Dra.
Margarita E. Giménez
Departamento de Historia, Colegio Nacional de Buenos Aires,
Universidad de Buenos Aires
“... los
dolores del exilio, ese dolor que uno lleva -permanentemente- de la expulsión,
el hecho de que uno se tuvo que ir por la fuerza es totalmente distinto a
emigrar por decisión propia. Es una especie de dolor de todos los días. Es
decir, no pasa un solo día en donde en algún momento a uno le venga esto: esta
especie de dolor de estar en esta situación forzada y estar privado de estar en
su lugar, en su medio, y cortado de participar en esta sociedad... además de la
familia, los amigos. Es una amputación. Y, bueno, reconstruir la vida afuera”.
Enrique Oteiza
El
alejamiento del propio país por razones políticas ha sido una constante en la
Argentina desde las etapas fundacionales decimonónicas. En los contemporáneos
años setenta, el país genera una progresiva emigración involuntaria -motivada
por temores fundados- que incluye tanto a nativos como a extranjeros residentes
de ambos sexos y diversas edades, estados civiles y ocupaciones. Este
desplazamiento masivo registra destinos diferentes. También el status jurídico
de estos exiliados en los países recepcionantes es heterogéneo, así como las
posibilidades económico-sociales abiertas, mientras que, en el plano político,
la cobertura solidaria para las denuncias acerca de los lamentables sucesos
argentinos fue amplia y generalizada.
Las
peculiares características del último exilio no han concitado, hasta el presente,
el interés de los cientistas sociales. Sin embargo, hay interesantes
excepciones que, aunque referidas a problemáticas de regreso al país, no omiten
algunas referencias a la cuestión. Así, cinco estudios: uno de Héctor Maletta y
Frida Szwarcberg sobre aspectos económicos y psicosociales del retorno (1985);
otro de los mismos autores más Rosalía Schneider que ahonda en los aspectos
psicosociales del retorno (1986); el tercero constituye una compilación reunida
por Alfredo E Lattes y Enrique Oteiza acerca de la democratización y retorno de
expatriados en el período 1955-1984 (1986); el cuarto, de Enrique Oteiza y
Roberto Aruj, está centrado en las problemáticas de retorno de los hijos del
exilio (1987); y finalmente, el quinto, de Lelio Mármora y Jorge Gurrieri, es
un pormenorizado estudio comparativo acerca de las disímiles respuestas
brindadas por las sociedades argentina y uruguaya ante el retorno de sus
migrantes políticos, que culmina con el respectivo balance de los resultados
(1988).
En lo
referente a las expresiones artísticas, el cine ofrece al menos seis planteos
diferentes de la cuestión mediante La historia oficial, Los días de junio,
Tangos. El exilio de Gardel, Sentimientos. Mirta de Liniers a Estambul, La
amiga y Amigomío[1].
En el film de Puenzo, el exilio con toda su carga dramática y humana se encarna
en una mujer, Ana, que opera como disparador sobre su amiga Alicia,
impulsándola a penetrar la realidad para enfrentarla a una revelación que
trastocaría su vida. Fischerman presenta, en cambio, la problemática relación
entre “los que se fueron” y “los que se quedaron”, mediatizada en el
reencuentro de cuatro amigos, mientras agoniza el Proceso: un actor que ha
puesto fin a su exilio, un médico, un abogado y un librero que permanecieron en
el país. Las dificultades de reinserción presentes, pero también con proyección
al futuro, del que ha retornado sólo serán superadas cuando comparta el pasado
recientemente vivido por sus tres entrañables compañeros de la infancia: la
represión cultural, las desapariciones de otros amigos -con el consecuente
miedo por sí y por la suerte de los otros-, el secuestro temporal. Solanas, por
su parte, focaliza el compromiso político, las dificultades económicas y las
que presenta el proceso de adaptación de un grupo de artistas e intelectuales
en Francia. Estos participan activamente en el movimiento de exiliados
latinoamericanos y en un Comité de Solidaridad, con el dual objetivo de
denunciar y resolver la grave situación en la Argentina. En tanto, la película
de Coscia y Saura confronta las heterogéneas conductas y actitudes de un
reducido número de ex-universitarios exiliados -por causas ya políticas, ya
afectivas- en Suecia: compromiso o no compromiso político, sufrimiento por la
suerte de los compañeros desaparecidos o por el temor a la delación, la
adaptación y sus dificultades. Por otra parte, en el film de Meerapfel la
confrontación permanencia-partida, es decir, la dicotómica forma de vivenciar
los negros tiempos republicanos, reaparece impregnada con la mutua incomprensión
de sus protagonistas. En este caso, dos mujeres estrechamente unidas a pesar de
las diferencias que las separan, por las aventuras y desventuras infantiles
compartidas. Una de ellas se transforma en activa militante de las Madres de
Plaza de Mayo al derrumbarse un cálido y simplista micromundo, en el Quilmes
natal, tras la desaparición del mayor de sus hijos y el alejamiento del segundo
ante temores no infundados. La otra, para escapar de las amenazas telefónicas y
atentados en el teatro, pasa de actriz mimada y exitosa en el medio nacional al
oscurantismo escénico en un cafetín de la Alemania de sus mayores, sin poder
recuperar el brillo de antaño al retornar al país. Finalmente, la realización
de Meerapfel y Chiesa presenta el próspero exilio en Ecuador de un joven padre
y su hijo -incluyendo los problemas en el viaje, así como un pantallazo de la
situación latinoamericana-, dos protagonistas ingenuos que sufren con
impotencia la desaparición de un ser querido y la necesidad de su presencia. Las
películas precitadas, a excepción de Tangos. El exilio de Gardel, no muestran
relaciones de solidaridad.
El
periodismo, a través de Daniel Parcero, Marcelo Helfgot y Diego Dulce, aporta
testimonios de variados exiliados -escritores, artistas, gremialistas,
comunicadores sociales y políticos- no sólo con divergencias en materia de
marcos geográficos y momentos políticos, pre o post reapertura democrática,
sino también de técnicas -entrevistas ya abiertas, ya pautadas-. Asimismo,
ofrece un breve apéndice documental que ilustra la incesante y febril actividad
de los emigrados políticos en el exterior, respecto de la denuncia de los
excesos dictatoriales. El libro -aunque carente de marco teórico e
interpretativo- resulta, sin duda, valioso, puesto que cumplimenta el propósito
de sus autores: describir el exilio, a través de una variedad de protagonistas.
El
presente trabajo intentará ahondar en las situaciones que acompañan al exilio
en sus principales marcos geográficos: problemáticas económico-sociales y proyecciones
políticas. Para ello, se ha recurrido a testimonios -algunos de primera mano,
otros extraídos de La Argentina exiliada-, así como a fuentes fílmicas y
periodísticas[2].
El marco de la exclusión
La
disyuntiva ¿la “patria peronista” o la “patria socialista”? signaba la división
latente del reciente oficialismo, en mayo de 1973.
Los
sucesos de Ezeiza agudizaron las tensiones internas del peronismo. Las
derivaciones de los cambios en la cúpula gubernamental no contribuyeron al
apaciguamiento. La “tendencia” y los “Montos”, al verse impulsados en una
espiral regresiva, después del auge experimentado por Cámpora, acentuaron la
confrontación de fuerzas con el ascendente ala derecha[3]. Así, las
movilizaciones masivas[4]
y las expresiones agresivas en los medios de comunicación masiva abonaron
hechos de violencia entre las dos facciones[5].
La
reanudación de las actividades subversivas del E.R.P., a principios de
septiembre, no sólo encontró la exitosa respuesta militar, sino, también en
algún caso, la represalia de un grupo de sindicalistas ortodoxos, pero en
perjuicio del damnificado[6].
El
clima nacional se enrareció aún más con la emergencia pública de la “Alianza
Anticomunista Argentina”. Esta organización parapolicial evidenció con su
primer atentado público la intención de abarcar en su accionar a quienes fueran
considerados portadores de un ideario pluralista[7], y no
solamente a la izquierda peronista.
Este y
otros hechos del mismo tenor jalonan la conclusión de 1973, constituyéndose,
así, en prolegómenos de los sombríos restantes años de la década e inicio de
los ochenta.
La
ofensiva de las derechas destinada a desalojar a la “tendencia” de posiciones
gubernamentales recrudece a principios de 1974, después del frustrado asalto
del E.R.P. a la guarnición militar de Azul. Así, la J.P. pierde al gobernador
afín de la provincia de Buenos Aires[8], bancas de diputados en el Congreso Nacional[9],
y, posteriormente, cargos funcionariales en Salta[10], y el poder
ejecutivo en la provincia mediterránea[11]. Las
movilizaciones y nuevos hechos armados[12] no evitaron el declive de la fracción
revolucionaria, profundizado por la ruptura del 1º de mayo con el viejo líder[13].
La
consolidación de la extrema derecha en el segundo semestre del año, después de
la muerte del Presidente, acentúa el cambio de ritmo. Mientras que el peronismo
histórico queda marginado del gabinete[14], se disponen
nuevas intervenciones federales a las provincias con gobernadores vinculados a
la “tendencia”. En la Universidad de Buenos Aires, la purga impuesta por el
interventor Ottalagano no sólo afecta a involucrados en los cursos de
adoctrinamiento, sino, también, a académicos de vanguardia[15]. Otras casas
nacionales de estudios superiores tampoco se eximen del cierre requerido
durante varias semanas para la “limpieza ideológica”. La marginación de
numerosos científicos e intelectuales –que, en muchos casos, habían sido
también amenazados por la Triple A- alimentó la primera oleada migratoria del
período.
El
Ministerio de Trabajo, sustentado en la lealtad peronista de las bases,
maniobra logrando desplazar a dirigentes gremiales combativos del interior[16].
Por otra parte, la concepción autoritaria del poder, que anima al grupo
presidencial, levanta el antagonismo de los líderes sindicales oficialistas
condenados a un reforzado aislamiento político[17].
La
actuación desembozada de la Triple A marca el aumento vertiginoso de los
atentados a locales de la “tendencia” y de partidos de izquierda, e incluye la
destrucción de las oficinas de la Asociación Gremial de Abogados[18].
También el hostigamiento[19],
la represión, el secuestro y muerte sufridos por militantes contestatarios,
sindicalistas, clasistas, religiosos, profesionales e intelectuales
progresistas[20],
así como por integrantes de las células subversivas[21]. Se
acrecientan, paralelamente, los ataques de Montoneros y del E.R.P. en el marco
del estado de sitio.
La
destitución forzosa del Ministro de Bienestar Social, López Rega, ante el
fracaso del “Rodrigazo” señala el fin de la organización parapolicial que
procreara con la complicidad de factores internos y externos[22].
Sin embargo, la violencia continuó impregnando cada vez más frecuentemente el
escenario argentino. La desarticulada situación económica incrementó la
conflictividad. El miedo y la decepción promovieron el repliegue de los
sectores movilizados a partir de 1969[23].
El
golpe de Estado del 76 profundiza la cruenta situación. El Proceso de
Reorganización Nacional se propone transformar la morfología social y política
del país actuando fuera de los límites del sistema constitucional. Así, el
mesianismo militar opone el terrorismo estatal no sólo a los guerrilleros
urbanos y rurales, a sus familiares y amigos, sino también a todas las
manifestaciones de protesta social y de independencia de criterio afloradas por
aquellos años[24].
Paralelamente, por ende, a la hiperactividad de los “grupos de tareas”, se
profundizó la censura intelectual y artística reestablecida en 1974-75.
“Los que se fueron”
El
número de los exiliados de los setenta es elevado entre otros indicios por las
cifras de retornados al país con el reestablecimiento democrático[25].
Sin embargo, no puede cuantificarse con certeza, especialmente por las
heterogéneas condiciones de partida y el diferente carácter jurídico obtenido
en los países recepcionantes[26].
Así, para salir del país, muchos evitaban el trámite formal de obtención del
pasaporte, prefiriendo, en cambio, dirigirse hacia algún país limítrofe -Brasil,
Bolivia, por ejemplo- utilizando sus documentos ordinarios de identidad y,
desde allí, tramitar la renovación del pasaporte por vía consular[27],
o bien solicitar, apenas arribados, amparo en calidad de refugiados mediante el
ACNUR o en otros países[28].
Otros consiguieron el pasaporte en la misma Argentina antes de que la represión
registrase su identidad[29].
También algunas figuras políticas reconocidas lograron la autorización para
abandonar el país, tras asilarse en alguna embajada durante un tiempo más o
menos prolongado[30].
Muy pocos de los arrestados a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, a
partir del estado de sitio, se beneficiaron con la opción constitucional –Art.
23[31]-,
ya sea por la renuencia de Isabel Martínez de Perón a autorizar las
solicitudes, como también, posteriormente, por las reformulaciones de la Junta
Militar. Así, con el Estatuto del 24 de marzo de 1976 se suspendió el ejercicio
del derecho de opción y, transcurridos cinco días, se dejaron sin vigencia las
solicitudes presentadas con anterioridad. Pasados seis meses, la suspensión fue
prorrogada, el ejercicio de la opción reestablecido y luego condicionado a
través de un conjunto de reglamentaciones[32].
Por lo
demás, muchos de los que huyeron del país fueron recibidos como refugiados
políticos en los países de asilo [33]
que aplicaron normas diversas u otorgaron tal condición en grados muy variables[34].
Otros llegaron como turistas y permanecieron como indocumentados, apelando a
diversos procedimientos para pasar los años de permanencia en el exterior, y
otros obtuvieron el status común de inmigrantes[35].
Algunos
lograron emigrar después de sufrir la represión[36], aunque la
mayor parte lo hizo de manera preventiva, cuando se sintió amenazada en forma
inminente –tras sufrir el allanamiento domiciliario, intentos de secuestro, la
desaparición de familiares, amigos o colegas [37]- desde fines
de 1974 y en el transcurso del 75, pero, en especial, durante el bienio
1976-78, y, en menor proporción, en 1979-80.
El
estado civil de los exiliados en el momento de su partida fluctuó, en orden de
importancia, entre casados, unidos de hecho, solteros, separados, situación
desconocida por cónyuge desaparecido y viudos. Asimismo, la mayor parte de las
parejas y no pocas mujeres separadas, como aquellas de cónyuge desaparecido,
tenían hijos[38].
Las
edades diferían, pero la mayoría vivía la plenitud de los años juveniles[39].
En cuanto
a las ocupaciones, predominaron los intelectuales sobre los trabajadores
independientes, técnicos, gremialistas y obreros sin calificación[40].
Los
países de destino no fueron esta vez los limítrofes, por estar, también, bajo
dictaduras militares, sino esencialmente Venezuela, México, europeos y, en
menor grado, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Canadá, Estados Unidos e Israel[41].
Las respectivas elecciones se debieron a distintas motivaciones, entre otras:
establecimiento previo de amigos, afinidad cultural, posibilidad de doble
nacionalidad, expectativas académicas y decisiones partidarias por relaciones
políticas.
El
financiamiento de los pasajes fue asumido por los exiliados y, en algunos
casos, por el ACNUR, Amnistía Internacional y otros organismos internacionales
de derechos humanos[42].
Exiliados: proyecciones económico-sociales
En
Latinoamérica, los migrantes políticos se ubicaron, con preferencia, en las
urbes venezolana y mexicana.
El boom
petrolero y la estabilidad monetaria consolidada en treinta años, aunque en
disparidad con el dólar, marcaban la realidad prometedora de Venezuela. Si bien
los primeros tiempos –entre el 75 y mediados del 76- fueron muy difíciles para
los argentinos que fueron llegando. Los lazos de solidaridad todavía eran
débiles entre ellos, aunque recibieron ayuda de empresarios connacionales
establecidos en el país con antelación. Muchos que ingresaron con visas de
turistas debieron tramitar documentación, durante largos meses, para trabajar
legalmente. En el interín, las ocupaciones laborales fueron temporarias,
heterogéneas –albañilería, pintura, mensajería y venta ambulante- y de baja
remuneración.
Los
profesionales que decidieron no cumplimentar la reválida se desempeñaron como
empleados de importantes empresas, pero en tareas afines con elevados salarios.
También muchos de los que no acreditaban estudios universitarios o terciarios
consiguieron una interesante inserción laboral con seguras posibilidades de
ascenso. No pocos, tanto de los primeros como de los segundos, lograron
habilitar pequeñas y medianas empresas propias –principalmente del rubro
mecánico, metalúrgico y gastronómico- asociándose con otros argentinos y
venezolanos. Algunos arquitectos de alto nivel ejercieron con éxito la
profesión en forma independiente, a través de la habilitación de estudios. Los
intelectuales y científicos de alta calificación internacional continuaron con
sus tareas de docencia e investigación, especialmente en el ámbito
universitario de Caracas. Los políticos de trayectoria se vieron favorecidos en
el ámbito laboral por relaciones de larga data con el partido oficialista del
país. Inclusive, algunos aceptaron funcionariatos públicos. No pocos
periodistas se desempeñaron en diarios, revistas y agencias internacionales[43].
La corriente emigratoria
política comenzó a entrar en México hacia fines de 1974 y se incrementó después
del Golpe de Estado militar de marzo del 76. El flujo de argentinos –artistas,
estudiantes universitarios, profesionales e intelectuales- presentaba un ligero
predominio femenino juvenil con edades de veinte a treinta y cuatro años[44].
México constituyó un polo de atracción, un imán poderoso para inmigrantes
selectos. Al reaseguro de una dilatada estabilidad política post-revolucionaria
y de un crecimiento económico extraordinario –profundizado por la efervescencia
petrolera de los setenta-, se abría un amplio horizonte laboral que auguraba la
satisfacción de variadas expectativas: docencia, investigación, cultura,
funcionariatos estatales... Además, el país –de igual modo que Venezuela-, por
su tradicional política exterior, se mostraba dispuesto a recepcionar a los
expulsados por regímenes represivos.
El
desempeño de buena parte de los exiliados argentinos en universidades e
instituciones científicas, en puestos públicos, en el periodismo y en algunas
profesiones liberales se evidenció en México con la publicación de libros y
artículos, amén de la obtención de premios nacionales e internacionales por
científicos, intelectuales y artistas[45].
En las
grandes potencias occidentales del “viejo mundo”, la situación, en general, fue
más difícil para los emigrados involuntarios, sin distinciones de edades y
calificaciones. El elevado caudal de migrantes políticos y económicos
–precedentes no sólo de distintas áreas de la periferia, sino también algunas
del propio hemisferio- se suma a la cerrazón económica desencadenada con el
primero de los aumentos del crudo, poco después de iniciados los setenta. Así,
los exiliados argentinos en alta proporción –jóvenes y no tan jóvenes-, independientemente
de la capacitación acreditada, intentaron el procesamiento artesanal de
materias primas. Esta actividad, cuya duración temporal dependió de variadas
circunstancias –la mayor o menor fortuna, el despertar de una vocación
dormida... -, se emprendió en distintos momentos, lugares y formas: al arribo o
después de cierto tiempo de permanencia en París, Florencia, Milán, Roma,
Madrid, Barcelona... a través de iniciativas individuales o grupales con
parientes, amigos de larga data, amigos recientes, sea con conocimiento previo,
sea improvisadamente acudiendo al propio ingenio o mediante un rápido
aprendizaje que se podía enriquecer con la propia experiencia[46].
Otra de
las variables económico-sociales comunes al mosaico de actores de este exilio
argentino en Europa es el empleo transitorio, muy significativo en los países
latinos de alta o baja concentración: España, Italia y Francia[47].
En tanto que en los países nórdicos como Suecia, la menor incidencia del
cimbronazo financiero –en relación comparativa con los demás occidentales-
aseguró la permanencia en el ámbito privado, aunque en calidad de empleados
dependientes a algunos de los reducidos grupos de migrantes políticos, a la vez
que se propició el ejercicio de la docencia primaria en establecimientos habilitados
a los efectos para niños latinoamericanos. Tampoco faltaron los trabajadores
autónomos –artesanos-[48].
Las aventuras empresariales de divergentes tenores y resultados en Francia,
España se contaron entre las alternativas posibles frente a la dureza del
mercado laboral[49].
Francia
presenta peculiaridades interesantes en el último tópico mencionado. En el país
galo, el refugiado recibía auxilio económico estatal –alrededor de cien dólares
mensuales, -lo cual le permitía resolver, aunque con frugalidad, necesidades
alimentarias. Las demandas del mercado
laboral para profesionales universitarios no eran muy amplias. Las empresas
privadas y federales requerían, fundamentalmente, ayudantes de contadores y
tenedores de libros. Esto exigía una sólida preparación para competir
favorablemente a las distintas ramas de profesionales con otros aspirantes
latinoamericanos idóneos. La ley “de formación permanente” vigente en el país
constituyó una solución parcial: la concurrencia a cursos superiores mediante el
pago del salario mínimo –mil francos- hasta cumplimentar la capacitación. La
actuación colectiva, y consiguiente vinculación con las entidades de derechos
humanos, abrió especialmente a numerosos abogados del exilio argentino el
acceso a dicho beneficio. Esta misma norma destinada a los desocupados
posibilitó, además –aunque por análogas razones-, el crecimiento profesional en
mayor medida a los abogados, mediante carreras cortas y seminarios de
especialización en el Instituto Tecnológico de la Universidad –París 13-[50].
Sin embargo, a pesar del dual disfrute de esta cobertura legal, ni los abogados
ni otros profesionales –ya habilitados para el ejercicio liberal, ya para
desempeñarse en relación de dependencia- lograron destrabar los canales de
inserción laboral a fuentes específicas. EL peso del añejo ejercicio de una
especialidad en el país de origen influía notoriamente entre los que habían
culminado el “reciclaje” a la hora de decidirse a entrar en la competencia
laboral. Otro problema, para aquellos que habían profundizado los conocimientos
profesionales, era la procedencia de origen evidenciada, considerablemente, en
el rudimentario arsenal lingüístico frente a los pares franceses. Tampoco debe
omitirse la edad que, sumada a las carencias idiomáticas al arribo y
eminentemente frágiles a posteriori, constituía un fuerte condicionante para
los exiliados universitarios que habían traspasado la barrera de la tercera
década de vida. Por otra parte, aquellos que habían desempeñado tareas docentes
en universidades argentinas encontraron prácticamente cerrados los espacios
académicos. El previo arribo de figuras chilenas y uruguayas –algunas de
trascendencia internacional y otras no tan reconocidas- pertenecientes a las
oleadas de migrantes políticos latinoamericanos, que irrumpieron en el país,
obstruyó las expectativas: no pocos profesores de vasta experiencia debieron
esperar su retorno a la Argentina para retomar el ejercicio vocacional. Estas
dificultades laborales fueron, en numerosos casos, sorteadas mediante la
enseñanza de la lengua española en institutos privados y academias
particulares. Estos establecimientos, además, dieron trabajo a profesionales
egresados de terciarios[51].
Los
intelectuales y científicos de altísima calificación académica continuaron con
sus tareas docentes e investigativas en las universidades europeas. Sin
embargo, aunque las bibliotecas y remuneraciones superaban notoriamente a las
de Argentina, vivían tensionados por la renovación de los contratos anuales y
el “volver a empezar en cada lugar”. El periodismo de sólida formación se
incorporó a distintos medios de prensa. En estos países del viejo mundo, los
jóvenes exiliados efectuaron o prosiguieron, en alta proporción, estudios de
grado universitario y post-grados[52].
La
situación global de parte de los integrantes del mundo de la cultura –creadores
y recreadores-, en sus variadas manifestaciones, no evadió las reglas generales
del éxodo, al menos en los primeros tiempos: adversidades y desmoralización.
Por un lado, influía la nula o escasa trascendencia lograda fuera de las
propias fronteras nacionales, fundamentalmente por las limitaciones que pesan
sobre intelectuales y artistas de la periferia, más que por falta de talento y
experiencia. Por otro, influía paralelamente el vacío interior, consecuencia
del extrañamiento y el desarraigo, que frenan los impulsos creativos y la
capacidad de transmitir. Ni que decir de aquellos poetas y músicos que tenían
como musa inspiradora a la ciudad de Buenos Aires[53]. El idioma
en sí, por lo general, no fue un obstáculo: casi en bloque, escritores, poetas,
directores de cine, guionistas, técnicos, profesores y directores de teatro,
productores y actores se establecieron en países hispano parlantes. Pero,
indudablemente, el desconocimiento de modismos locales, sumado a problemas de
dicción, restó fuentes de trabajo a los actores. Entre los desterrados, hubo
realizadores cinematográficos que, esporádicamente, pudieron concretar
proyectos personales o encargados, pero con exhibición limitada en el extranjero
de ignorados en la Argentina[54].
Hubo, además, gente de trayectoria teatral forzada a trabajar en modestos
cafetines. Sin embargo, tras los recargados e iniciales nubarrones anuales, el
empeñoso esfuerzo no exento de talento creativo o brillantez intelectual y el
ingenioso despliegue de recursos permitieron la reaparición de importantes
individualidades[55].
Asimismo, en el campo de la plástica –cuyo principal centro fue París-,
cobraron proyección internacional algunos de los exiliados[56].
El
alojamiento presentó dificultades en todas partes, especialmente al arribo,
derivadas de la exigua disponibilidad monetaria. En consecuencia, las
soluciones posibles fueron: la pensión, la ubicación temporal en casa de otros
exiliados –a veces amigos establecidos,
a veces miembros de un Comité de Solidaridad- y el alquiler compartido de un
departamento. El préstamo temporal de un departamento, a través de la amistad
con algún nativo, fue excepcional. El alquiler independiente de la vivienda,
transcurrido cierto tiempo de inserción laboral, constituía el segundo y
definitivo paso. Después, la
adquisición de un pequeño auto de segunda mano resolvía la locomoción.
Sin embargo, las cerrazones laborales del mundo europeo impidieron a muchos
concretar estas dos aspiraciones[57].
En Francia, las preocupaciones estatales en materia habitacional se canalizaron
en los foyeurs. En estas residencias comunitarias, no pocos argentinos hallaron
un techo no sólo para cobijarse, sino, también, para vivir las múltiples
peripecias, las desazones del exilio y, quizás, soñar con el regreso mientras
compartían cocinas y baños con refugiados de distintos orígenes. Este recurso,
por cierto generoso, no fue una salida inicial a la cuestión habitacional de
carácter colectivo para aquellos que lo aprovecharon. Muchos continuaron en los
foyeurs durante su estadía en Europa, otros los abandonaron después de un
tiempo de permanencia más o menos largo, al amparo de benéficas oportunidades,
aunque éstas no eran muy frecuentes: la aparición de un trabajo largamente
esperado en provincias o en un país vecino, el acceso a un departamento -a
veces en París-, especialmente en casos de familia numerosa, rentado por una
entidad de derechos humanos a cambio de renuncia grupal al subsidio estatal[58].
Hubo
parejas -matrimonios y uniones de hecho- que se afianzaron. Otras sufrieron
crisis desestructurantes que derivaron en nuevas uniones, ya sea con otros
argentinos o extranjeros. En ambos casos, la juventud de la mayoría marcó la
continuación de la vida reproductiva en el exterior. Son, por tanto, numerosos
los hijos extranjeros de padres argentinos[59].
La
integración a la sociedad recepcionante presenta graduaciones en su estrecha
dependencia a la edad -juventud o madurez-, de las dificultades idiomáticas, de
la mayor o menor flexibilidad personal y del tiempo de permanencia. Sin
embargo, en todos los casos se entretejieron amistades. El balance general
señala un notable enriquecimiento humano, no sólo a nivel afectivo, sino
también cultural. Así, por ejemplo, en México, el Centro de Estudios
Argentino-Mexicano -creado por iniciativa del escritor Noé Jitrik- tuvo por
objetivo retribuir a la comunidad local sus atenciones con una intensa labor
académica. Por otro lado, proporcionó fondos a la Comisión Argentina de
Solidaridad -C.A.S.- para sus fines asistenciales y publicación de denuncias,
mediante la organización de fiestas[60].
El
retorno fue problemático. No fue fácil para muchos desenredar las raíces
generadas en largos años de permanencia en el exterior: ello alcanzó a la escolaridad
o estudios superiores de los hijos, a proyectos laborales en curso, a la
radicación, quizás definitiva, en el país de hijos mayores que, en algunos
casos, han formado su propia familia, ya pequeños, ya adolescentes, junto a uno
de sus progenitores, a la inversión, en pequeñas y medianas empresas y a la
incertidumbre respecto de un nuevo comienzo[61].
En los
países recepcionantes, los comités argentinos y extranjeros entretejieron redes
de solidaridad sustitutivas de las formas de organización social conocidas.
Así, facilitaron tramitaciones de visas, alojamiento, alimento e inserciones
laborales a no pocos recién llegados. Además, cuando una contingencia afectaba
a alguno de los miembros del respectivo grupo -enfermedad, desocupación
laboral, etc.- el asistencialismo no se escatimaba para asegurar la
sobrevivencia. Pero, asimismo, empeñaron y autorenovaron esfuerzos en la
adaptación colectiva. Precisamente cuando nada, o bien poco, restaba de aquello
a lo que los exiliados habían estado habituados y aceptado como lógico tiempo
atrás, estos centros les propiciaron la recreación de las viejas formas. En
ellos pensaban, hablaban y disentían como si estuvieran en el país de origen. Y
hasta aseguraron, en ciertos casos, amistades entrañables selladas al calor de
la rueda del mate o del vino en alguna casa, mientras se enhebraban recuerdos
de otras épocas -el barrio con toda su carga emocional infantil, adolescente y
juvenil-, o se compartían proyectos, éxitos y fracasos personales, y la natural
depresión ante la lejanía, en las festividades de diciembre. También fueron
valiosos medios de contención, al posibilitar una verdadera catarsis a aquellos
emigrados que habían sufrido, ya sea en forma directa o indirecta, la dureza de
la represión antes de la partida. Por su parte, en Madrid, la Casa Argentina
-fundada en aquellos años setentistas por un grupo de exiliados- funcionó,
entre otras actividades, como un centro en el que los migrantes económicos y
políticos no sólo compartían habitualmente experiencias cotidianas con otros
asociados peninsulares, sino también los infaltables asados domingueros, música
y típicos juegos nacionales de azar. Sin embargo, la acción comunitaria
desplegada en todos estos centros no implicó la renuncia a la individualidad,
al criterio individual y a la responsabilidad individual. Podría afirmarse, en
verdad, que durante el exilio comunidad e individualidad no constituyeron
ineludibles formas antinómicas, sino binómicas, de efectiva solidez, cuya
prioridad vivencial se halló en estrecha relación con las circunstancias.
La
cadena solidaria internacional tampoco estuvo ausente. Así, los gremialistas de
reconocida trayectoria fueron solventados como compañeros sindicales y
organismos internacionales, especialmente la O.I.T.. Algunos argentinos, como
otros refugiados de distinta procedencia, se vieron favorecidos en Europa con
créditos de asentamiento provenientes de fondos internacionales -a veces de las
iglesias evangélicas, a veces del ACNUR- para iniciar emprendimientos
particulares: talleres de cerámica, estudios de arquitectura, consultorios
odontológicos, montaje de un proyecto cinematográfico, edición de un libro,
adquisición de una camioneta para fletes... En la península ibérica, el
C.E.A.R. -hegemonizado por la Iglesia Evangélica Española- había concedido
cerca de ochenta créditos a los originarios de Argentina, hasta las vísperas de
la reapertura democrática. Por ende, teniendo en cuenta el gran número de
exiliados en España -quizás siete u ocho mil-, la mayoría no se benefició[62].
En los
países de destino, los exiliados constituyeron nucleamientos no sólo con fines
solidarios, sino también de denuncia. La repercusión fue escasa durante el
isabelismo y el primer año del Golpe de Estado. Los excesos de la dictadura
militar -inclusive en perjuicio de ciudadanos extranjeros en Buenos Aires-
marcaron el cambio. Así, el apoyo de vastos sectores de opinión pública e
instituciones políticas y civiles nacionales e internacionales incentivó el esfuerzo
de los agrupamientos[63].
Los Comités de Solidaridad desarrollaron una intensa actividad: movilizaciones, actos de protesta, elaboración de registros computarizados de presos políticos, muertos y desaparecidos, testimonios de sobrevivientes de los centros de detención, publicaciones[64]. Sin embargo, los desacuerdos entre independientes y miembros de las organizaciones guerrilleras incidieron en su eficacia, en ocasiones de manera negativa y otras positiva. Así, mientras que en algunas oportunidades dieron lugar a la acción paralela de dos comisiones en un mismo país, o a la disolución de la única comisión existente, en otros facilitaron el funcionamiento de una única comisión[65].
También,
fundamentalmente ante la insatisfacción por las disputas en los comités, se
conformaron otras estructuras -clubes, agrupaciones- especialmente en Europa,
algunas de ellas de actuación relevante.
El
acceso a la información acerca de los sucesos en la Argentina se mantenía
actualizado mediante diversos conductos: informes de los recién emigrados, de
amigos y familiares de paso, de periodistas amigos que trabajaban en agencias
internacionales, de organismos de derechos humanos argentinos e internacionales[66],
y, en particular, de la revista Resumen, publicación con una síntesis informativa
dirigida por Carlos Aznar en la que colaboraba un selecto grupo intelectual, de
tirada en un primer momento mensual, luego quincenal y, finalmente, semanal,
que circulaba, desde Madrid, entre todo el exilio europeo[67].
París
fue el centro más activo de la “Campaña Antiargentina”, a pesar del reducido
grupo de exiliados que albergó. Las autoridades de facto establecieron el
Centro Piloto de París, pero sin que sus objetivos contrapropagandísticos
dieran resultados positivos.
Entre
las actividades desplegadas, sobresalen dos coloquios internacionales
organizados por el “Grupo de Abogados Argentinos Exiliados en Francia”[68],
con el apoyo de organismos no gubernamentales e instituciones internacionales:
“La Doctrina de la Seguridad Nacional y los derechos de la defensa: el caso
argentino” (1979), y “La Política de Desaparición Forzada de Personas” (1981)
en el Senado de París[69].
En
Nueva York se realizó otro evento importante organizado por los comités de
solidaridad existentes en el país del norte y hombres de la iglesia, el
Congreso del Exiliado Argentino, en 1978, que posibilitó analizar las
experiencias en transcurso de los distintos países[70].
La
culminación del éxodo se concretó en distintos momentos. Pero, hacia fines del
85, prácticamente la mayoría había vuelto a la Argentina para disfrutar la
renaciente atmósfera democrática, por la que habían bregado desde el exterior
con mayor o menor intensidad. Sin embargo, no se plantearon la posibilidad de
la carrera política aspirando a cargos electivos, a excepción de aquellos que,
previamente al régimen militar, registraban una trayectoria de cierto peso, a
pesar de que muchos accedieron a funcionaratos estatales. ¿A qué se debe esta
ambivalencia? Al respecto pesan más los interrogantes que las posibles respuestas.
¿La larga permanencia en el exterior allanó u obstaculizó el comienzo o
continuación de una carrera política? ¿Cuántos exiliados tenían vocación para
la carrera política? ¿A cuántos de ellos les interesaba la vida política? ¿A
cuántos de ellos, al cabo de tantos años, les resultaría atractiva la idea de
insertarse o reinsertarse en la militancia partidaria con el fin de aspirar a
cargos electivos? ¿No habría entre los grupos de emigrados una mayoría más bien
predispuesta a colaborar con el nuevo gobierno civil, aportando una experiencia
de años de lucha interna y externa, y la profundización de los conocimientos
profesionales realizada en el extranjero? Además, ¿acaso las circunstancias
vividas en el exterior no promovieron en algunos profundos cambios? Es decir,
¿la dura lucha por la sobrevivencia propia y del grupo familiar en realidades
extranjeras, desconocidas previamente al exilio acaso no tendió a acelerar la
madurez que dan los años, incentivando un juicio crítico muy afinado acerca de
sí, de los pares y de actitudes partidarias de cierta connubitancia con las
dictaduras militares? ¿Cuántos de estos emigrados por sí y por los
desaparecidos -sean parientes, amigos o desconocidos- no abandonaron
definitivamente las filas partidarias para adscribirse a las de las
organizaciones de derechos humanos? Finalmente, ¿acaso todos eran militantes
políticos en el momento de la exclusión? ¿No había entre ellos fundadores y
activistas de entidades de derechos humanos locales e incluso abogados de
presos políticos? ¿No había entre ellos numerosos intelectuales y científicos
de mayor o menor renombre internacional que, aunque comprometidos con la
realidad de su tiempo, no estaban vinculados con las estructuras
político-partidarias?
La
Argentina registró tendencias notoriamente expulsoras durante más de un lustro,
después de iniciada la experiencia isabelista y, de manera más acentuada, con
el ascenso de la dictadura militar procesista.
Los
exiliados se concentraron –por variadas razones- fundamentalmente en Venezuela,
México y países europeos.
Las
proyecciones económico-sociales registradas por esta presencia argentina en el
exterior son heterogéneas, según el influjo de factores endógenos y exógenos.
Mediante
el tejido de redes de solidaridad, el caudal de migrantes políticos hizo el
esfuerzo de instalarse en países desconocidos –a veces con resultados
positivos, a veces con resultados negativos-, de superar una situación de
amenaza, persecución o dureza represiva. Además, registró la sobrecarga de intentar
revertir la situación en la Argentina con la denuncia de lo que pasaba,
filtrándose en todos los intersticios posibles, pidiendo que se movilizaran
resoluciones internacionales.
En
regreso a Argentina comenzó en la segunda mitad de 1982, estimulado por la
decadencia del régimen militar y las perspectivas de una apertura democrática.
Se aceleró en 1983 y, en especial, en 1984, con posterioridad a la asunción del
gobierno civil. En 1985, todavía muchos estaban organizando su retorno, y otros
esperaban, vanamente, alguna colaboración oficial que facilitara su traslado y
su reincorporación productiva al país natal.
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[1]
Respectivamente, Luis Puenzo (1985), Alberto Fisherman (1985), Fernando Pino
Solanas (1986), J. Coscia y G. Saura (1987), Jeannine Meerapfel (1989),
Meerapfel y Chiesa (1995).
[2] Se
agradece el material cedido por Alicia Herbon, de la Asamblea Permanente de
Derechos Humanos, y Enrique Pochat, del Movimiento Ecuménico por los Derechos
Humanos; a quienes accedieron gentilmente a las entrevistas: Raúl Aragón,
Héctor Carlos “Tito” Baggio, José Alberto Baquela, Daniel Betti, Juan José
“Manolo” Canals, Carlos Fidel, Adolfo Gass, Gabriel Jacovkis, Noé Jitrik,
Alicia Levi, Enrique Oteiza, Patricio Rice, Alberto Weiner y Graciela Zaldúa,
sin cuya colaboración el presente trabajo no hubiera podido ser realizado; las valiosas
lecciones y sugerencias del Lic. Jorge Omar Bestene y del maestro Dr. Andrés
Regalsky, de la U.N.L.; la paciente y desinteresada colaboración bibliográfica
de Alicia Bernasconi y Susana Porra del CEMLA. Tampoco puede omitirse la
contribución, no menos importante, a los intentos perseguidos en este trabajo
de: Natalia Jacovkis, que posibilitó la entrevista con el “tío exiliado” en uno
de sus recurrentes viajes a Buenos Aires; de Juan Carlos Aducci, que -a través
de la mediación de Alberto Liparelli- aseguró el encuentro con el “amigo
exiliado en México” en un bar de Palermo Viejo; Carlos Troxler, que hizo un
sucinto y casual informe de sus “familiares exiliados”; y, finalmente, María
Soledad Vallejos, en el análisis fílmico.
[3] Cfr.
Jordán (1993), p. 12-15; Di Tella (1983), p. 106-111; De Riz (1987), p. 78-82.
[4] El 21 de
julio se congregaron unos 80.000, casi todos jóvenes, portando pancartas de la
“tendencia” y los “Montos” frente a la residencia de Perón, que se entrevistó
con algunos de sus dirigentes en presencia del Presidente Provisional y José
López Rega, a quien confirmó en su confianza. Cuatro días después, hubo una
nueva convocatoria en el Parque Saavedra, con similar concurrencia, en
conmemoración a Eva Perón, convertida en una especie de símbolo de la J.P. en
tácito rechazo a “Isabelita”. Igualmente masiva fue la convocatoria el 22 de
agosto, en un acto en Atlanta pare recordar la “Masacre de Trelew” cuya lista
de oradores cerró Mario Firmenich. En contraposición a estas demostraciones, el
31 de agosto la C.G.T. realizó un gran desfile frente a su sede en apoyo de la
fórmula Perón-Perón. La “tendencia” rivalizó con los cegetistas en ese acto.
Cfr. Nuestro Tiempo, 18 (1984), p.
62.
[5] En
septiembre, las ráfagas de ametralladoras de los Montos” cortaron la vida de J.
Rucci, secretario general de la C.G.T.. El asesinato del jefe del Departamento
de Investigaciones Aplicadas de la U.B.A., E. Grinberg. La bomba que, a fines
de octubre, estalló en el despacho del gobernador mendocino Martínez Baca, para
obligarlo a relevar a ministros considerados marxistas. El homicidio casi
paralelo de un militante de la J.P. de Córdoba. Cfr. Idem, p. 63-67.
[6] Se trata
del copamiento del Comando de Sanidad del 6 de septiembre. Tres días después,
el E.R.P. obligó al diario Clarín a
publicar tres solicitadas a toda página para denunciar las próximas elecciones
nacionales como una farsa y ridiculizando a “Isabelita”, López Rega y Lastiri.
El grupo había secuestrado al apoderado del periódico, amenazándolo con matarlo
si no se publicaban sus avisos. El mismo día en que aparecieron las solicitadas
del E.R.P., un grupo de sindicalistas atacó el edificio de Clarín con explosivos y armas cortas, en castigo por su blandura.
Cfr. Clarín, 7/9/73, Clarín 11/9/73 y La Opinión 11/9/73.
[7] Atentados
contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, uno de los abogados
defensores de presos políticos y gremiales durante el régimen militar. Véase
González Jansen (1986), p. 16.
[8] Oscar Bidegain, que renuncia para satisfacer
las exigencias de los bloques de senadores y diputados provinciales
justicialistas, pero, también, de las organizaciones sindicales ante la velada
acusación del P.E.N. acerca de la posible connubitancia con el asalto
protagonizado por el E.R.P.. Cfr. De Riz (1987), p. 151-152.
[9] Renuncia
de estos ocho representantes populares por desacuerdo con el proyecto de
modificación del Código Penal -que buscaba elevar las penas correspondientes a
actividades terroristas- enviado por el P.E.N. después de la intentona de Azul.
Cfr. Idem (1987), p. 157.
[10] Ante la
presión, mediante un paro laboral, de las 62 Organizaciones y la C.G.T.. Cfr. Nuestro Tiempo, 18 (1984), p. 73.
[11] Como
consecuencia del “Navarrazo”. Véase Cavarozzi (1987), p. 56; González Jansen
(1986), p. 112-113.
[12] Véase Nuestro
Tiempo, 18 (1984), p. 74-75.
[13] Véase Di Tella (1983), p. 118-120.
[14] Véase Jordán (1993), p. 17; Di Tella (1983),
p. 124-125; Cavarozzi (1987), p. 87.
[15] Cfr. Jordán (1993), p. 13; Di Tella (1983),
p. 125-126 y 129-130.
[16] Ongaro (gráfico), Tosco (electricista)y
Salamanca (mecánico). Cfr. Torre (1989), p. 112-119.
[17] Cfr. Jordán (1993), p. 18; Torre (1989), p.
129-136; Di Tella (1983), p. 125-127; Cavarozzi (1987), p. 57.
[18] Véase Jordán
(1993), p. 17.
[19] “Yo también había sido objeto de varios ataques
en materia de prensa, de comunicaciones. Primero, como abogado, cuando estaba
en la Federación Gremial de Abogados –la entidad que concentraba a todos los
abogados que habían asumido la defensa de presos políticos durante la dictadura
militar de Onganía, Lanusse y Levingston-. Entonces, como tal, tuve varias
causas –algunas importantes- de los llamados “guerrilleros” u hombres
vinculados a las organizaciones armadas, de oposición, primero, a las
dictaduras –Montoneros, E.R.P. y otros que habían ido surgiendo-. Yo, en
general, asumía todas las defensas que me venían por un principio de ética
profesional, porque entendía perfectamente los motivos y las situaciones que
habían llevado a toda esa juventud, a ese ambiente, a una acción de tipo
subversiva, pero no coincidía –nunca coincidí- con la metodología violenta. En
última instancia, en términos de violencia, paga mucha gente que no tiene nada
que ver con el enfrentamiento, y, aparte, porque más violencia tiene siempre
quien domina el aparato del Estado. Dentro de la Agrupación Gremial de
Abogados, había abogados de todas las tendencias, prácticamente, los únicos que
no quisieron integrarla fueron la gente del Partido Comunista Argentino, pero
sí había intransigentes, radicales, peronistas. Algunos fueron ministros. De
esa actividad, surgió una campaña de carteles: en dos oportunidades, llenaron
toda la zona de Tribunales con afiches evidentemente preparados por los
servicios de informaciones. (...) en el año 72. Decía: ¡Abogados del caos y de
la subversión”, y ahí yo figuraba en una lista en la que era número diez. Los
que estaban antes que yo eran, entre otros, Ortega Peña, Mario Hernández,
Rodolfo Sinigaglia. Algunos de ellos fueron asesinados en el 74 por la Triple A
–como es el caso de Ortega Peña-, y otros fueron secuestrados –como Sinigaglia
y Mario Hernández-. Entonces, cuando empezamos a ver cómo venía esa mano,
pensamos que yo era uno de los que estaba en peligro, sobre todo, era el número
diez de la lista donde había empezado a morir o a desaparecer gente. Y, aparte
de eso, en el año 74, después de que cayó el Ministerio, después de la muerte
de Perón, que asumió Ivanisevich el Ministerio de Educación y Ottalagano como
interventor de la Universidad de Buenos Aires, poco antes de que fuéramos relevados
del cargo, apareció toda una campaña por el centro de Buenos Aires –en la calle
Florida, y demás-, donde aparecía yo con los brazos abiertos diciendo “Mande a
sus hijos al Nacional Buenos Aires, que el rector Aragón los espera”. Entonces,
ahí se decía que yo, a los chicos, los adoctrinaba en el marxismo, les daba
prácticas mentales, y, aparte, las chicas parece que sufrían todo tipo de
ataques sexuales dentro de ese colegio. Y no sé si yo participaba o lo
permitía, no estaba muy claro cuál era mi función dentro de todo eso. Bueno,
esto motivó una reacción de parte de los profesores, sobre todo de la
Asociación de Profesores al frente de la que estaba el Dr. Horacio Sanguinetti
–que ahora es el rector-. El sacó un comunicado repudiando esa acción, porque a
ellos les constaba que todo eso era absolutamente falso, inclusive, los
involucraba a ellos por haber permitido, tolerado, aquellas prácticas sin
denunciarlas”. Raúl Aragón, entrevista efectuada el viernes 8 de febrero de
1996.
“(...) yo tenía que cumplir una obligación docente,
mi contrato de trabajo [en el Colegio de México] y en ese momento [1974],
mientras estaba afuera, ya empezaron las llamadas de la Triple A –estaban mi
mujer y mis hijos, pequeños, solos-. Entonces, ellos decidieron adelantar su viaje
y, analizando la cuestión, determinamos que no teníamos ninguna garantía,
ninguna seguridad, y, pues, nos quedamos en México (...)”. Noé Jitrik,
entrevista realizada el miércoles 20 de mayo de 1996.
“(...) me tuve que (...) exiliar cuando recibí la amenaza
de la Triple A, en 1975, a fines de año”. Enrique Oteiza, entrevista realizada
el viernes 22 de marzo de 1996.
“(...) la amenaza, la situación de extrema
dificultad que vivíamos en La Plata. En mi caso particular, se había
incentivado con el asesinato de mi hermana más chica, que las Tres A mataron
con ocho compañeros del P.S.T., en 1975”. Graciela Zaldúa, entrevista realizada
el sábado 9 de marzo de 1996.
[20] Las víctimas de la violencia represiva de la
Triple A en los años 74 y 75, Carlos Mujica, Rodolfo Ortega Peña, Hugo Hansen,
Liliana Ivanoff, Remo Cretta, Carlos Borromeo Chávez, Alfredo Curuchet,
redujeron especialmente los cuadros de la “tendencia” al sumarse a las del 73,
Enrique Grinberg, Antonio Deleroni y su esposa. Y, asimismo, a los de la vieja
“Resistencia Peronista”, como Julio Troxler entre los sobresalientes, pero
también los extrapartidarios Carlos Zila, Antonio Moses, Dalmacio Mesa
(P.S.T.), Rubén Aldo Poggione (F.J.C.), Ricardo Silca, Raúl Tettamanti, Héctor
Antelo, Reinaldo Roldán (P.R.T.), Silvio Frondizi (P.S.), Carlos Llerena Rosas
(F.I.P.). Los medios de comunicación masiva también se vieron afectados: los
talleres y oficinas de El Mundo y Noticias fueron atacados con explosivos,
algunos periodistas de diversas publicaciones cayeron asesinados y otros, entre
ellos extranjeros, fueron secuestrados y amenazados de muerte. Cfr.
publicaciones nacionales y extranjeras de la época: Clarín, La Prensa, La Nación, La Razón, Noticias, El Mundo, La Opinión, Gente, O Globo, Le Monde, etc.
[21] Cfr. González Jansen (1986), p. 125-134;
Duhalde (1983), p. 47 y 48.
[22] Cfr. Jordán (1993), p. 21-23; González
Jansen (1986), p. 93-106.
[23] Véase Cavarozzi (1987), p. 58.
[24] Véase O’Donnell (1987); Oszlak (1987);
Groisman (1987), Solari Yirigoyen (1983); Jordán (1993), p. 39, 45-48, 57-79,
83-109. Por lo demás, los detalles del programa represivo han sido examinados
por la CONADEP, 1984, y El Diario del
Juicio (junio de 1985-enero de 1986) contiene las transcripciones de las
acusaciones de homicidios, torturas y otros delitos que recayeron sobre la
responsabilidad de los miembros de las Juntas Militares.
[25] Véase Lattes y Oteiza (1986), p. XXIV;
Maletta, Szwarcberg y Schneider (1986), p. 293-294, y Aspecto de la población retornada del exilio, OSEA (1985).
[26] “Yo soy parte de muchos (...) que somos
extranjeros (...) que fuimos expulsados del país en 1976”. Patricio Rice,
entrevista del miércoles 6 de mayo de 1996.
“(...) yo había sido abogado de la CGT de los
Argentinos y abogado personal de Raimundo Ongaro, y él me llamó desde Francia
para decirme que tenía a mi disposición un pasaje de avión para ir a París. Era
un pasaje que él había obtenido en Amnesty International”. Raúl Aragón, Ibid.
“Yo me quedé indocumentado en mayo de 1977, porque
la constitución española no preveía esta situación, desde el gobierno de
Franco, por no haber firmado la Convención de Ginebra sobre refugiados
políticos. Recién en 1979 el nuevo gobierno español modifica y aprueba la nueva
constitución, y ahí España adhiere a la Convención de Ginebra. Entonces, el
Alto Comisionado de la ONU para Refugiados (ACNUR) envía una representante para
darle a todos los exiliados elementos para refugiarse políticamente. Nos
otorgaron un pasaporte (...)”. Casildo Herrera, extraído de La Argentina exiliada, p. 79.
“Entré con mi pasaporte de turista [en España, en
1976], con un permiso que normalmente tienen los turistas de tres meses. Eso me
obligó a renovar el permiso de residencia en la medida que fueron surgiendo
posibilidades. Por ejemplo, se me ocurrió hacer una investigación, en un
momento determinado, sobre el Siglo de Oro Español, eso me dio una excusa para
justificar mi permanencia en el lugar, ahí conseguí un permiso de residencia
por un año. Sino, lo solucionaba saliendo y entrando para que me sellasen el
pasaporte, y volver a tener tres meses”. Alberto Wainer, entrevista realizada
el martes 22 de enero de 1997.
“(...) Yo tenía un hijo [César] que estaba en las 62
Organizaciones, y el resto no incidía, yo no me tuve que ir por mi hijo. A
mí me llamaban [en el año 76], yo había
sido diputado nacional, me llamaban continuamente amenazándome, diciéndome que
el Capitán de las Fuerzas cree que no soy un patriota. ‘Usted se ocupó de la
muerte del obrero’, porque yo denuncié que lo habían asesinado, salió en Crónica, no me pareció una hazaña mía
que salía eso, pero estos señores anotaban esas cosas. Yo me exilié en
Venezuela (...) Eso lo decidió mi partido, decidió que yo tenía que irme por
los riesgos que corría, yo y mi familia. (...) La preocupación que tuvo el
presidente del Comité Nacional en aquel entonces, el doctor Ricardo Balbín,
hizo que se hiciesen todas las gestiones y me consiguieran [primero] el asilo en la Embajada de
Venezuela acá (...)”. Adolfo Gass, entrevista del jueves 14 de marzo de 1996.
“Mi hermano Bernardo Aurelio –mayor que yo- se
exilió [a los 27 años] antes de terminar el 75, igual que mi padre –Bernardo- y
que su hermano mellizo –mi tío Federico-, después que la Triple A mató a Julio,
otro de mis tíos –el que aparece en Operación
Masacre- en septiembre del 75, cuando Isabel pronunciaba un discurso, y que
miembros de la cúpula militar –no me acuerdo quiénes, eso te lo tendría que
decir mi viejo que habló con ellos por su condición de sargento retirado, dado
de baja en 1956, después del levantamiento de Lavalle- no garantizaron la
seguridad de ellos, de sus vidas. Pero mientras que mi padre –por segunda vez-
y mi tío Federico –por primera vez- se autoexiliaron en Latinoamérica, en
México primero los dos, y luego mi viejo bajó a Bolivia, mi hermano Aurelio se
fue a Europa”. Comentario casual de Carlos Troxler, el sábado 11 de enero de
1997, a la autora del presente trabajo, quien acababa de conocer su apellido, a
pesar de tener trato amistoso y comercial con él desde hace, aproximadamente,
unos 14 o 15 años.
[27] “En lugar de viajar directamente a París,
por razones de seguridad, viajamos en barco –el Cristóforo Colombo., sacamos
pasaje aquí, pero lo fuimos a tomar, finalmente, en Río de Janeiro. Fuimos en
ómnibus a Santa Fe, en Santa Fe cambiamos de ómnibus, viajamos un día, fuimos
después a Porto Alegre. En Porto Alegre otra vez cambiamos de ómnibus, fuimos a
San Pablo, donde cambiamos de ómnibus y fuimos a Río de Janeiro. Los pasajeros,
en todo este traslado, éramos argentinos que partíamos rumbo al exilio. En todo
este viaje, todos guardábamos silencio. Tuvimos mucho miedo hasta llegar a
Brasil. Pero ahí, en vez de distendernos, nos invadió la angustia por el
forzoso alejamiento del país”. Raúl Aragón, Ibid.
“Antes de ir a México, fui a Brasil, donde tenía
unos amigos. Para llegar ahí, por razones de seguridad, viajé desde Buenos
Aires hasta el Paraguay, y de allí crucé la frontera”. Carlos Fidel, Ibid.
[28] Entre otros, Graciela Zaldúa y Daniel Betti.
[29] Tales los casos de Enrique Oteiza y Noé
Jitrik.
[30] Entre
ellas, Cámpora, Abal Medina y Adolfo Gass, respectivamente en la embajada de
México y de Venezuela.
[31] “(...) estuve catorce meses preso en la
Argentina (...) Había tomado una decisión muy seria de no abandonar el país,
sean cuales fueran las circunstancias en que me encontrara. Recuerdo que en
esto coincidíamos con otro sindicalista, hoy fallecido, Agustín Tosco, cuando
nos encontramos juntos en la cárcel de Caseros (...) [Pero] el 7 de mayo de
1975, mientras me encontraba una vez más a disposición del Poder Ejecutivo
Nacional, que sería el último de mis arrestos, se iba a producir un hecho muy
desagradable para mí, para mi familia, aunque yo no lo iba a conocer ese día.
El 8 de mayo (...) incomunicado en un calabozo de Villa Devoto, solo y aislado
en una celda de 1,40 por 2,30 en un camastro, estaba escuchando el informativo
de Radio Colonia cuando escuché que mi hijo Alfredo Máximo había sido asesinado
a balazos y su cuerpo encontrado en un lugar del Gran Buenos Aires. Allí replantée
rápidamente mi decisión de quedarme en una cárcel de Caseros, de no salir del
país con mi familia, ese no haberle dicho a mis compañeros y compañeras
sindicalistas, activistas, trabajadores, militantes que podía irme del país y
ser más útil a la causa por la que luchábamos (...) por tanto decidí pedir la
opción constitucional para salir del país.
La entonces presidenta María Estela Martínez de
Perón no la firmó, siendo su deber hacerlo. No sólo no lo hizo, sino que la
ignoró totalmente y tuve que recurrir a través de mis abogados al Poder
Judicial, hasta que un digno juez le ordenó al Poder Ejecutivo que yo pudiera
salir”. Raimundo Ongaro, en La Argentina
exiliada, p. 103-106.
“(...) yo entré a los quince años a trabajar en
SOMISA y un día, a los veinticinco, me sacó la policía, fui a la cárcel, a
disposición del Poder Ejecutivo, el 13 de noviembre del 74. Pedí la opción en
abril del 75, cuando Isabel la reglamentó, reglamentó el derecho de opción,
opción por la cual terminé saliendo el 17 de agosto del 75”. Manolo Canals,
entrevista del lunes 11 de marzo de 1996.
“(...) yo me acogí al opcional (...) Salí de la
Argentina en febrero de 1975, después de haber estado cinco meses preso en la
cárcel de Coronda, provincia de Santa Fe. Eso significa que estuve a disposición
del Poder Ejecutivo Nacional, pero, en mi caso, sin sufrir torturas, solamente
encerrado, y sin sentencia durante todo ese tiempo. (...) yo estaba cubriendo
periodísticamente los sucesos de Villa Constitución (...) Por eso viajé a Santa
Fe, enviado por el P.I. para sacar un artículo en la revista. Y ahí caí, sin
haber estado haciendo más que mi trabajo”. José Alberto Baquela, entrevista del
22 de enero de 1997.
[32] Después de la suspensión por el mencionado
Estatuto, el 29 de marzo de 1976 la Ley 21.275 deja sin efecto todas las
solicitudes de opción con carácter retroactivo cualquiera sea la etapa en que
se encuentre la tramitación. La Ley 21.448 del 27 de octubre del mismo año
establece un plazo de 180 días para la vigencia de la suspensión del derecho de
opción. Paralelamente, la Ley 21.449, también del 27 de octubre de 1976,
dispone que las personas detenidas bajo el P.E.N. pueden solicitar hacer uso
del derecho de opción, pero que el P.E.N. sólo lo concederá a los detenidos que
considere no pondrán en peligro la paz y seguridad de la Nación. Agrega que el
P.E.N. debe resolver las solicitudes en el término de los 90 días de su
presentación, y las denegará cuando llenen las condiciones mencionadas; y que
el interesado, cuando se le niegue el derecho, podrá presentar una nueva
solicitud una vez que hayan transcurrido seis meses de la solicitud anterior.
Esta misma ley estipula que a la persona que usa ese derecho le queda prohibido
regresar hasta que se levante el estado de sitio, salvo que el P.E.N. lo
autorice expresamente o que la persona se constituya detenida ante la autoridad
inmigratoria o policial en el momento del reingreso, agregando que la violación
de dicha prohibición será reprimida con prisión de 4 a 8 años. Posteriormente,
la Ley 21.568 del 30 de abril de 1977 prorroga por 150 días a partir del 1ro.
de mayo de ese año la suspensión del derecho de opción. El estatuto del 1ro. de
septiembre de 1977 crea la Comisión Asesora del Presidente de la Nación con el
objeto de analizar y aconsejar sobre la situación de los arrestados a
disposición del P.E.N.. Cfr. Informe
sobre la situación de los Derechos Humanos..., p. 182 y 183.
[33] El derecho de asilo señala la protección que
un Estado le otorga a un individuo que busca refugio en su territorio o en un
lugar fuera de su territorio. El derecho de asilo se entiende, por
consiguiente, como el derecho que tiene un Estado a otorgar dicha protección,
en virtud del ejercicio de su propia soberanía y con la única condición de
eventuales limitaciones derivadas de convenios de los que forma parte (por
ejemplo, convenios de extradición). Esto no obsta para que en algunas
constituciones de la primera y segunda post-guerra –Constitución Mexicana de
1917, art. 15; Constitución Cubana de 1940, art. 31; Constitución Brasileña de
1946, art. 141; Constitución Italiana de 1947, art. 10; Constitución de la
República Federal Alemana de 1949, art. 16, etc.- se haya sancionado
expresamente un derecho constitucional de asilo político.
Después de la segunda guerra mundial, se desarrolló
una acción encaminada a consolidar el derecho de asilo como un derecho humano
fundamental. Dicho movimiento dio lugar a la firma de convenios y a la adopción
de otros actos no directamente obligatorios.
En el plano de los pactos, se adoptaron: la
Convención de Ginebra del 28 de julio de 1951; el Estatuto de la IRO
(Organización Internacional para los Refugiados), los otros actos
internacionales relativos al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados
(ACNUR) y las dos Convenciones de Caracas entre estados americanos del 28 de
marzo de 1954. Cfr. Bobbio y Matteucci (1991), p. 118 y 119.
[34] “(...) España había modificado la
reglamentación interna, que reordenaba la legislación de fondo que tenían los
españoles -que provenía de la época de Franco-, era, respecto delos
hispanoamericanos, muy generosa: no precisábamos visa, prácticamente te podías
quedar sin presentarte a migraciones el tiempo que querías, y la renovación, en
última instancia, del período de permanencia era automática, prácticamente.
Pero, a partir de fines del 75, durante todo el 76, comenzaron a recibir una
gran cantidad de argentinos que se agregaban a muchos uruguayos y chilenos
(...). Te sobrecargaban de trámites terriblemente engorroso –cada tres meses
tenías que renovar la permanencia, después tu residencia, pero como te tardaban
un mes en el trámite, la renovación, en realidad, era cada dos-, con lo cual
cada dos meses uno se veía envuelto en un sinnúmero de trámites impresionantes,
en los cuales había que presentar certificado de trabajo, había que presentar
una declaración de rentas mínimas (...)”. Carlos “Tito” Baggio, entrevista del
martes 5 de marzo de 1996.
[35] Cfr. Lattes y Oteiza (1986), p. XXIV.
[36] “(...) El tema fue que –yo tenía 30 años,
más o menos- en el año 76 yo trabajaba en una villa, conocida ahora como la
Villa 3, en Villa Soldati. Tenía con otro sacerdote una capilla allá, y bueno,
ahí fui secuestrado, fui detenido, estuve preso -primero fui secuestrado y
después pasé a una detención oficial- y fui torturado. (...) hubo una gran
campaña, en gran parte de afuera: amigos, conocidos, mi familia en Irlanda. La
embajada aquí se movió mucho. Otros sacerdotes, sobre todo un sacerdote
norteamericano que había estado preso en Córdoba, él decidió con mi familia
hacer todo el bochinche posible para lograr algo. Así fue que mi hermano estaba
a punto de amenazar con una huelga de hambre en la embajada argentina en
Dublín, y, por otra parte, de mi pueblo empezaron a escribir muchas cartas. Un
día, yo estaba detenido en La Plata, y me llaman y me dicen ‘Vos te vas’”.
Patricio Rice, Ibid.
Véase, además, la película La historia oficial.
[37] Así, Raúl Aragón, Graciela Zaldúa y Daniel
Betti.
Otro caso es el de la familia de Enrique Oteiza:
“(...) yo me había ido [como profesor visitante a la Universidad de Sussex,
Gran Bretaña], cuando en agosto del 76 hicieron un allanamiento muy violento en
mi casa (...) a mi señora le pegaron, tenía toda la cara morada (...)”.
Por lo demás: “Me fui por persecución política.
Empezaron a mediados del 75, tuve el primer allanamiento en mi domicilio.
Después del golpe, en mayo del 76, me allanaron de nuevo, y, en noviembre del
76, cayó detenido un grupo familiar de amigos y compañeros militantes
políticos, por lo cual se hizo necesario que yo saliera del país”. Carlos
“Tito” Baggio, Ibid.
“En Bahía Blanca, donde estaba radicado, hubo un
proceso fundamental contra la Universidad desde el gobierno democrático que se
concentró en la carrera de Economía (...) por otro lado, desapareció un amigo
mío. Hacia fines de julio del 76, el clima que se vivía en Bahía Blanca era
asfixiante (...) Decidí venirme a Buenos Aires. Y un día después allanaron mi
departamento”. Carlos Fidel, Ibid.
“Nos habían secuestrado y nos fuimos cuando nos
largaron (...) a los tres o cuatro días, en 1976”. Gabriel Jacovkis, entrevista
efectuada el lunes 22 de febrero de 1996.
Véanse, además, las películas El exilio de Gardel, La amiga
y Amigomío.
[38] Deducciones efectuadas no sólo de los
testimonios sino también en base al análisis de un cuadro estadístico y de
porcentajes de 90 encuestados en el Diagnóstico
de la... (1985), p. 2 y 3.
[39] Desde promedios de la segunda década de vida hasta mediados de la quinta, según
se desprende de fuentes de primera y segunda mano. Véanse, además, los films
seleccionados.
[40] Cfr. Lattes y Oteiza (1986), p. XXI y el Diagnóstico de la... (1985), p. 1.
[41] Idem,
Ibid., Véase, además, el testimonio de Ismael Viñas en La Argentina..., p. 65.
[42] “(...) me
financié el pasaje, aunque lo lógico hubiera sido –por las normas
internacionales, cuando se le da la salida, un laissez passer, cuando se obliga
a un exilio...-. Yo nunca lo recuperé, tampoco lo reclamé. También pagué los
pasajes de mi familia: mi esposa, mis dos hijos casados –uno de ellos casado y
con una niña (...) que ahora es abogada, con un chiquito de nueve meses
hermanito de ella y el otro hijo, médico, con la mujer embarazada-. César, el
otro de mis hijos, que estaba en las Organizaciones, no quiso venir. Se quedó y
luego lo mataron”. Adolfo Gass, Ibid.
“(...) yo realmente aquí [Argentina], en ese
momento, estaba pasando por el momento más próspero económico que he tenido en
mi vida. Eso me permitió financiar el viaje con rapidez. Primero el mío, y
luego el de mi familia. Es decir, no contamos con otra ayuda”. Carlos Wainer,
Ibid.
Véase, además, para el caso de financiamiento
privado, el film Amigomío.
“(...) mi mamá habló con el que era entonces el jefe
de personal de SOMISA y le dijo que yo me tenía que ir, pero que no tenía
plata. Entonces, SOMISA hizo una cosa muy rara –por la que nunca pedí
explicaciones, pero, al mismo tiempo, nunca hice una reclamación judicial-:
SOMISA no me podía echar, porque yo estaba preso, estaba solamente suspendido,
por lo tanto, no me podía indemnizar –diez años de indemnización no eran poca
plata-.Al mismo tiempo, yo no quería renunciar porque pensaba que, a lo mejor,
algún día podía volver a trabajar en SOMISA. [Teniendo en cuenta esta
situación] SOMISA me sacó mediante no sé qué sistema un pasaje Buenos
Aires-Caracas. Y le dieron a mi mamá, que era muy humilde, como trescientos
dólares. Mamá pagó cuarenta dólares de deudas que yo tenía, y yo me fui con el
resto”. José “Manolo” Canals, Ibid.
[43] “(...)
Todos llegamos a Venezuela en medio del boom petrolero, aunque esta elección de
país no tuviera necesariamente que ver con que hubiera un boom petrolero, tenía
que ver con que era una de las dos democracias definidas de América Latina.
[Llegué] con ciento sesenta dólares, que era muy
poca plata en Venezuela (...) En realidad, no me alcanzó para nada (...) Yo
salí de aquí [Argentina] con visa de turista, o sea que a los pocos días era un
indocumentado que no podía conseguir trabajo formal. (...) Pero no era el único
(...) Nosotros hacíamos cosas increíbles, desde vender lapiceras en la calle
hasta libros, tareas menores (...) Yo tardé meses en conseguir documentación,
nueve meses (...) Pero tuve un golpe de fortuna, y un argentino –metalúrgico
también, que era presidente de la Central Latinoamericana de Trabajadores
Democristiana- se comunicó conmigo en la agencia de noticias [Interpress],
donde yo trabajaba como mensajero para unos argentinos (...) y me consiguió los
papeles de admisión [en el país]. (...) Yo no viví en Caracas todos esos años.
Viví [a partir de la admisión] en Puerto La Cruz. (...) al principio, fui para
ser el veedor de una empresa de Caracas en la construcción de una nueva
concesionaria [en la que había entrado primero para vender casas rodantes].
[Luego, siempre en Puerto La Cruz] monté una empresita mía, que ya tenían otros
amigos argentinos en Caracas, para colocar cerraduras de seguridad Multilock.
Después trabajé para un grupo francés, vendí casas (...) [Y] en el año 84, unos
meses antes de venirme acá, fui a trabajar a la embajada argentina de Caracas,
para ayudar al nuevo embajador itinerante”. Juan José “Manolo” Canals, Ibid.
“(...) como siempre fui militante político aparte de
mi profesión activa, siempre que hablaba con mi esposa decía ‘Si alguna vez nos
toca irnos del país, yo no voy a tener otro remedio que ser lavacopas’, porque
no con todos los países tenemos convenios donde se nos reconocen los diplomas
(...) Cuando llegué a Venezuela, yo ya tenía sesenta y un años, para lavacopas
no me... Entonces, el diputado, en aquel entonces, el diputado nacional Jaime
Businchi –que después fue Presidente-, que yo había conocido acá, en el
Hospital Italiano, cuando vino a hacer un seminario, me mandó llamar. Y me dijo
‘chico, ¿de qué vas a vivir?’, y le dije ‘bueno, por ahora tengo unos dólares
que me acercaron mis amigos porque no pude sacar nada’, y llamó enseguida por
teléfono, me dijo ‘¿cuál es tu especialidad?’, ‘yo soy ginecólogo y fui hasta
ahora director del Centro de Higiene Materno Infantil’. Entonces, sin
consultarme, le dijo a la secretaria: ‘Llámalo al Ministro de Salud Pública’.
(...) Al día siguiente, yo fui a verlo [y] me dijo: ‘ya estoy haciendo el
decreto nombrándolo Director de Maternidad e Infancia [de mi] Ministerio’. Le
dije ‘no, ministro, yo no vengo acá a ocupar puestos de venezolanos. Veré qué
hago’.
(...) después de un mes, lo llaman a mi hijo
[abogado] de una compañía de equipos médicos y químicos, por una recomendación.
(...) El presidente de esa compañía era argentino, y hacía veinticinco años que
vivía allá, porque había sido ingeniero de petróleo (...) Mi hijo le dice: ‘Yo
de esto no sé, el que es médico es mi padre’ (...) ‘Bueno, que venga tu padre a
hablar con nosotros’. Y yo fui. [A partir de ahí, tras leer temas
cardiológicos] fui visitador médico (...) Cuando, a fin de mes, me pagaron el
sueldo, eran 1200 bolívares, y yo
pagaba de alquiler 2400. Y no protesté (...) ya mis hijos trabajaban (...) Yo
seguí en esa empresa, la línea médica llegó a ser la principal de la compañía,
y yo me fui de Venezuela [en 1982] ganando 12 mil dólares mensuales”. Adolfo
Gass, Ibid.
“(...) en Caracas (...) se dio una oportunidad
laboral muy importante, muy casual. Nosotros, arquitectos, algunos –los menos-
nos dedicamos a hacer concursos de proyectos. Había un concurso; a través de
gente que conocimos –inclusive vinculada a la Argentina- pudimos participar de
ese concurso. Sacamos un segundo [premio], y, entonces, eso posibilitó,
inclusive, la integración laboral. (...) Estuve, también, dando clase en la
Universidad, en Venezuela. (...) allá había logrado armar con mi socio propio
estudio, inclusive (...) fueron pocos los que pudieron trabajar (...) en
especial los médicos, porque les exigían una reválida muy compleja”. Daniel Betti, Ibid.
“(…) Desde ya, inmediatamente que llegué me tenía
que insertar. De alguna manera, las condiciones eran muy favorables en ese
momento en Venezuela para los profesionales argentinos. Fue la etapa de mejor
recepción en ese momento [1975, 1976]. Mi primer trabajo fue por el diario,
hice la entrevista, y entré a un instituto para chicos con problemas
psiquiátricos, y, luego, a otro muy
importante instituto de diagnóstico y atención”. Graciela Zaldúa, Ibid.
“(...) la mayoría [de los argentinos que estaban en
el Comité de Solidaridad de Venezuela] eran profesionales. Esto no significa
que ejercían esa profesión allá. Daniel Betti es arquitecto y estaba en la
Universidad, Sadosky –el científico que introdujo la computación en la
Argentina, hizo otro tanto en la Venezuela de aquellos años- estaba en la
Universidad. Había de distintas profesiones y de distintos trabajos, uno que
era abogado puso una confitería. Otro que era contador puso un taller mecánico
y era muy codiciado por allá. [En Caracas] prácticamente no había talleres
mecánicos, allá se rompía algo, se rompía la bomba de agua y a nadie se le
ocurría arreglarla, le ponían una nueva, porque era la época de la plata dulce
allá, era el boom del petróleo. Llevaban un auto y le decían ‘Bueno, chico,
esto no lo botas’, ‘No lo boto’, y bueno, era muy conocido, era el taller
mecánico de los argentinos. Así que en ese sentido estábamos muy bien”. Adolfo
Gass, Ibid.
“(...) mi amigo Silvercasten –que vino acá para ser
jefe de prensa del entonces Ministro de Economía [Grinspun]- fue allá jefe de
prensa del Sistema Económico Latinoamericano y jefe de economía del diario Nacional, uno de los diarios más
tradicionales de Venezuela”. J. J. “Manolo” Canals, Ibid.
“(...) Tomás Eloy Martínez, [que vivía] en un
edificio que estaba al lado del nuestro, escribía, entre otros, para diarios de
Caracas”. Graciela Zaldúa, Ibid.
Véase, además, Pellegrino (1986), p. 109-118.
[44] Margulis (1986), p. 99.
[45]
“[Algunos] que se habían ido muy jóvenes de aquí [Argentina], con una profesión
muy incipiente, lograron trabajar en la Universidad. (...) el predominio era de
intelectuales. Había, también, otra gente que no era intelectual, pero era más
raro. Había muchachos obreros –no muchos- muy militantes, había algunos que
hicieron comercio. Pero había muchos psicoanalistas, muchos sociólogos, muchos
antropólogos, escritores, mucha gente. Predominio esencialmente intelectual”. Noé Jitrik, Ibid.
“(...) Yo llegué con un empleo –y un empleo bastante
bueno-, que era [en] una institución de post-grado, el Colegio de México, como
profesor invitado. Luego me convirtieron por contrato en profesor visitante.
Pues tenía un buen salario de entrada, y yo no tuve ningún problema económico
(...)”. Noé Jitrik, Ibid.
“En realidad, yo no llegué con ninguna expectativa
[económica] en México. Con esto de que no sabía dónde ir, lo decidí por azar.
Yo no sabía nada de México (...) Tenía la presión de la visa. Me renovaron la
visa por quince días. Y en menos de un mes conseguí trabajo, un buen trabajo,
profesional (...) Lo que no estaba era muy armado para trabajar. Necesitaba un
buen tiempo para descansar, pero no podía porque tenía problemas de visa y de
ingresos (...) El sueldo no era muy alto, pero me alcanzaba para vivir, porque
yo [todavía] estaba solo, no tenía familia (...) Antes de irme, el último año y
medio antes de irme de Argentina, yo no trabajaba como economista porque no
conseguía trabajo. Intenté venir a Buenos Aires [desde Bahía Blanca] a
conseguir trabajo como economista, pero no pude, entre el 75 y el 76. Cuando,
en el 74, me recibí de economista en la
Universidad de Bahía Blanca, me fui a trabajar al sur, a la Universidad del
Comahue. Ahí estuve por más de un año y me echaron, no a mí solo sino a un
grupo grande de profesores. Y, a partir de ahí, ya no conseguí más. Vendí ropa,
es decir, trabajé con mi padre. (...) En México, el Colegio de México me abrió
las puertas. Ahí me contrataron para dictar un curso. Después del Colegio de
México, pasé a trabajar en el sector público de México como planificador
urbano, por presentación de amigos mexicanos (...) o sea, México me permitió
trabajar como economista (...) pero siempre está la limitación de que sos
extranjero. Cada tanto (...) tenía que renovar la visa. (...) además, participé
en talleres literarios. México me dio, también, la posibilidad de enriquecerme
interiormente. También trabajé en la UNAM. Dí clases en la Universidad. Y
estudié posgrado en la UNAM. Y, en el último tiempo, antes de venirme, terminé
como investigador nacional del sistema, que es uno de los cargos más altos de
investigación allá”. Carlos Fidel, Ibid.
“(...) Digamos, yo entré al Colegio [de México] en
el 74, y en el 77, creo, ya fui delegado, representante del Colegio en un
Congreso en los Estados Unidos –y representante del grupo mexicano-. En el 78
me financiaron un viaje a Europa para ir a varios Congresos. En fin, me
trataron exactamente igual que a cualquiera de ellos en lo administrativo, en
lo académico. Formé parte de Cuartos del Colegio, [que son] cuadros
consultivos, cuadros directivos del Colegio (...).
(...) Mi mujer [la escritora Tununa Mercado] y yo
(...) colaboramos en periódicos, en revistas, yo pude organizar una cantidad de
cosas, enseguida, prácticamente en el 76, 77, creo publiqué ya mi primer libro
en México. En total, en México debo haber publicado quince, veinte libros. Ella
empezó a trabajar en periodismo primero, en una revista de actualidad, y, muy
interesante, luego pasó a trabajar en bellas artes, en la crítica de arte
(...)”. Noé Jitrik, Ibid.
Entre otros periodistas exiliados y de brillante
desempeño en México, puede mencionarse a María Seoane, que después de figurar
entre las colaboradoras del desaparecido diario El Mundo en la Argentina, fue articulista del periódico Uno más uno, durante su exilio. Fuente: La Argentina..., p. 129.
Véase, también, Margulis (1986), p. 98 y 99.
[46] “(...) Yo
he visto en el exilio a profesionales, llámese abogados, médicos, ingenieros o
psicólogos, tener que soportar un exilio muy crudo. Tener que vender muñequitos
o biyuta en la costa de España o en determinadas calles (...). Casildo Herrera,
fragmento extraído de La Argentina...,
p. 78.
“Yo hice de todo. Los primeros trabajos que tuve
fueron –como muchos argentinos- intentar ser productor autónomo de alguna cosa
para vender en las ferias, eso es un leit motiv muy común por parte de todos
los exiliados, pienso que, en algún momento, siempre se intentó eso,
probablemente porque era el único medio que se encontraba ahí. [En Europa en
general, y España en particular]. Hacíamos, me acuerdo, cuando recién llegamos,
en el grupo familiar y con algunos amigos, cosas con paño lenci, con tela de
arpillera, que se vendían, no es que se vendían mal. No era para vivir, no
alcanzaba para vivir con eso. Pero, en nuestro delirio de exiliados, nos
habíamos salteado una cosa elemental, que es la relación producción-venta.
Entonces, a nosotros no nos alcanzaba para producir la venta que teníamos:
tardábamos toda la semana para hacer ocho y después, con los ocho que
vendíamos, no nos alcanzaba para vivir. Además, incentivar la producción de un
trabajo puramente artesanal era, prácticamente, imposible, a menos que nos
quedáramos sin dormir (...)”. Héctor Carlos “Tito” Baggio, Ibid.
“(...) hice varias cosas (...) cosí unos vestidos
especiales. En ese momento, la moda ibisenca era todo un grito, eran vestidos
de mucha tela, muy años sesenta (...) Yo cosía para un matrimonio, también
argentino, que los vendía en la costa [española] (...) ellos tenían su mesa y
vendían ropa que hacían ellos, y, como la cosa iba bien para ellos, necesitaban
aumentar la producción. Entonces, contrataron a un par de personas –a mí, y sé
que había un par de chicas más- que les hacían vestidos, collares (...) Por
ejemplo, yo hice muchas vinchas, tiaras, que ella me dijo “en este momento se
están usando vinchas de muchos colores, entrelazadas, mezcladas con perlas’.
Entonces, bajo un patrón que ella me dio, yo iba haciendo, pero mezclando los
colores que a mí me parecía, con perlas o piedras. Las vinchas eran un poco
creación mía, basada en un modelo que no podía variar mucho porque era lo que
se estaba pidiendo.
[Después, por mi cuenta] trabajé unos bolsos de
cuero que vendía en la feria de artesanía de la plaza Santa Ana, en Madrid. Y
también fui a la costa con los bolsos, en una mesa. (...) Lo hice durante
varios años (...) hasta que (...) los costos cambiaron. Y, además, cuando surge
la posibilidad profesional de dedicarme al vestuario, a la escenografía (...)
Mis hijos también participaban, mi hijo y su mujer tejían unas bufandas muy
lindas, eran muy finitas, entrelazadas de distintos colores, tres, cuatro
bufandas, y la base del tejido era con una tricotera, una máquina de tejer. Y
el resto era todo a mano. Sin embargo, eso ahí [en la feria de Santa Ana] no lo
podían vender. Lo vendían aparte, ellos iban por tiendas, locales y lo vendían
(...) Había mucha gente en la plaza de Santa Ana (...) argentina, chilena,
uruguaya (...) Había muchos españoles en la feria, pero había un buen
porcentaje de sudamericanos (...) [Los argentinos] podían ser médicos,
maestros, arquitectos...”. Alicia Levi, entrevista del martes 22 de enero de
1997.
“(...) nuestros hijos [los que mencionó Alicia Levi]
podían vender [en la plaza de Santa Ana], por ejemplo, medias que ellos hacían
tejidas a mano, escarpines, pero no las bufandas [por la utilización de las
máquinas de tejer”. Alberto Wainer, Ibid.
“(...) mi hermano Bernardo [Aurelio], que es el que
me enseñó a trabajar el cuero a mí, se autoexilió en Europa. Y allí vivió
siempre de la artesanía, en algunos momentos con mucho éxito. Lo sé porque,
incluso, yo lo visité hace algunos años en Florencia. El fue adaptando la
producción. Estuvo en España, Francia, Holanda, el norte de Italia. Todavía
está en Florencia, aunque por poco tiempo. Ya está cansado de estar afuera,
está por volver”. Comentario casual de Carlos Troxler, Ibid.
[47] Así, en
España, control de asistencia de espectadores en la puerta de cines
–“cuentaganado”- para distribuidoras de películas; colocación de carteles en
gasolineras, viajando por distintas regiones del país; contratos con
editoriales para escribir libros de diverso tenor; relevamiento de encuestas
callejeras; limpieza y preparación de comidas en guarderías de niños;
empapelado y pintura de paredes; venta ambulante de libros; trabajo en negro de
algunos profesionales, especialmente contadores, en medianas empresas del norte
de Italia; en Francia, carga y descarga de camiones, cocinero para empresas
comerciales... Testimonios de H. C. “Tito” Baggio, Horacio Salas, Alberto
Wainer, Alicia Levi y José Alberto Baquela.
[48] “(...)
vivir en el Norte –o por lo menos en Suecia- significa conseguirse un trabajo
de 6 a 8 horas diarias de lunes a viernes, cobrar un sueldo de 800 a 900
dólares, tener entre 6 y 7 horas de tiempo libre por día, tener asistencia
médica gratis cubierta por el Estado, contar con piletas de natación, campos de
deportes y actividades sociales sostenidas por el municipio, y calcular si este
mes me meto en un crédito a 18 meses para pagar un equipo de video o una
computadora personal (...)”: Julio Fernández Baraibar, extraído de La Argentina..., p. 50.
[49] Entre
otras, importación de pieles de la Argentina para venta al minoreo en la ciudad
de París, explotación de talleres de cerámica y mayólica, pequeñas y medianas
empresas de fletes, apertura de academias particulares de enseñanza de lengua
española en París. Testimonios de José Alberto Baquela, Alicia Levi, H. C.
“Tito” Baggio y Alberto Wainer, Ibid.
[50]
Testimonio de Raúl Aragón, Ibid.
[51] “Algunos
de los egresados de ahí [la O.R.T.] trabajaban en eso, pero yo no, confieso que
no aprendí mucho, pero por lo menos sé el tema de la contabilidad doble (...)
de mi grupo de abogados no nos integramos a la vida profesional (...)
(...) En general, los franceses fueron muy
acogedores –sin regalarnos nada, salvo el primer apoyo económico que tuvimos-,
nos abrieron las puertas del estudio (...) Yo hablo un francés chapurreado.
Los exiliados que nos precedieron –sobre todo los
uruguayos y los chilenos- tuvieron bastante acceso a las cátedras
universitarias; nosotros, cuando llegamos, lo encontramos cerrado, ya estaba
saturado”. Testimonio de Raúl Aragón, Ibid.
“(...) tenía cuarenta y cinco años [al llegar], y
eso implica que en un país como ese yo ya era un hombre mayor para conseguir
trabajo, y mucho menos dentro de mi profesión. Además, y esto también es
importante, no sabía el idioma, no hablaba francés (...)”. Testimonio de José
Alberto Baquela, Ibid.
[52] “(...) yo
salí ya grande, como quien diría, ya cuarenta y cercanos a los cincuenta años,
y ya, en cierto modo, tenía una trayectoria académica. Yo había recibido una
invitación como profesor investigador visitante, de manera que tenía una
situación mucho mejor que las de personas más jóvenes sin un currículum, por
así decirlo, académico más o menos reconocido, por lo cual mis expectativas
–que eran las de poder seguir realizando trabajo universitario de docencia e
investigación en el exterior, tal como siempre lo había hecho en la Argentina-.
Probablemente en mejores condiciones, pues, en la Argentina, siempre las élites
de poder han tenido mucho desprecio por los investigadores, los científicos,
los universitarios, los profesores. Siempre les han pagado mal y reconocido
menos aún. Cuando uno sabe, si ya tiene credenciales, más bien lo que uno
encuentra –si le surgen oportunidades laborales- es que puede trabajar en mucho
mejores condiciones: con mucho mejores sueldos, en lugares con excelentes
bibliotecas, con todo el apoyo necesario para trabajar bien. De manera que mis
expectativas, desde este punto de vista, eran que me iba a poder defender en el
mismo tipo de actividad que era la mía. Si bien me pesaba mucho el hecho de
tener que salir y tener que reiniciarme
–además, después cambié, pasé por tres países, fue reiniciarme tres veces,
pagar derecho de piso tres veces- tan grande. (...)
Estuve en la Universidad de Sussex [Inglaterra] casi
cuatro años, y de ahí me fui a Caracas, a Venezuela, donde estuve casi seis
años. Me tocó organizar un centro regional de la UNESCO para América Latina en
el Caribe, en la especialidad de Educación Superior, un centro nuevo que estableció
la UNESCO en ese momento por convenio con el gobierno de Venezuela, un centro
que ahora no existe. (...) Fue un trabajo en el que aprendí mucho (...) conocí
mucho América Latina y el Caribe, lo cual siempre me interesó, y reforzó mi
americanismo.
[Después] Naciones Unidas me ofreció dirigir un
instituto, en Ginebra, de investigación sobre problemas sociales de desarrollo,
con cobertura ya general de Naciones Unidas para toda la región. Así que fue,
para mí, una experiencia muy importante que me permitió trabajar y moverme
bastante por Africa, por Asia, siempre en vinculación con proyectos y en
trabajos. En realidad, de los once años y medio que estuve, salvo un año que
tuve contrato por dos años, siempre estuve con contratos anuales (...) Siempre
tenía que estar pasando examen (...)”. Enrique Oteiza, Ibid.
“(...) había periodistas argentinos exiliados que
trabajaban en diarios de Europa”. Raúl Aragón, Ibid.
En Europa, por ejemplo, Osvaldo Soriano tuvo un
feliz desempeño: estuvo entre los redactores de Le Monde, Libération, Le Canard Echainé, Il Manifesto y Panorama.
En España publicó No habrá más penas ni
olvidos, en 1979, aunque este libro lo escribió en la Argentina del 75, y,
luego, Cuarteles de invierno. Cfr.: Página/12, Buenos Aires, jueves 30 de
enero de 1997. Año 10, número 2988, p. 2 y 3.
“(...) a los veinticinco, treinta años (...) uno
puede pensar ‘Bueno, me arremango, hago un esfuerzo, pero incluso es el momento
en que, si me muevo bien, por ahí puedo hacer un posgrado, terminar mi... y
transformar el exilio que siempre es penoso, doloroso, en una oportunidad para
formarme’. Eso, muchos que pudieron lo hicieron; muchos que vieron claramente,
se fijaron el objetivo, se esforzaron y lo hicieron. Otros, les hubiera gustado
poder hacerlo, no tuvieron las oportunidades. Y otros no se lo plantearon,
porque en muchos casos hay que trabajar y estudiar, implica un sacrificio muy
grande (...)”. Enrique Oteiza, Ibid.
“(...) me convalidaron el título sin mayor problema.
[No tenía ninguna expectativa socioeconómica. Fue llegar y buscar trabajo de
todo tipo, tanto en el gremio de la medicina como cosas colaterales. No
solamente en hospitales, sino en laboratorios, traducciones mi compañera, y yo
también dando clases de música. Finalmente, salió rápidamente el trabajo para
los dos. A mí me salió trabajo en un hospital como médico residente, y mi
compañera consiguió rápidamente trabajo como traductora, mientras terminaba la
carrera. (...) muchos compañeros no podían trabajar porque había trabas
legales. Es decir, no te daban la residencia si no tenías trabajo, y no te
daban trabajo si no tenías la residencia. Era un absurdo. Pero las empresas,
cuando les interesaba, obviaban ese absurdo. Por ejemplo, a mí, el Hospital de
la Santa Cruz de San Pablo –que es un hospital bastante importante de
Barcelona- me dio el trabajo sin que yo tuviera la residencia, y después recién
me dieron la residencia.
El puesto era de médico residente. Y después llegué
a ser jefe de médicos residentes. Hice la especialidad de médico anestesista”.
Gabriel Jacovkis, Ibid.
[53] “(...) y
yo no era una persona famosa, ni conocida, ni ampliamente conocida en el
ambiente teatral argentino, pero era una persona de la que ya se empezaba a
hablar, ya había sectores que me reconocían. Es decir que eso, que me había
costado mucho tiempo ganar, yo sabía que
iba a un lugar donde, de nuevo, iba a tener que dar examen, presentarme
y pasar la prueba nuevamente. Pero, además, y creo que más importante, era que
el alejarme de mi país había producido como una especie de amnesia sobre las
herramientas, sobre los conocimientos de mi profesión. Yo me sentía una persona
que se había olvidado cómo se escribía, por ejemplo, cómo se formaba o dirigía
un actor. Era como si una cosa muy pesada hubiera cubierto mi cabeza realmente
(...)”. Alberto Wainer, Ibid.
Entre los comentarios de Horacio Salas –durante su
exilio madrileño- a periodistas argentinos, hay uno poder demás sugestivo: “En
mi caso personal siempre me dediqué a investigar sobre la realidad de Buenos
Aires, mi ciudad, sobre los temas populares de Buenos Aires. Eso es obvio que
no lo puedo hacer desde aquí, en Madrid, y esa posibilidad me desgarra”.
Extraído de Nuestro..., 19, p. 38.
[54] Cfr. Oubiña (1994), p. 74.
[55] “(...)
Poco a poco, incluso con la ayuda de una terapia, logré ir abriendo estas
tinieblas, despejármelas un cachito. Empecé escribiendo, me animé a escribir.
Empecé conectándome con gente, dando clases en distintos lugares, en distintos
centros teatrales (...) Eso propició mi primera puesta importante en Madrid.
Con importante me refiero a que fue bastante exitosa, y que se hizo en un lugar
que se llama Centro Cultural de la Villa, que vendría a ser como el [Teatro
General] San Martín aquí, o sea, el teatro municipal de Madrid. Ahí hicimos una
obra de una autora que se llama Paloma Pedrero, que había sido Premio Tirso de
Molina, La llamada de Laureen, y
bueno, de alguna manera ya me ví instalado en la profesión. Eso permitió que,
poco a poco, fuera posible realizar un viejo sueño que yo tenía, que era tener
mi propia escuela y mi propio teatro. Entonces, con la colaboración de mis
alumnos, de gente allegada a la profesión, etc, fundé el Teatro Estudio de
Madrid, en el que desarrollé mi trabajo hasta que regresé a Buenos Aires. El
Teatro, de todas maneras, sigue funcionando, ahora lo dirige mi hija”. Alberto
Wainer, Ibid.
Véase, también, el film La amiga.
[56] Así, Luis
Felipe Noé y el cordobés Garaycochea, quienes, en momentos distintos durante el
exilio, se acreditaron bienales parisinas.
[57] Según se
desprende de las fuentes, especialmente de primera mano, aunque también de
segunda mano. Las excepciones, obviamente, no faltan. Así, entre otras,
aquellas figuras notables de las ciencias duras y sociales que alquilaron
viviendas de mayor comodidad a poco de arribar, próximas a los centros
académicos en que se desempeñaban. Pero algunas optaron por la sobriedad. En
realidad, no querían “malacostumbrarse” porque pensaban volver. Lo que sí
hicieron fue ahorrar para, luego, comprarse un departamento en el país natal,
como Enrique Oteiza.
[58]
Testimonios de Raúl Aragón, Ibid., y José Alberto Baquela, Ibid. Véase, además,
la película de Solanas.
[59] “(...) en
Italia me independizo de mi familia y (...) me caso con un argentino”.
El era artesano (...) Pusimos nuestra casa y nuestro
taller lo más cálido y confortable posible (...)”. Verónica Giussani, extraído
de La Argentina..., p. 58 y 60.
“[La problemática] más común es la ruptura de
pareja, es el leit motiv de todo el exilio”. H.C. “Tito” Baggio, Ibid.
“Otra de las cosas que pasaron en el exilio es la
separación. Uno le echa la culpa al exilio como si no se hubiese separado si no
existiera el exilio; pero... se agudizan crisis...”. Norman Briski, extraído de
La Argentina..., p. 21.
“Por supuesto, atravesamos una brutal crisis en
nuestra relación de pareja. Lo que ocurre, creo entender, es que de repente te
encontrás carente de todos los filtros y amortiguadores que te da vivir en tu
país: la familia, el trabajo, la militancia, los amigos. Y te encontrás
absolutamente a solas con tus fantasmas. Has convivido con ellos durante años,
pero sin darte cuenta que están ahí. Y de pronto brotan y quedan sueltos
bailando una danza obscena. Creo que también juegan en este sentido la
situación de extrañamiento, de encontrarte en tierra extraña. Como nadie te
conoce, jugás con la fantasía de hacer lo que se te dé la mismísima gana.
(...) De todas maneras, en mi caso esta crisis no
terminó con la separación (...)”. Julio Fernández Baraibar, Ibid., p. 45-48.
“En México, conocí a mi mujer. Ella venía de Estados
Unidos, es uruguaya (...) En México nacieron mis hijos”. Carlos Fidel, Ibid.
“(...) un hijo mío es argentino, el otro es
venezolano (...)”. Graciela Zaldúa, Ibid.
Véanse, además, Diagnóstico
de la... (1985), p. 1-2 y 6; y los films El exilio de... y Mirta....
[60]La
presente proyección surge del análisis de las fuentes de primera y segunda
mano. Véanse, además, los films de Solanas y Meerapfel.
[61]”(...) los
hijos se adaptaron (...) mucho más rápido que los padres (...) yendo al colegio
(...)”.
“Volví después de cumplir mi compromiso con Naciones
Unidas”. Enrique Oteiza, Ibid.
“(...) dos de mis hijos -el mayor y la menor- no
regresaron con nosotros, se quedaron en Francia. El mayor formó su familia con
una francesa y allí nacieron sus dos hijos. La menor, licenciada en relaciones
humanas [sus otros tres hermanos estudiaron, también, en la Universidad de
París], se desempeña con éxito profesional y, aunque todavía no tiene chicos,
está casada con un francés. Pero estamos siempre en contactos: en estos días,
mi hijo está en casa con su familia (...)”. José Alberto Baquela, Ibid.
“(...) venirse y dejar un hijo chiquito allá con tu
ex mujer, la madre de tu hijo (...) es
difícil”. H. C. “Tito” Baggio, Ibid.
“(,,,) y entonces nos vinimos, alquilamos un departamento,
yo tuve que regresar a Venezuela porque tenía un trabajo profesional muy
estructurado. (...) a los tres o cuatro meses regresé definitivamente”. Daniel Betti, Ibid.
“Bueno, aquí estoy. Volví. ¿Y ahora qué hago?”.
Virginia Giussani, Op. cit., p. 61.
Véanse, además, las películas El exilio de..., Mirta...,
La amiga y Amigomío.
[62]Este
tópico resulta de la afinidad de los testimonios de primera mano al planteo:
¿qué funciones, además de las políticas, cumplimentaban los Comités?, y,
¿además, cómo definirías a la Casa Argentina, y por qué?, en el caso de algunos
responsables de la apertura de dicho núcleo madrileño. Asimismo, en relación al
primero de los interrogantes, se registran coincidencias en algunos de los
testimonios de segunda mano seleccionados acerca de las actividades
psicosociales desarrolladas.
Véase, además, El
exilio... .
[63]”Inmediatamente
que llegué [a Perú], me puse a denunciar todos los medios de comunicación
posibles -en todas las instituciones sindicales y políticas con las que logré
contactarme, con representantes de otros países, sin excluir embajadas- la
escalada terrorista que se producía en la Argentina, particularmente de la
Triple A (...) Llamaba a generar un Frente de Liberación Nacional que para
diciembre de 1976 -fecha en que estaban previstas las elecciones- pudiera
suplantar con eficacia al desgobierno total de la ex presidente María Estela
Martínez de Perón (...)
Al llegar enero de 1976, realicé mi primera gira
europea tras esta salida de la Argentina (...) En este periplo seguí con las
denuncias (...)
[Ante la inseguridad imperante en el Perú, después
de la caída de Velazco Alvarado] en junio de 1976 decidí trasladarme de nuevo a
Europa. [Estaba] convencido de que era la caja de resonancia mundial para poder
hacer una tarea eficaz a favor de lo que sucedía en la Argentina contra la
dictadura militar y su secuela de presos, de muertos y de desaparecidos (...)
[Desde] París (...) me dediqué a caminar Europa,
Africa, América Latina, país por país, foro por foro, congreso por congreso,
seminarios, coloquios, conferencias, reuniones de la O.I.T. (...) Recuerdo que
una de ellas [en Londres] fue para solicitar en particular el esclarecimiento
de la situación del profesor Alfredo Bravo que estaba desaparecido (...)”.
Raimundo Ongaro, Op. cit.., p.
109-114.
“La militancia política en el exterior fue una
obligación que asumí no bien empecé el destierro. Trabajé -al igual que otros y
junto a otros- para hacer conocer las raíces y las aspiraciones democráticas
del país en momentos en que muchas embajadas difundían una versión favorable al
absolutismo, tratando de demostrar que en la Argentina la dictadura era un mal
necesario que el pueblo aceptaba a gusto. En tal misión me entrevisté y alterné
con líderes políticos, jefes de Estado, ministros, funcionarios, intelectuales,
autoridades religiosas y dirigentes sindicales. En todos encontré receptividad
y una gran comprensión y solidaridad hacia nuestro pueblo. Recorrí muchos
países, asistí a reuniones y congresos (...).
Los exiliados argentinos, en líneas generales, han
vivido pensando y trabajando para el país (...) Pero también convivía con
nosotros una gran comunidad latinoamericana con la que compartíamos las
luchas”. Hipólito Solari Yirigoyen, Op.
cit., p. 139.
[64] Entre las
movilizaciones, puede contarse la Marcha Blanca de París que contó con la
asistencia no sólo de exiliados -inclusive residentes de países vecinos a
Francia-, sino también de representantes de organismos de derechos humanos
internacionales y argentinos. Véase al respecto la película de Solanas.
Asimismo, se registraron movilizaciones y actos de
protesta frente a las embajadas argentinas -especialmente en los países de
Europa y Latinoamérica- organizados por el exilio, por ejemplo, todos los 24 de
marzo.
Las publicaciones constituyen todo un tema, no sólo
por la importancia que tienen para este tipo de estudio de este tipo de
proyecciones, sino, también, por las dificultades de acceso planteadas. Este
último aspecto constituye, en consecuencia, la punta de la madeja porque sino
se dispone de materiales suficientes tanto en número, tipo y variedad de marco
geográfico de procedencia, ¿cómo puede encararse seriamente su análisis? Se
hace ineludible, entonces, el interrogante acerca de las motivaciones de las
dificultades precitadas. Bien, la respuesta está en el encadenamiento de
factores vinculados, por ende, a las circunstancias que hicieron posible su
aparición y a su funcionalidad. Así, por un lado, las publicaciones tienen
variadas formas y distintos responsables: artículos aparecidos en diarios y
revistas de los países recepcionantes, escritos ya sea por los periodistas
locales conectados con los grupos de migrantes políticos, ya sea por
periodistas argentinos exiliados, más solicitadas de entidades civiles, y
cuadernillos -sin excluir la circulación de fotocopias o impresos en
computadoras- redactados y financiados por miembros de las agrupaciones,
mediante colaboración directa o indirecta de nativos del país en cuestión. Esto
último implica, simultáneamente, un escaso número de ejemplares y el
consiguiente pasaje de mano en mano para cubrir la información colectiva. Por
otra parte, deben tenerse en cuenta tanto los traslados, por distintas razones,
de no pocos emigrados políticos, incluso a distintos continentes, la desaparición
de la problemática nacional a partir del inicio de la transición, como la
complejidad de la ‘operación retorno’. Y, al menos en un caso evocado -Noé
Jitrik, a la Academia Mexicana de Derechos Humanos-, la donación, con fines
investigativos, del archivo de la agrupación a alguna institución del país de
permanencia. Sin embargo, a pesar de los obstáculos, se dispone de fuentes de
segunda mano publicadas por los responsables de La Argentina..., pero también de otras de primera mano. Estas
últimas, en nuestro caso, se deben a la generosidad del matrimonio -Graciela y
Daniel- Betti. La escasa extensión del espacio disponible nos obliga,
simplemente, a explicitar los tipos de materiales: artículos periodísticos en
importantes diarios venezolanos denunciando las atrocidades procesistas;
solicitadas de entidades civiles con idénticos fines; Informe de la Situación Argentina entregado conjuntamente a
periodistas venezolanos, en vísperas de su viaje a Buenos Aires para cubrir el
Mundial de Fútbol de 1978, por el “Comité de Solidaridad con el Pueblo
Argentino” y el “Comité Argentino”; denuncias de los negros sucesos argentinos
por distintas entidades civiles, y solicitadas de distinta extensión, en
periódicos, acerca de los muertos y desaparecidos por el “Comité Argentino”, en
oportunidad de la visita de Videla a Caracas... más un facsímil impreso por la
C.A.S. (Comisión Argentina de Solidaridad) de México.
[65] “(...)
nosotros, al fin, en Caracas tuvimos un solo Comité, pero al principio se
rompieron dos Comités. Yo, personalmente, rompí uno apenas llegué, junto con la
ayuda de un viejo amigo, el Toto Franco, que es de la Resistencia Peronista
(...) nos encontramos con la sorpresa de que había allí un pequeño grupo de
gente del E.R.P., un pequeño grupo de gente de Montoneros (...) primeros meses
del 76, antes del golpe (...) Y, paradójicamente, los Montoneros y los del
E.R.P. plantean que hay que seleccionar las denuncias que se van a hacer para
excluir, de allí, a quienes hayan muerto en combate, es decir, a quienes
opusieron resistencia armada a su detención, a esto se le llamaba en ese
momento muertos en combate (...)”. “Manolo” Canals, Ibid.
“[En Madrid] había problemas internos por quién
hegemonizada, por proyectos políticos y, al mismo tiempo, porque estas organizaciones
políticas muchas veces -las que hegemonizaban (...)- no habían producido
todavía la necesaria autocrítica respecto del desastre que habían producido sus
conducciones. Montoneros, por ejemplo. (...) Yo, que no pertenecía a esa
organización, por ejemplo, pero sí me interesaba hacer denuncia, no tenía más
remedio que estar, en minoría, dentro del Comité de Solidaridad. O si no
borrarme. (...) Seguí hasta que agonizó (...) a partir del 79, 78, ya no
quedaba casi nadie (...)”. H.C. “Tito” Baggio, Ibid.
“(...) y cuando llegué yo, bueno (...) era el más
importante, porque venía de ser diputado nacional, había sido embajador, la
gente me conocía, pero todos eran jóvenes (...) Entonces, lo decidieron, se
reunieron y vinieron todos a mi casa (...) a decirme ‘Usted (...) es nuestro
presidente’ (...) Yo acepté gozoso (...) Pero había otra comisión anterior
(...) eran chicos de las Organizaciones (...) pero después se vinieron con
nosotros. Entonces, yo fui presidente de todos los exiliados sin discriminación
de ideas políticas, no hablábamos de ... cada uno sabía quién era quién. Los
que éramos minoría éramos los radicales, la mayoría, lógicamente, era
peronista”. Adolfo Gass, Ibid.
“(...) las actividades de denuncia eran, en cierto
modo, básicas (...) La gente, no toda tiene el mismo espíritu de militancia, de
tiempo o de lo que sea, para algunos era demencial que algunos -nosotros,
nuestros amigos- tuviéramos tres, cuatro reuniones semanales que terminaban a
las tres, cuatro de la mañana. (...) pero los otros tenían cabida en otros
rubros. La idea era tener una entidad más o menos fuerte (...) de hecho, cuando
los Montoneros empezaron a disolverse (...) caían a nosotros, venían a la
C.A.S. (...) Poco a poco, fue el único centro. Ya en los momentos más complicados,
por ejemplo cuando las Malvinas, las asambleas que se hacían (...) estaban así
de argentinos, había doscientos, trescientos compañeros de todas las tendencias
que disentían a muerte (...)”. Noé Jitrik, presidente de la C.A.S., Ibid.
[66] Según se
desprende de los testimonios de primera mano.
[67] Entre
otros, Reina Pastor, el ingeniero Togneri, Carlos Malamud, H.C. “Tito” Baggio y
Marcelo Brindizi. Ha sido imposible conseguir algún número de esta publicación
a efectos de especificar un comentario analítico, por los factores ya
señalados.
[68]
Compuesto, aproximadamente, por treinta profesionales de distintas tendencias
ideológicas, entre ellos H. Solari Yrigoyen, R. Aragón, L.Garzón Maceda, R.
Tello, M. Federico.
[69] Entre
otros testimonios: Raúl Aragón, Ibid., e Hipólito Solari Yrigoyen, Op. cit.., p. 140.
[70]
Testimonio de uno de sus organizadores y participantes: el irlandés Patricio
Rice, del M.E.D.H.