) la devuelve a su propietario, el Jockey Club.
Este último lo gratifica con 400 pesos y el puesto de ayudante de portero.
Billiken pone en boca de Sigimbosco la siguiente frase en el momento de hallar la valija: "De quién sería? De cualquiera menos suyo. "Suyas" eran exclusivamente las cosas que él compraba o que a él le daban."
El embellecimiento del sistema
Como reflexiona inteligentemente Mariano Fernández Enguita, no es lo mismo que la escuela socialice al niño para el trabajo que el que lo haga para la adaptación a una determinada organización o forma histórica del trabajo. ¿Para qué forma histórica de trabajo socializó Billiken?
Si las prácticas que detallamos páginas atrás resultan virtuosas, es justo pensar que el trabajo producto de las mismas también lo fuera, así como su resultado, el ahorro y su fruto, la fortuna.
En consecuencia podría decirse que la fortuna es el resultado de la puesta en práctica de estas mismas virtudes.
Dice un texto de Samuel Smiles citado por Billiken: "Los ahorros de la sociedad han dado como producto la civilización del mundo. Los ahorros son el resultado del trabajo, y sólo cuando los trabajadores comienzan a economizar principian también a acumularse los resultados de la civilización. El ahorro comenzó con la civilización: mejor dicho el ahorro produjo la civilización.
La economía produce el capital y el capital es el producto conservado del trabajo. El capitalista es sencillamente un hombre que no gasta todo lo que ha ganado con su trabajo".
Consecuentemente Billiken aportó las biografías de millonarios como Rotschild o Vanderbilt señalando sus humildes orígenes y la manera como su laboriosidad y previsión los llevó a la riqueza. Por otra parte, como se vio más arriba, era esta una posibilidad al alcance de cualquiera, ya que el ahorro puede comenzar con centavos.
Una de las consecuencias de este pensamiento es la confusión entre el pequeño ahorro y el capital. Se ve en ambos sólo el dinero (fruto del esfuerzo) y no la relación social que el capital implica. Se identifican así en un mismo esfuerzo de ahorro trabajadores ahorrativos y capitalistas.
El ascenso social, como veremos a continuación, es visto como una aventura individual. La riqueza es un producto de la puesta en práctica de cualidades individuales. El hombre actúa como un nuevo Robinson para llevar a cabo este ascenso económico.
No existe en este esquema lugar para la explotación ya que no se presentan siquiera las relaciones de producción. En palabras de Yveline Fumat "(...) existen ricos y existen pobres. El vínculo entre estos dos estados no debe ser buscado sino en la suerte o el mérito individual. Tal es el fondo de la ideología liberal burguesa que constata la existencia de clases sociales pero no liga de manera esencial esta existencia a las relaciones que se dan entre las mismas".
Como afirma Smiles en Billiken: "Los hombres que ahorran por medio del trabajo llegan a ser dueños de un capital que pone a otro trabajo en movimiento. El capital se acumula en sus manos y emplean a otros para que trabajen para ellos. Así comienzan el trabajo y el comercio.
Los económicos edifican casas, almacenes y fábricas. Proveen a las fábricas de herramientas y máquinas. Construyen buques y los mandan a las diversas partes del mundo. Reúnen sus capitales y construyen ferrocarriles, puentes y diques. Abren minas de carbón, hierro y cobre, y establecen bombas para desecarlas. Emplean operarios para trabajar en las minas y de esta manera dan trabajo a un gran número de obreros.
Todo esto es el resultado del ahorro, de economizar el dinero y de emplearlo para fines benéficos. El hombre pródigo no toma parte alguna en el progreso del mundo. Gasta todo lo que adquiere y no puede dar ayuda a nadie. Cualquiera sea el dinero que gane, nunca se eleva su posición.
No ahorra ninguno de sus recursos. Siempre está pidiendo ayuda. Es en realidad el siervo y el esclavo innato del económico.".
La diferencia de clases es un producto natural de las diferencias éticas y además sus frutos son de naturaleza benéfica (entre ellos dar trabajo a gran cantidad de personas).
Pero no solamente los ricos son legitimados a partir de ser considerada su riqueza producto de la puesta en práctica de un sistema de vida encomiable. También es legitimado el sistema capitalista, ya que su principal motor, el capital, resulta asimismo ser un hijo de la virtud:
"El capital que se gana honradamente procede de una dignísima y esclarecida prosapia y bueno será que nuestros lectores conozcan su árbol genealógico: Dos jóvenes vecinos, el Entendimiento y la Voluntad contrajeron matrimonio y de este enlace nació un arrogante y fornido mozo que se llamó Trabajo. Conoció este mancebo a una aguerrida muchacha llamada Economía (...) a la que habían educado con esmero sus padres, el Orden y la Previsión (...) y se casó con ella con gran contentamiento de los padres.
Este matrimonio tuvo (...) un hijo (...) el Ahorro (...) Este enamoróse de una prima suya, Constancia, hija del Honor y la Firmeza, y nieta del Carácter y la Rectitud. El Cielo bendijo esta unión y el hijo de ella fue un robusto infante a quien por nombre de pila pusieron Capital.
Este es hoy un gran señor que vive querido y respetado por todo el mundo".
La enseñanza de esta parábola es muy clara. Indica las virtudes que hemos de practicar para llegar a reunir un capital que nos permita vivir con holgura y con la satisfacción que proporciona el lograr una cosa con el propio esfuerzo."
Disciplina infantil y disciplinamiento de la mano de obra
"Antonio es un alumno de cuarto grado.
Es un niño soberbio y perezoso; su vida es aburrida, al verlo se puede hacer el retrato de la pereza u holgazanería.
Está en la clase sentado desdeñosamente con el ceño arrugado y no atiende los buenos consejos que constantemente le da su maestra haciéndole ver el porvenir que se prepara.
Para Antonio los consejos de la maestra son pavadas, porque piensa que siempre tendrá a sus padres que velarán por él. ¡Pero cuán equivocado está!
Hoy es un mal estudiante y mañana será un mal obrero (...)"
Luisa Schenone Escuela Domingo Matheu, 4to. Grado.
La difusión de estas prácticas virtuosas así como también de su fundamento ideológico que en lo inmediato darían como resultado un escolar cumplidor y ordenado significaban también, a largo plazo, la posibilidad de un disciplinamiento social.
Para el conjunto de los escolares, en general, la aceptación de estos presupuestos implicó la aceptación global de la moralidad del sistema, pero para aquellos de los niños llamados a engrosar la futura mano de obra, el resultado de la puesta en práctica de estas propuestas coincidiría exactamente con la materialización del "obrero soñado".
No se buscó en la Argentina, y en esto es justo el planteo de Juan Carlos Tedesco, un disciplinamiento técnico de la mano de obra a través de la escuela.
No podemos evitar el suponer, sin embargo, las importantes consecuencias que en la formación de la clase trabajadora pudo tener este tipo de educación, preparándola para ocupar el papel que de ella se esperaba a la vez que integrándola al sistema en la promesa de que la exacerbación de las virtudes del "pobre perfecto" eran la palanca capaz para la puesta en práctica de sus sueños de riqueza.
para Bigo
Noticia de la autora
Clara Brafman nació en Capital en 1958.Es ex alumna del Colegio Nacional de Buenos Aires (1977) y egresada de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Realizó cursos de perfeccionamiento en la Universidad Hebrea de Jerusalem y un postgrado en Historia en la EHESS de París.
Fue becaria del CONICET entre 1988 y 1995 y becaria Antorchas en 1996 y 1997. Es autora de diversos trabajos sobre historia de la educación.
Es profesora titular en el Colegio Nacional de Buenos Aires desde 1995.