El último exilio argentino del siglo XX

Dra. Margarita E. Giménez

Departamento de  Historia, Colegio Nacional de Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires

 

 “... los dolores del exilio, ese dolor que uno lleva -permanentemente- de la expulsión, el hecho de que uno se tuvo que ir por la fuerza es totalmente distinto a emigrar por decisión propia. Es una especie de dolor de todos los días. Es decir, no pasa un solo día en donde en algún momento a uno le venga esto: esta especie de dolor de estar en esta situación forzada y estar privado de estar en su lugar, en su medio, y cortado de participar en esta sociedad... además de la familia, los amigos. Es una amputación. Y, bueno, reconstruir la vida afuera”.

Enrique Oteiza


 

El alejamiento del propio país por razones políticas ha sido una constante en la Argentina desde las etapas fundacionales decimonónicas. En los contemporáneos años setenta, el país genera una progresiva emigración involuntaria -motivada por temores fundados- que incluye tanto a nativos como a extranjeros residentes de ambos sexos y diversas edades, estados civiles y ocupaciones. Este desplazamiento masivo registra destinos diferentes. También el status jurídico de estos exiliados en los países recepcionantes es heterogéneo, así como las posibilidades económico-sociales abiertas, mientras que, en el plano político, la cobertura solidaria para las denuncias acerca de los lamentables sucesos argentinos fue amplia y generalizada.

Las peculiares características del último exilio no han concitado, hasta el presente, el interés de los cientistas sociales. Sin embargo, hay interesantes excepciones que, aunque referidas a problemáticas de regreso al país, no omiten algunas referencias a la cuestión. Así, cinco estudios: uno de Héctor Maletta y Frida Szwarcberg sobre aspectos económicos y psicosociales del retorno (1985); otro de los mismos autores más Rosalía Schneider que ahonda en los aspectos psicosociales del retorno (1986); el tercero constituye una compilación reunida por Alfredo E Lattes y Enrique Oteiza acerca de la democratización y retorno de expatriados en el período 1955-1984 (1986); el cuarto, de Enrique Oteiza y Roberto Aruj, está centrado en las problemáticas de retorno de los hijos del exilio (1987); y finalmente, el quinto, de Lelio Mármora y Jorge Gurrieri, es un pormenorizado estudio comparativo acerca de las disímiles respuestas brindadas por las sociedades argentina y uruguaya ante el retorno de sus migrantes políticos, que culmina con el respectivo balance de los resultados (1988).

En lo referente a las expresiones artísticas, el cine ofrece al menos seis planteos diferentes de la cuestión mediante La historia oficial, Los días de junio, Tangos. El exilio de Gardel, Sentimientos. Mirta de Liniers a Estambul, La amiga y Amigomío[1]. En el film de Puenzo, el exilio con toda su carga dramática y humana se encarna en una mujer, Ana, que opera como disparador sobre su amiga Alicia, impulsándola a penetrar la realidad para enfrentarla a una revelación que trastocaría su vida. Fischerman presenta, en cambio, la problemática relación entre “los que se fueron” y “los que se quedaron”, mediatizada en el reencuentro de cuatro amigos, mientras agoniza el Proceso: un actor que ha puesto fin a su exilio, un médico, un abogado y un librero que permanecieron en el país. Las dificultades de reinserción presentes, pero también con proyección al futuro, del que ha retornado sólo serán superadas cuando comparta el pasado recientemente vivido por sus tres entrañables compañeros de la infancia: la represión cultural, las desapariciones de otros amigos -con el consecuente miedo por sí y por la suerte de los otros-, el secuestro temporal. Solanas, por su parte, focaliza el compromiso político, las dificultades económicas y las que presenta el proceso de adaptación de un grupo de artistas e intelectuales en Francia. Estos participan activamente en el movimiento de exiliados latinoamericanos y en un Comité de Solidaridad, con el dual objetivo de denunciar y resolver la grave situación en la Argentina. En tanto, la película de Coscia y Saura confronta las heterogéneas conductas y actitudes de un reducido número de ex-universitarios exiliados -por causas ya políticas, ya afectivas- en Suecia: compromiso o no compromiso político, sufrimiento por la suerte de los compañeros desaparecidos o por el temor a la delación, la adaptación y sus dificultades. Por otra parte, en el film de Meerapfel la confrontación permanencia-partida, es decir, la dicotómica forma de vivenciar los negros tiempos republicanos, reaparece impregnada con la mutua incomprensión de sus protagonistas. En este caso, dos mujeres estrechamente unidas a pesar de las diferencias que las separan, por las aventuras y desventuras infantiles compartidas. Una de ellas se transforma en activa militante de las Madres de Plaza de Mayo al derrumbarse un cálido y simplista micromundo, en el Quilmes natal, tras la desaparición del mayor de sus hijos y el alejamiento del segundo ante temores no infundados. La otra, para escapar de las amenazas telefónicas y atentados en el teatro, pasa de actriz mimada y exitosa en el medio nacional al oscurantismo escénico en un cafetín de la Alemania de sus mayores, sin poder recuperar el brillo de antaño al retornar al país. Finalmente, la realización de Meerapfel y Chiesa presenta el próspero exilio en Ecuador de un joven padre y su hijo -incluyendo los problemas en el viaje, así como un pantallazo de la situación latinoamericana-, dos protagonistas ingenuos que sufren con impotencia la desaparición de un ser querido y la necesidad de su presencia. Las películas precitadas, a excepción de Tangos. El exilio de Gardel, no muestran relaciones de solidaridad.

El periodismo, a través de Daniel Parcero, Marcelo Helfgot y Diego Dulce, aporta testimonios de variados exiliados -escritores, artistas, gremialistas, comunicadores sociales y políticos- no sólo con divergencias en materia de marcos geográficos y momentos políticos, pre o post reapertura democrática, sino también de técnicas -entrevistas ya abiertas, ya pautadas-. Asimismo, ofrece un breve apéndice documental que ilustra la incesante y febril actividad de los emigrados políticos en el exterior, respecto de la denuncia de los excesos dictatoriales. El libro -aunque carente de marco teórico e interpretativo- resulta, sin duda, valioso, puesto que cumplimenta el propósito de sus autores: describir el exilio, a través de una variedad de protagonistas.

El presente trabajo intentará ahondar en las situaciones que acompañan al exilio en sus principales marcos geográficos: problemáticas económico-sociales y proyecciones políticas. Para ello, se ha recurrido a testimonios -algunos de primera mano, otros extraídos de La Argentina exiliada-, así como a fuentes fílmicas y periodísticas[2].

 

El marco de la exclusión

 

La disyuntiva ¿la “patria peronista” o la “patria socialista”? signaba la división latente del reciente oficialismo, en mayo de 1973.

Los sucesos de Ezeiza agudizaron las tensiones internas del peronismo. Las derivaciones de los cambios en la cúpula gubernamental no contribuyeron al apaciguamiento. La “tendencia” y los “Montos”, al verse impulsados en una espiral regresiva, después del auge experimentado por Cámpora, acentuaron la confrontación de fuerzas con el ascendente ala derecha[3]. Así, las movilizaciones masivas[4] y las expresiones agresivas en los medios de comunicación masiva abonaron hechos de violencia entre las dos facciones[5].

La reanudación de las actividades subversivas del E.R.P., a principios de septiembre, no sólo encontró la exitosa respuesta militar, sino, también en algún caso, la represalia de un grupo de sindicalistas ortodoxos, pero en perjuicio del damnificado[6].

El clima nacional se enrareció aún más con la emergencia pública de la “Alianza Anticomunista Argentina”. Esta organización parapolicial evidenció con su primer atentado público la intención de abarcar en su accionar a quienes fueran considerados portadores de un ideario pluralista[7], y no solamente a la izquierda peronista.

Este y otros hechos del mismo tenor jalonan la conclusión de 1973, constituyéndose, así, en prolegómenos de los sombríos restantes años de la década e inicio de los ochenta.

La ofensiva de las derechas destinada a desalojar a la “tendencia” de posiciones gubernamentales recrudece a principios de 1974, después del frustrado asalto del E.R.P. a la guarnición militar de Azul. Así, la J.P. pierde al gobernador afín de la provincia de Buenos Aires[8],  bancas de diputados en el Congreso Nacional[9], y, posteriormente, cargos funcionariales en Salta[10], y el poder ejecutivo en la provincia mediterránea[11]. Las movilizaciones y nuevos hechos armados[12]  no evitaron el declive de la fracción revolucionaria, profundizado por la ruptura del 1º de mayo con el viejo líder[13].

La consolidación de la extrema derecha en el segundo semestre del año, después de la muerte del Presidente, acentúa el cambio de ritmo. Mientras que el peronismo histórico queda marginado del gabinete[14], se disponen nuevas intervenciones federales a las provincias con gobernadores vinculados a la “tendencia”. En la Universidad de Buenos Aires, la purga impuesta por el interventor Ottalagano no sólo afecta a involucrados en los cursos de adoctrinamiento, sino, también, a académicos de vanguardia[15]. Otras casas nacionales de estudios superiores tampoco se eximen del cierre requerido durante varias semanas para la “limpieza ideológica”. La marginación de numerosos científicos e intelectuales –que, en muchos casos, habían sido también amenazados por la Triple A- alimentó la primera oleada migratoria del período.

El Ministerio de Trabajo, sustentado en la lealtad peronista de las bases, maniobra logrando desplazar a dirigentes gremiales combativos del interior[16]. Por otra parte, la concepción autoritaria del poder, que anima al grupo presidencial, levanta el antagonismo de los líderes sindicales oficialistas condenados a un reforzado aislamiento político[17].

La actuación desembozada de la Triple A marca el aumento vertiginoso de los atentados a locales de la “tendencia” y de partidos de izquierda, e incluye la destrucción de las oficinas de la Asociación Gremial de Abogados[18]. También el hostigamiento[19], la represión, el secuestro y muerte sufridos por militantes contestatarios, sindicalistas, clasistas, religiosos, profesionales e intelectuales progresistas[20], así como por integrantes de las células subversivas[21]. Se acrecientan, paralelamente, los ataques de Montoneros y del E.R.P. en el marco del estado de sitio.

La destitución forzosa del Ministro de Bienestar Social, López Rega, ante el fracaso del “Rodrigazo” señala el fin de la organización parapolicial que procreara con la complicidad de factores internos y externos[22]. Sin embargo, la violencia continuó impregnando cada vez más frecuentemente el escenario argentino. La desarticulada situación económica incrementó la conflictividad. El miedo y la decepción promovieron el repliegue de los sectores movilizados a partir de 1969[23].

El golpe de Estado del 76 profundiza la cruenta situación. El Proceso de Reorganización Nacional se propone transformar la morfología social y política del país actuando fuera de los límites del sistema constitucional. Así, el mesianismo militar opone el terrorismo estatal no sólo a los guerrilleros urbanos y rurales, a sus familiares y amigos, sino también a todas las manifestaciones de protesta social y de independencia de criterio afloradas por aquellos años[24]. Paralelamente, por ende, a la hiperactividad de los “grupos de tareas”, se profundizó la censura intelectual y artística reestablecida en 1974-75.

 

“Los que se fueron”

 

El número de los exiliados de los setenta es elevado entre otros indicios por las cifras de retornados al país con el reestablecimiento democrático[25]. Sin embargo, no puede cuantificarse con certeza, especialmente por las heterogéneas condiciones de partida y el diferente carácter jurídico obtenido en los países recepcionantes[26]. Así, para salir del país, muchos evitaban el trámite formal de obtención del pasaporte, prefiriendo, en cambio, dirigirse hacia algún país limítrofe -Brasil, Bolivia, por ejemplo- utilizando sus documentos ordinarios de identidad y, desde allí, tramitar la renovación del pasaporte por vía consular[27], o bien solicitar, apenas arribados, amparo en calidad de refugiados mediante el ACNUR o en otros países[28]. Otros consiguieron el pasaporte en la misma Argentina antes de que la represión registrase su identidad[29]. También algunas figuras políticas reconocidas lograron la autorización para abandonar el país, tras asilarse en alguna embajada durante un tiempo más o menos prolongado[30]. Muy pocos de los arrestados a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, a partir del estado de sitio, se beneficiaron con la opción constitucional –Art. 23[31]-, ya sea por la renuencia de Isabel Martínez de Perón a autorizar las solicitudes, como también, posteriormente, por las reformulaciones de la Junta Militar. Así, con el Estatuto del 24 de marzo de 1976 se suspendió el ejercicio del derecho de opción y, transcurridos cinco días, se dejaron sin vigencia las solicitudes presentadas con anterioridad. Pasados seis meses, la suspensión fue prorrogada, el ejercicio de la opción reestablecido y luego condicionado a través de un conjunto de reglamentaciones[32].

Por lo demás, muchos de los que huyeron del país fueron recibidos como refugiados políticos en los países de asilo [33] que aplicaron normas diversas u otorgaron tal condición en grados muy variables[34]. Otros llegaron como turistas y permanecieron como indocumentados, apelando a diversos procedimientos para pasar los años de permanencia en el exterior, y otros obtuvieron el status común de inmigrantes[35].

Algunos lograron emigrar después de sufrir la represión[36], aunque la mayor parte lo hizo de manera preventiva, cuando se sintió amenazada en forma inminente –tras sufrir el allanamiento domiciliario, intentos de secuestro, la desaparición de familiares, amigos o colegas [37]- desde fines de 1974 y en el transcurso del 75, pero, en especial, durante el bienio 1976-78, y, en menor proporción, en 1979-80.

El estado civil de los exiliados en el momento de su partida fluctuó, en orden de importancia, entre casados, unidos de hecho, solteros, separados, situación desconocida por cónyuge desaparecido y viudos. Asimismo, la mayor parte de las parejas y no pocas mujeres separadas, como aquellas de cónyuge desaparecido, tenían hijos[38].

Las edades diferían, pero la mayoría vivía la plenitud de los años juveniles[39].

En cuanto a las ocupaciones, predominaron los intelectuales sobre los trabajadores independientes, técnicos, gremialistas y obreros sin calificación[40].

Los países de destino no fueron esta vez los limítrofes, por estar, también, bajo dictaduras militares, sino esencialmente Venezuela, México, europeos y, en menor grado, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Canadá, Estados Unidos e Israel[41]. Las respectivas elecciones se debieron a distintas motivaciones, entre otras: establecimiento previo de amigos, afinidad cultural, posibilidad de doble nacionalidad, expectativas académicas y decisiones partidarias por relaciones políticas.

El financiamiento de los pasajes fue asumido por los exiliados y, en algunos casos, por el ACNUR, Amnistía Internacional y otros organismos internacionales de derechos humanos[42].

 

Exiliados: proyecciones económico-sociales

 

En Latinoamérica, los migrantes políticos se ubicaron, con preferencia, en las urbes venezolana y mexicana.

El boom petrolero y la estabilidad monetaria consolidada en treinta años, aunque en disparidad con el dólar, marcaban la realidad prometedora de Venezuela. Si bien los primeros tiempos –entre el 75 y mediados del 76- fueron muy difíciles para los argentinos que fueron llegando. Los lazos de solidaridad todavía eran débiles entre ellos, aunque recibieron ayuda de empresarios connacionales establecidos en el país con antelación. Muchos que ingresaron con visas de turistas debieron tramitar documentación, durante largos meses, para trabajar legalmente. En el interín, las ocupaciones laborales fueron temporarias, heterogéneas –albañilería, pintura, mensajería y venta ambulante- y de baja remuneración.

Los profesionales que decidieron no cumplimentar la reválida se desempeñaron como empleados de importantes empresas, pero en tareas afines con elevados salarios. También muchos de los que no acreditaban estudios universitarios o terciarios consiguieron una interesante inserción laboral con seguras posibilidades de ascenso. No pocos, tanto de los primeros como de los segundos, lograron habilitar pequeñas y medianas empresas propias –principalmente del rubro mecánico, metalúrgico y gastronómico- asociándose con otros argentinos y venezolanos. Algunos arquitectos de alto nivel ejercieron con éxito la profesión en forma independiente, a través de la habilitación de estudios. Los intelectuales y científicos de alta calificación internacional continuaron con sus tareas de docencia e investigación, especialmente en el ámbito universitario de Caracas. Los políticos de trayectoria se vieron favorecidos en el ámbito laboral por relaciones de larga data con el partido oficialista del país. Inclusive, algunos aceptaron funcionariatos públicos. No pocos periodistas se desempeñaron en diarios, revistas y agencias internacionales[43].

La corriente emigratoria política comenzó a entrar en México hacia fines de 1974 y se incrementó después del Golpe de Estado militar de marzo del 76. El flujo de argentinos –artistas, estudiantes universitarios, profesionales e intelectuales- presentaba un ligero predominio femenino juvenil con edades de veinte a treinta y cuatro años[44]. México constituyó un polo de atracción, un imán poderoso para inmigrantes selectos. Al reaseguro de una dilatada estabilidad política post-revolucionaria y de un crecimiento económico extraordinario –profundizado por la efervescencia petrolera de los setenta-, se abría un amplio horizonte laboral que auguraba la satisfacción de variadas expectativas: docencia, investigación, cultura, funcionariatos estatales... Además, el país –de igual modo que Venezuela-, por su tradicional política exterior, se mostraba dispuesto a recepcionar a los expulsados por regímenes represivos.

El desempeño de buena parte de los exiliados argentinos en universidades e instituciones científicas, en puestos públicos, en el periodismo y en algunas profesiones liberales se evidenció en México con la publicación de libros y artículos, amén de la obtención de premios nacionales e internacionales por científicos, intelectuales y artistas[45].

En las grandes potencias occidentales del “viejo mundo”, la situación, en general, fue más difícil para los emigrados involuntarios, sin distinciones de edades y calificaciones. El elevado caudal de migrantes políticos y económicos –precedentes no sólo de distintas áreas de la periferia, sino también algunas del propio hemisferio- se suma a la cerrazón económica desencadenada con el primero de los aumentos del crudo, poco después de iniciados los setenta. Así, los exiliados argentinos en alta proporción –jóvenes y no tan jóvenes-, independientemente de la capacitación acreditada, intentaron el procesamiento artesanal de materias primas. Esta actividad, cuya duración temporal dependió de variadas circunstancias –la mayor o menor fortuna, el despertar de una vocación dormida... -, se emprendió en distintos momentos, lugares y formas: al arribo o después de cierto tiempo de permanencia en París, Florencia, Milán, Roma, Madrid, Barcelona... a través de iniciativas individuales o grupales con parientes, amigos de larga data, amigos recientes, sea con conocimiento previo, sea improvisadamente acudiendo al propio ingenio o mediante un rápido aprendizaje que se podía enriquecer con la propia experiencia[46].

Otra de las variables económico-sociales comunes al mosaico de actores de este exilio argentino en Europa es el empleo transitorio, muy significativo en los países latinos de alta o baja concentración: España, Italia y Francia[47]. En tanto que en los países nórdicos como Suecia, la menor incidencia del cimbronazo financiero –en relación comparativa con los demás occidentales- aseguró la permanencia en el ámbito privado, aunque en calidad de empleados dependientes a algunos de los reducidos grupos de migrantes políticos, a la vez que se propició el ejercicio de la docencia primaria en establecimientos habilitados a los efectos para niños latinoamericanos. Tampoco faltaron los trabajadores autónomos –artesanos-[48]. Las aventuras empresariales de divergentes tenores y resultados en Francia, España se contaron entre las alternativas posibles frente a la dureza del mercado laboral[49].

Francia presenta peculiaridades interesantes en el último tópico mencionado. En el país galo, el refugiado recibía auxilio económico estatal –alrededor de cien dólares mensuales, -lo cual le permitía resolver, aunque con frugalidad, necesidades alimentarias. Las demandas del  mercado laboral para profesionales universitarios no eran muy amplias. Las empresas privadas y federales requerían, fundamentalmente, ayudantes de contadores y tenedores de libros. Esto exigía una sólida preparación para competir favorablemente a las distintas ramas de profesionales con otros aspirantes latinoamericanos idóneos. La ley “de formación permanente” vigente en el país constituyó una solución parcial: la concurrencia a cursos superiores mediante el pago del salario mínimo –mil francos- hasta cumplimentar la capacitación. La actuación colectiva, y consiguiente vinculación con las entidades de derechos humanos, abrió especialmente a numerosos abogados del exilio argentino el acceso a dicho beneficio. Esta misma norma destinada a los desocupados posibilitó, además –aunque por análogas razones-, el crecimiento profesional en mayor medida a los abogados, mediante carreras cortas y seminarios de especialización en el Instituto Tecnológico de la Universidad –París 13-[50]. Sin embargo, a pesar del dual disfrute de esta cobertura legal, ni los abogados ni otros profesionales –ya habilitados para el ejercicio liberal, ya para desempeñarse en relación de dependencia- lograron destrabar los canales de inserción laboral a fuentes específicas. EL peso del añejo ejercicio de una especialidad en el país de origen influía notoriamente entre los que habían culminado el “reciclaje” a la hora de decidirse a entrar en la competencia laboral. Otro problema, para aquellos que habían profundizado los conocimientos profesionales, era la procedencia de origen evidenciada, considerablemente, en el rudimentario arsenal lingüístico frente a los pares franceses. Tampoco debe omitirse la edad que, sumada a las carencias idiomáticas al arribo y eminentemente frágiles a posteriori, constituía un fuerte condicionante para los exiliados universitarios que habían traspasado la barrera de la tercera década de vida. Por otra parte, aquellos que habían desempeñado tareas docentes en universidades argentinas encontraron prácticamente cerrados los espacios académicos. El previo arribo de figuras chilenas y uruguayas –algunas de trascendencia internacional y otras no tan reconocidas- pertenecientes a las oleadas de migrantes políticos latinoamericanos, que irrumpieron en el país, obstruyó las expectativas: no pocos profesores de vasta experiencia debieron esperar su retorno a la Argentina para retomar el ejercicio vocacional. Estas dificultades laborales fueron, en numerosos casos, sorteadas mediante la enseñanza de la lengua española en institutos privados y academias particulares. Estos establecimientos, además, dieron trabajo a profesionales egresados de terciarios[51].

Los intelectuales y científicos de altísima calificación académica continuaron con sus tareas docentes e investigativas en las universidades europeas. Sin embargo, aunque las bibliotecas y remuneraciones superaban notoriamente a las de Argentina, vivían tensionados por la renovación de los contratos anuales y el “volver a empezar en cada lugar”. El periodismo de sólida formación se incorporó a distintos medios de prensa. En estos países del viejo mundo, los jóvenes exiliados efectuaron o prosiguieron, en alta proporción, estudios de grado universitario y post-grados[52].

La situación global de parte de los integrantes del mundo de la cultura –creadores y recreadores-, en sus variadas manifestaciones, no evadió las reglas generales del éxodo, al menos en los primeros tiempos: adversidades y desmoralización. Por un lado, influía la nula o escasa trascendencia lograda fuera de las propias fronteras nacionales, fundamentalmente por las limitaciones que pesan sobre intelectuales y artistas de la periferia, más que por falta de talento y experiencia. Por otro, influía paralelamente el vacío interior, consecuencia del extrañamiento y el desarraigo, que frenan los impulsos creativos y la capacidad de transmitir. Ni que decir de aquellos poetas y músicos que tenían como musa inspiradora a la ciudad de Buenos Aires[53]. El idioma en sí, por lo general, no fue un obstáculo: casi en bloque, escritores, poetas, directores de cine, guionistas, técnicos, profesores y directores de teatro, productores y actores se establecieron en países hispano parlantes. Pero, indudablemente, el desconocimiento de modismos locales, sumado a problemas de dicción, restó fuentes de trabajo a los actores. Entre los desterrados, hubo realizadores cinematográficos que, esporádicamente, pudieron concretar proyectos personales o encargados, pero con exhibición limitada en el extranjero de ignorados en la Argentina[54]. Hubo, además, gente de trayectoria teatral forzada a trabajar en modestos cafetines. Sin embargo, tras los recargados e iniciales nubarrones anuales, el empeñoso esfuerzo no exento de talento creativo o brillantez intelectual y el ingenioso despliegue de recursos permitieron la reaparición de importantes individualidades[55]. Asimismo, en el campo de la plástica –cuyo principal centro fue París-, cobraron proyección internacional algunos de los exiliados[56].

El alojamiento presentó dificultades en todas partes, especialmente al arribo, derivadas de la exigua disponibilidad monetaria. En consecuencia, las soluciones posibles fueron: la pensión, la ubicación temporal en casa de otros exiliados  –a veces amigos establecidos, a veces miembros de un Comité de Solidaridad- y el alquiler compartido de un departamento. El préstamo temporal de un departamento, a través de la amistad con algún nativo, fue excepcional. El alquiler independiente de la vivienda, transcurrido cierto tiempo de inserción laboral, constituía el segundo y definitivo paso. Después, la  adquisición de un pequeño auto de segunda mano resolvía la locomoción. Sin embargo, las cerrazones laborales del mundo europeo impidieron a muchos concretar estas dos aspiraciones[57]. En Francia, las preocupaciones estatales en materia habitacional se canalizaron en los foyeurs. En estas residencias comunitarias, no pocos argentinos hallaron un techo no sólo para cobijarse, sino, también, para vivir las múltiples peripecias, las desazones del exilio y, quizás, soñar con el regreso mientras compartían cocinas y baños con refugiados de distintos orígenes. Este recurso, por cierto generoso, no fue una salida inicial a la cuestión habitacional de carácter colectivo para aquellos que lo aprovecharon. Muchos continuaron en los foyeurs durante su estadía en Europa, otros los abandonaron después de un tiempo de permanencia más o menos largo, al amparo de benéficas oportunidades, aunque éstas no eran muy frecuentes: la aparición de un trabajo largamente esperado en provincias o en un país vecino, el acceso a un departamento -a veces en París-, especialmente en casos de familia numerosa, rentado por una entidad de derechos humanos a cambio de renuncia grupal al subsidio estatal[58].

Hubo parejas -matrimonios y uniones de hecho- que se afianzaron. Otras sufrieron crisis desestructurantes que derivaron en nuevas uniones, ya sea con otros argentinos o extranjeros. En ambos casos, la juventud de la mayoría marcó la continuación de la vida reproductiva en el exterior. Son, por tanto, numerosos los hijos extranjeros de padres argentinos[59].

La integración a la sociedad recepcionante presenta graduaciones en su estrecha dependencia a la edad -juventud o madurez-, de las dificultades idiomáticas, de la mayor o menor flexibilidad personal y del tiempo de permanencia. Sin embargo, en todos los casos se entretejieron amistades. El balance general señala un notable enriquecimiento humano, no sólo a nivel afectivo, sino también cultural. Así, por ejemplo, en México, el Centro de Estudios Argentino-Mexicano -creado por iniciativa del escritor Noé Jitrik- tuvo por objetivo retribuir a la comunidad local sus atenciones con una intensa labor académica. Por otro lado, proporcionó fondos a la Comisión Argentina de Solidaridad -C.A.S.- para sus fines asistenciales y publicación de denuncias, mediante la organización de fiestas[60].

El retorno fue problemático. No fue fácil para muchos desenredar las raíces generadas en largos años de permanencia en el exterior: ello alcanzó a la escolaridad o estudios superiores de los hijos, a proyectos laborales en curso, a la radicación, quizás definitiva, en el país de hijos mayores que, en algunos casos, han formado su propia familia, ya pequeños, ya adolescentes, junto a uno de sus progenitores, a la inversión, en pequeñas y medianas empresas y a la incertidumbre respecto de un nuevo comienzo[61].

 

Redes de solidaridad

 

En los países recepcionantes, los comités argentinos y extranjeros entretejieron redes de solidaridad sustitutivas de las formas de organización social conocidas. Así, facilitaron tramitaciones de visas, alojamiento, alimento e inserciones laborales a no pocos recién llegados. Además, cuando una contingencia afectaba a alguno de los miembros del respectivo grupo -enfermedad, desocupación laboral, etc.- el asistencialismo no se escatimaba para asegurar la sobrevivencia. Pero, asimismo, empeñaron y autorenovaron esfuerzos en la adaptación colectiva. Precisamente cuando nada, o bien poco, restaba de aquello a lo que los exiliados habían estado habituados y aceptado como lógico tiempo atrás, estos centros les propiciaron la recreación de las viejas formas. En ellos pensaban, hablaban y disentían como si estuvieran en el país de origen. Y hasta aseguraron, en ciertos casos, amistades entrañables selladas al calor de la rueda del mate o del vino en alguna casa, mientras se enhebraban recuerdos de otras épocas -el barrio con toda su carga emocional infantil, adolescente y juvenil-, o se compartían proyectos, éxitos y fracasos personales, y la natural depresión ante la lejanía, en las festividades de diciembre. También fueron valiosos medios de contención, al posibilitar una verdadera catarsis a aquellos emigrados que habían sufrido, ya sea en forma directa o indirecta, la dureza de la represión antes de la partida. Por su parte, en Madrid, la Casa Argentina -fundada en aquellos años setentistas por un grupo de exiliados- funcionó, entre otras actividades, como un centro en el que los migrantes económicos y políticos no sólo compartían habitualmente experiencias cotidianas con otros asociados peninsulares, sino también los infaltables asados domingueros, música y típicos juegos nacionales de azar. Sin embargo, la acción comunitaria desplegada en todos estos centros no implicó la renuncia a la individualidad, al criterio individual y a la responsabilidad individual. Podría afirmarse, en verdad, que durante el exilio comunidad e individualidad no constituyeron ineludibles formas antinómicas, sino binómicas, de efectiva solidez, cuya prioridad vivencial se halló en estrecha relación con las circunstancias.

La cadena solidaria internacional tampoco estuvo ausente. Así, los gremialistas de reconocida trayectoria fueron solventados como compañeros sindicales y organismos internacionales, especialmente la O.I.T.. Algunos argentinos, como otros refugiados de distinta procedencia, se vieron favorecidos en Europa con créditos de asentamiento provenientes de fondos internacionales -a veces de las iglesias evangélicas, a veces del ACNUR- para iniciar emprendimientos particulares: talleres de cerámica, estudios de arquitectura, consultorios odontológicos, montaje de un proyecto cinematográfico, edición de un libro, adquisición de una camioneta para fletes... En la península ibérica, el C.E.A.R. -hegemonizado por la Iglesia Evangélica Española- había concedido cerca de ochenta créditos a los originarios de Argentina, hasta las vísperas de la reapertura democrática. Por ende, teniendo en cuenta el gran número de exiliados en España -quizás siete u ocho mil-, la mayoría no se benefició[62].

 

Exilio: proyecciones políticas

 

En los países de destino, los exiliados constituyeron nucleamientos no sólo con fines solidarios, sino también de denuncia. La repercusión fue escasa durante el isabelismo y el primer año del Golpe de Estado. Los excesos de la dictadura militar -inclusive en perjuicio de ciudadanos extranjeros en Buenos Aires- marcaron el cambio. Así, el apoyo de vastos sectores de opinión pública e instituciones políticas y civiles nacionales e internacionales incentivó el esfuerzo de los agrupamientos[63].

Los Comités de Solidaridad desarrollaron una intensa actividad: movilizaciones, actos de protesta, elaboración de registros computarizados de presos políticos, muertos y desaparecidos, testimonios de sobrevivientes de los centros de detención, publicaciones[64]. Sin embargo, los desacuerdos entre independientes y miembros de las organizaciones guerrilleras incidieron en su eficacia, en ocasiones de manera negativa y otras positiva. Así, mientras que en algunas oportunidades dieron lugar a la acción paralela de dos comisiones en un mismo país, o a la disolución de la única comisión existente, en otros facilitaron el funcionamiento de una única comisión[65].

También, fundamentalmente ante la insatisfacción por las disputas en los comités, se conformaron otras estructuras -clubes, agrupaciones- especialmente en Europa, algunas de ellas de actuación relevante.

El acceso a la información acerca de los sucesos en la Argentina se mantenía actualizado mediante diversos conductos: informes de los recién emigrados, de amigos y familiares de paso, de periodistas amigos que trabajaban en agencias internacionales, de organismos de derechos humanos argentinos e internacionales[66], y, en particular, de la revista Resumen, publicación con una síntesis informativa dirigida por Carlos Aznar en la que colaboraba un selecto grupo intelectual, de tirada en un primer momento mensual, luego quincenal y, finalmente, semanal, que circulaba, desde Madrid, entre todo el exilio europeo[67].

París fue el centro más activo de la “Campaña Antiargentina”, a pesar del reducido grupo de exiliados que albergó. Las autoridades de facto establecieron el Centro Piloto de París, pero sin que sus objetivos contrapropagandísticos dieran resultados positivos.

Entre las actividades desplegadas, sobresalen dos coloquios internacionales organizados por el “Grupo de Abogados Argentinos Exiliados en Francia”[68], con el apoyo de organismos no gubernamentales e instituciones internacionales: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y los derechos de la defensa: el caso argentino” (1979), y “La Política de Desaparición Forzada de Personas” (1981) en el Senado de París[69].

En Nueva York se realizó otro evento importante organizado por los comités de solidaridad existentes en el país del norte y hombres de la iglesia, el Congreso del Exiliado Argentino, en 1978, que posibilitó analizar las experiencias en transcurso de los distintos países[70].

La culminación del éxodo se concretó en distintos momentos. Pero, hacia fines del 85, prácticamente la mayoría había vuelto a la Argentina para disfrutar la renaciente atmósfera democrática, por la que habían bregado desde el exterior con mayor o menor intensidad. Sin embargo, no se plantearon la posibilidad de la carrera política aspirando a cargos electivos, a excepción de aquellos que, previamente al régimen militar, registraban una trayectoria de cierto peso, a pesar de que muchos accedieron a funcionaratos estatales. ¿A qué se debe esta ambivalencia? Al respecto pesan más los interrogantes que las posibles respuestas. ¿La larga permanencia en el exterior allanó u obstaculizó el comienzo o continuación de una carrera política? ¿Cuántos exiliados tenían vocación para la carrera política? ¿A cuántos de ellos les interesaba la vida política? ¿A cuántos de ellos, al cabo de tantos años, les resultaría atractiva la idea de insertarse o reinsertarse en la militancia partidaria con el fin de aspirar a cargos electivos? ¿No habría entre los grupos de emigrados una mayoría más bien predispuesta a colaborar con el nuevo gobierno civil, aportando una experiencia de años de lucha interna y externa, y la profundización de los conocimientos profesionales realizada en el extranjero? Además, ¿acaso las circunstancias vividas en el exterior no promovieron en algunos profundos cambios? Es decir, ¿la dura lucha por la sobrevivencia propia y del grupo familiar en realidades extranjeras, desconocidas previamente al exilio acaso no tendió a acelerar la madurez que dan los años, incentivando un juicio crítico muy afinado acerca de sí, de los pares y de actitudes partidarias de cierta connubitancia con las dictaduras militares? ¿Cuántos de estos emigrados por sí y por los desaparecidos -sean parientes, amigos o desconocidos- no abandonaron definitivamente las filas partidarias para adscribirse a las de las organizaciones de derechos humanos? Finalmente, ¿acaso todos eran militantes políticos en el momento de la exclusión? ¿No había entre ellos fundadores y activistas de entidades de derechos humanos locales e incluso abogados de presos políticos? ¿No había entre ellos numerosos intelectuales y científicos de mayor o menor renombre internacional que, aunque comprometidos con la realidad de su tiempo, no estaban vinculados con las estructuras político-partidarias?

 

Conclusiones

 

La Argentina registró tendencias notoriamente expulsoras durante más de un lustro, después de iniciada la experiencia isabelista y, de manera más acentuada, con el ascenso de la dictadura militar procesista.

Los exiliados se concentraron –por variadas razones- fundamentalmente en Venezuela, México y países europeos.

Las proyecciones económico-sociales registradas por esta presencia argentina en el exterior son heterogéneas, según el influjo de factores endógenos y exógenos.

Mediante el tejido de redes de solidaridad, el caudal de migrantes políticos hizo el esfuerzo de instalarse en países desconocidos –a veces con resultados positivos, a veces con resultados negativos-, de superar una situación de amenaza, persecución o dureza represiva. Además, registró la sobrecarga de intentar revertir la situación en la Argentina con la denuncia de lo que pasaba, filtrándose en todos los intersticios posibles, pidiendo que se movilizaran resoluciones internacionales.

En regreso a Argentina comenzó en la segunda mitad de 1982, estimulado por la decadencia del régimen militar y las perspectivas de una apertura democrática. Se aceleró en 1983 y, en especial, en 1984, con posterioridad a la asunción del gobierno civil. En 1985, todavía muchos estaban organizando su retorno, y otros esperaban, vanamente, alguna colaboración oficial que facilitara su traslado y su reincorporación productiva al país natal.

 

 


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[1] Respectivamente, Luis Puenzo (1985), Alberto Fisherman (1985), Fernando Pino Solanas (1986), J. Coscia y G. Saura (1987), Jeannine Meerapfel (1989), Meerapfel y Chiesa (1995).

[2] Se agradece el material cedido por Alicia Herbon, de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, y Enrique Pochat, del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos; a quienes accedieron gentilmente a las entrevistas: Raúl Aragón, Héctor Carlos “Tito” Baggio, José Alberto Baquela, Daniel Betti, Juan José “Manolo” Canals, Carlos Fidel, Adolfo Gass, Gabriel Jacovkis, Noé Jitrik, Alicia Levi, Enrique Oteiza, Patricio Rice, Alberto Weiner y Graciela Zaldúa, sin cuya colaboración el presente trabajo no hubiera podido ser realizado; las valiosas lecciones y sugerencias del Lic. Jorge Omar Bestene y del maestro Dr. Andrés Regalsky, de la U.N.L.; la paciente y desinteresada colaboración bibliográfica de Alicia Bernasconi y Susana Porra del CEMLA. Tampoco puede omitirse la contribución, no menos importante, a los intentos perseguidos en este trabajo de: Natalia Jacovkis, que posibilitó la entrevista con el “tío exiliado” en uno de sus recurrentes viajes a Buenos Aires; de Juan Carlos Aducci, que -a través de la mediación de Alberto Liparelli- aseguró el encuentro con el “amigo exiliado en México” en un bar de Palermo Viejo; Carlos Troxler, que hizo un sucinto y casual informe de sus “familiares exiliados”; y, finalmente, María Soledad Vallejos, en el análisis fílmico.

[3] Cfr. Jordán (1993), p. 12-15; Di Tella (1983), p. 106-111; De Riz (1987), p. 78-82.

[4] El 21 de julio se congregaron unos 80.000, casi todos jóvenes, portando pancartas de la “tendencia” y los “Montos” frente a la residencia de Perón, que se entrevistó con algunos de sus dirigentes en presencia del Presidente Provisional y José López Rega, a quien confirmó en su confianza. Cuatro días después, hubo una nueva convocatoria en el Parque Saavedra, con similar concurrencia, en conmemoración a Eva Perón, convertida en una especie de símbolo de la J.P. en tácito rechazo a “Isabelita”. Igualmente masiva fue la convocatoria el 22 de agosto, en un acto en Atlanta pare recordar la “Masacre de Trelew” cuya lista de oradores cerró Mario Firmenich. En contraposición a estas demostraciones, el 31 de agosto la C.G.T. realizó un gran desfile frente a su sede en apoyo de la fórmula Perón-Perón. La “tendencia” rivalizó con los cegetistas en ese acto. Cfr. Nuestro Tiempo, 18 (1984), p. 62.

[5] En septiembre, las ráfagas de ametralladoras de los Montos” cortaron la vida de J. Rucci, secretario general de la C.G.T.. El asesinato del jefe del Departamento de Investigaciones Aplicadas de la U.B.A., E. Grinberg. La bomba que, a fines de octubre, estalló en el despacho del gobernador mendocino Martínez Baca, para obligarlo a relevar a ministros considerados marxistas. El homicidio casi paralelo de un militante de la J.P. de Córdoba. Cfr. Idem, p. 63-67.

[6] Se trata del copamiento del Comando de Sanidad del 6 de septiembre. Tres días después, el E.R.P. obligó al diario Clarín a publicar tres solicitadas a toda página para denunciar las próximas elecciones nacionales como una farsa y ridiculizando a “Isabelita”, López Rega y Lastiri. El grupo había secuestrado al apoderado del periódico, amenazándolo con matarlo si no se publicaban sus avisos. El mismo día en que aparecieron las solicitadas del E.R.P., un grupo de sindicalistas atacó el edificio de Clarín con explosivos y armas cortas, en castigo por su blandura. Cfr. Clarín, 7/9/73, Clarín 11/9/73 y La Opinión 11/9/73.

[7] Atentados contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, uno de los abogados defensores de presos políticos y gremiales durante el régimen militar. Véase González Jansen (1986), p. 16.

[8]  Oscar Bidegain, que renuncia para satisfacer las exigencias de los bloques de senadores y diputados provinciales justicialistas, pero, también, de las organizaciones sindicales ante la velada acusación del P.E.N. acerca de la posible connubitancia con el asalto protagonizado por el E.R.P.. Cfr. De Riz (1987), p. 151-152.

[9] Renuncia de estos ocho representantes populares por desacuerdo con el proyecto de modificación del Código Penal -que buscaba elevar las penas correspondientes a actividades terroristas- enviado por el P.E.N. después de la intentona de Azul. Cfr. Idem (1987), p. 157.

[10] Ante la presión, mediante un paro laboral, de las 62 Organizaciones y la C.G.T.. Cfr. Nuestro Tiempo, 18 (1984), p. 73.

[11] Como consecuencia del “Navarrazo”. Véase Cavarozzi (1987), p. 56; González Jansen (1986), p. 112-113.

[12]  Véase Nuestro Tiempo, 18 (1984), p. 74-75.

[13]   Véase Di Tella (1983), p. 118-120.

[14]  Véase Jordán (1993), p. 17; Di Tella (1983), p. 124-125; Cavarozzi (1987), p. 87.

[15]  Cfr. Jordán (1993), p. 13; Di Tella (1983), p. 125-126 y 129-130.

[16]  Ongaro (gráfico), Tosco (electricista)y Salamanca (mecánico). Cfr. Torre (1989), p. 112-119.

[17]  Cfr. Jordán (1993), p. 18; Torre (1989), p. 129-136; Di Tella (1983), p. 125-127; Cavarozzi (1987), p. 57.

[18]  Véase Jordán (1993), p. 17.

[19]  “Yo también había sido objeto de varios ataques en materia de prensa, de comunicaciones. Primero, como abogado, cuando estaba en la Federación Gremial de Abogados –la entidad que concentraba a todos los abogados que habían asumido la defensa de presos políticos durante la dictadura militar de Onganía, Lanusse y Levingston-. Entonces, como tal, tuve varias causas –algunas importantes- de los llamados “guerrilleros” u hombres vinculados a las organizaciones armadas, de oposición, primero, a las dictaduras –Montoneros, E.R.P. y otros que habían ido surgiendo-. Yo, en general, asumía todas las defensas que me venían por un principio de ética profesional, porque entendía perfectamente los motivos y las situaciones que habían llevado a toda esa juventud, a ese ambiente, a una acción de tipo subversiva, pero no coincidía –nunca coincidí- con la metodología violenta. En última instancia, en términos de violencia, paga mucha gente que no tiene nada que ver con el enfrentamiento, y, aparte, porque más violencia tiene siempre quien domina el aparato del Estado. Dentro de la Agrupación Gremial de Abogados, había abogados de todas las tendencias, prácticamente, los únicos que no quisieron integrarla fueron la gente del Partido Comunista Argentino, pero sí había intransigentes, radicales, peronistas. Algunos fueron ministros. De esa actividad, surgió una campaña de carteles: en dos oportunidades, llenaron toda la zona de Tribunales con afiches evidentemente preparados por los servicios de informaciones. (...) en el año 72. Decía: ¡Abogados del caos y de la subversión”, y ahí yo figuraba en una lista en la que era número diez. Los que estaban antes que yo eran, entre otros, Ortega Peña, Mario Hernández, Rodolfo Sinigaglia. Algunos de ellos fueron asesinados en el 74 por la Triple A –como es el caso de Ortega Peña-, y otros fueron secuestrados –como Sinigaglia y Mario Hernández-. Entonces, cuando empezamos a ver cómo venía esa mano, pensamos que yo era uno de los que estaba en peligro, sobre todo, era el número diez de la lista donde había empezado a morir o a desaparecer gente. Y, aparte de eso, en el año 74, después de que cayó el Ministerio, después de la muerte de Perón, que asumió Ivanisevich el Ministerio de Educación y Ottalagano como interventor de la Universidad de Buenos Aires, poco antes de que fuéramos relevados del cargo, apareció toda una campaña por el centro de Buenos Aires –en la calle Florida, y demás-, donde aparecía yo con los brazos abiertos diciendo “Mande a sus hijos al Nacional Buenos Aires, que el rector Aragón los espera”. Entonces, ahí se decía que yo, a los chicos, los adoctrinaba en el marxismo, les daba prácticas mentales, y, aparte, las chicas parece que sufrían todo tipo de ataques sexuales dentro de ese colegio. Y no sé si yo participaba o lo permitía, no estaba muy claro cuál era mi función dentro de todo eso. Bueno, esto motivó una reacción de parte de los profesores, sobre todo de la Asociación de Profesores al frente de la que estaba el Dr. Horacio Sanguinetti –que ahora es el rector-. El sacó un comunicado repudiando esa acción, porque a ellos les constaba que todo eso era absolutamente falso, inclusive, los involucraba a ellos por haber permitido, tolerado, aquellas prácticas sin denunciarlas”. Raúl Aragón, entrevista efectuada el viernes 8 de febrero de 1996.

“(...) yo tenía que cumplir una obligación docente, mi contrato de trabajo [en el Colegio de México] y en ese momento [1974], mientras estaba afuera, ya empezaron las llamadas de la Triple A –estaban mi mujer y mis hijos, pequeños, solos-. Entonces, ellos decidieron adelantar su viaje y, analizando la cuestión, determinamos que no teníamos ninguna garantía, ninguna seguridad, y, pues, nos quedamos en México (...)”. Noé Jitrik, entrevista realizada el miércoles 20 de mayo de 1996.

“(...) me tuve que (...) exiliar cuando recibí la amenaza de la Triple A, en 1975, a fines de año”. Enrique Oteiza, entrevista realizada el viernes 22 de marzo de 1996.

“(...) la amenaza, la situación de extrema dificultad que vivíamos en La Plata. En mi caso particular, se había incentivado con el asesinato de mi hermana más chica, que las Tres A mataron con ocho compañeros del P.S.T., en 1975”. Graciela Zaldúa, entrevista realizada el sábado 9 de marzo de 1996.

[20]  Las víctimas de la violencia represiva de la Triple A en los años 74 y 75, Carlos Mujica, Rodolfo Ortega Peña, Hugo Hansen, Liliana Ivanoff, Remo Cretta, Carlos Borromeo Chávez, Alfredo Curuchet, redujeron especialmente los cuadros de la “tendencia” al sumarse a las del 73, Enrique Grinberg, Antonio Deleroni y su esposa. Y, asimismo, a los de la vieja “Resistencia Peronista”, como Julio Troxler entre los sobresalientes, pero también los extrapartidarios Carlos Zila, Antonio Moses, Dalmacio Mesa (P.S.T.), Rubén Aldo Poggione (F.J.C.), Ricardo Silca, Raúl Tettamanti, Héctor Antelo, Reinaldo Roldán (P.R.T.), Silvio Frondizi (P.S.), Carlos Llerena Rosas (F.I.P.). Los medios de comunicación masiva también se vieron afectados: los talleres y oficinas de El Mundo y Noticias fueron atacados con explosivos, algunos periodistas de diversas publicaciones cayeron asesinados y otros, entre ellos extranjeros, fueron secuestrados y amenazados de muerte. Cfr. publicaciones nacionales y extranjeras de la época: Clarín, La Prensa, La Nación, La Razón, Noticias, El Mundo, La Opinión, Gente, O Globo, Le Monde, etc.

[21]  Cfr. González Jansen (1986), p. 125-134; Duhalde (1983), p. 47 y 48.

[22]  Cfr. Jordán (1993), p. 21-23; González Jansen (1986), p. 93-106.

[23]  Véase Cavarozzi (1987), p. 58.

[24]  Véase O’Donnell (1987); Oszlak (1987); Groisman (1987), Solari Yirigoyen (1983); Jordán (1993), p. 39, 45-48, 57-79, 83-109. Por lo demás, los detalles del programa represivo han sido examinados por la CONADEP, 1984, y El Diario del Juicio (junio de 1985-enero de 1986) contiene las transcripciones de las acusaciones de homicidios, torturas y otros delitos que recayeron sobre la responsabilidad de los miembros de las Juntas Militares.

[25]  Véase Lattes y Oteiza (1986), p. XXIV; Maletta, Szwarcberg y Schneider (1986), p. 293-294, y Aspecto de la población retornada del exilio, OSEA (1985).

[26]  “Yo soy parte de muchos (...) que somos extranjeros (...) que fuimos expulsados del país en 1976”. Patricio Rice, entrevista del miércoles 6 de mayo de 1996.

“(...) yo había sido abogado de la CGT de los Argentinos y abogado personal de Raimundo Ongaro, y él me llamó desde Francia para decirme que tenía a mi disposición un pasaje de avión para ir a París. Era un pasaje que él había obtenido en Amnesty International”. Raúl Aragón, Ibid.

“Yo me quedé indocumentado en mayo de 1977, porque la constitución española no preveía esta situación, desde el gobierno de Franco, por no haber firmado la Convención de Ginebra sobre refugiados políticos. Recién en 1979 el nuevo gobierno español modifica y aprueba la nueva constitución, y ahí España adhiere a la Convención de Ginebra. Entonces, el Alto Comisionado de la ONU para Refugiados (ACNUR) envía una representante para darle a todos los exiliados elementos para refugiarse políticamente. Nos otorgaron un pasaporte (...)”. Casildo Herrera, extraído de La Argentina exiliada, p. 79.

“Entré con mi pasaporte de turista [en España, en 1976], con un permiso que normalmente tienen los turistas de tres meses. Eso me obligó a renovar el permiso de residencia en la medida que fueron surgiendo posibilidades. Por ejemplo, se me ocurrió hacer una investigación, en un momento determinado, sobre el Siglo de Oro Español, eso me dio una excusa para justificar mi permanencia en el lugar, ahí conseguí un permiso de residencia por un año. Sino, lo solucionaba saliendo y entrando para que me sellasen el pasaporte, y volver a tener tres meses”. Alberto Wainer, entrevista realizada el martes 22 de enero de 1997.

“(...) Yo tenía un hijo [César] que estaba en las 62 Organizaciones, y el resto no incidía, yo no me tuve que ir por mi hijo. A mí  me llamaban [en el año 76], yo había sido diputado nacional, me llamaban continuamente amenazándome, diciéndome que el Capitán de las Fuerzas cree que no soy un patriota. ‘Usted se ocupó de la muerte del obrero’, porque yo denuncié que lo habían asesinado, salió en Crónica, no me pareció una hazaña mía que salía eso, pero estos señores anotaban esas cosas. Yo me exilié en Venezuela (...) Eso lo decidió mi partido, decidió que yo tenía que irme por los riesgos que corría, yo y mi familia. (...) La preocupación que tuvo el presidente del Comité Nacional en aquel entonces, el doctor Ricardo Balbín, hizo que se hiciesen todas las gestiones y me consiguieran  [primero] el asilo en la Embajada de Venezuela acá (...)”. Adolfo Gass, entrevista del jueves 14 de marzo de 1996.

“Mi hermano Bernardo Aurelio –mayor que yo- se exilió [a los 27 años] antes de terminar el 75, igual que mi padre –Bernardo- y que su hermano mellizo –mi tío Federico-, después que la Triple A mató a Julio, otro de mis tíos –el que aparece en Operación Masacre- en septiembre del 75, cuando Isabel pronunciaba un discurso, y que miembros de la cúpula militar –no me acuerdo quiénes, eso te lo tendría que decir mi viejo que habló con ellos por su condición de sargento retirado, dado de baja en 1956, después del levantamiento de Lavalle- no garantizaron la seguridad de ellos, de sus vidas. Pero mientras que mi padre –por segunda vez- y mi tío Federico –por primera vez- se autoexiliaron en Latinoamérica, en México primero los dos, y luego mi viejo bajó a Bolivia, mi hermano Aurelio se fue a Europa”. Comentario casual de Carlos Troxler, el sábado 11 de enero de 1997, a la autora del presente trabajo, quien acababa de conocer su apellido, a pesar de tener trato amistoso y comercial con él desde hace, aproximadamente, unos 14 o 15 años.

[27]  “En lugar de viajar directamente a París, por razones de seguridad, viajamos en barco –el Cristóforo Colombo., sacamos pasaje aquí, pero lo fuimos a tomar, finalmente, en Río de Janeiro. Fuimos en ómnibus a Santa Fe, en Santa Fe cambiamos de ómnibus, viajamos un día, fuimos después a Porto Alegre. En Porto Alegre otra vez cambiamos de ómnibus, fuimos a San Pablo, donde cambiamos de ómnibus y fuimos a Río de Janeiro. Los pasajeros, en todo este traslado, éramos argentinos que partíamos rumbo al exilio. En todo este viaje, todos guardábamos silencio. Tuvimos mucho miedo hasta llegar a Brasil. Pero ahí, en vez de distendernos, nos invadió la angustia por el forzoso alejamiento del país”. Raúl Aragón, Ibid.

“Antes de ir a México, fui a Brasil, donde tenía unos amigos. Para llegar ahí, por razones de seguridad, viajé desde Buenos Aires hasta el Paraguay, y de allí crucé la frontera”. Carlos Fidel, Ibid.

[28]  Entre otros, Graciela Zaldúa y Daniel Betti.

[29]  Tales los casos de Enrique Oteiza y Noé Jitrik.

[30] Entre ellas, Cámpora, Abal Medina y Adolfo Gass, respectivamente en la embajada de México y de Venezuela.

[31]  “(...) estuve catorce meses preso en la Argentina (...) Había tomado una decisión muy seria de no abandonar el país, sean cuales fueran las circunstancias en que me encontrara. Recuerdo que en esto coincidíamos con otro sindicalista, hoy fallecido, Agustín Tosco, cuando nos encontramos juntos en la cárcel de Caseros (...) [Pero] el 7 de mayo de 1975, mientras me encontraba una vez más a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, que sería el último de mis arrestos, se iba a producir un hecho muy desagradable para mí, para mi familia, aunque yo no lo iba a conocer ese día. El 8 de mayo (...) incomunicado en un calabozo de Villa Devoto, solo y aislado en una celda de 1,40 por 2,30 en un camastro, estaba escuchando el informativo de Radio Colonia cuando escuché que mi hijo Alfredo Máximo había sido asesinado a balazos y su cuerpo encontrado en un lugar del Gran Buenos Aires. Allí replantée rápidamente mi decisión de quedarme en una cárcel de Caseros, de no salir del país con mi familia, ese no haberle dicho a mis compañeros y compañeras sindicalistas, activistas, trabajadores, militantes que podía irme del país y ser más útil a la causa por la que luchábamos (...) por tanto decidí pedir la opción constitucional para salir del país.

La entonces presidenta María Estela Martínez de Perón no la firmó, siendo su deber hacerlo. No sólo no lo hizo, sino que la ignoró totalmente y tuve que recurrir a través de mis abogados al Poder Judicial, hasta que un digno juez le ordenó al Poder Ejecutivo que yo pudiera salir”. Raimundo Ongaro, en La Argentina exiliada, p. 103-106.

“(...) yo entré a los quince años a trabajar en SOMISA y un día, a los veinticinco, me sacó la policía, fui a la cárcel, a disposición del Poder Ejecutivo, el 13 de noviembre del 74. Pedí la opción en abril del 75, cuando Isabel la reglamentó, reglamentó el derecho de opción, opción por la cual terminé saliendo el 17 de agosto del 75”. Manolo Canals, entrevista del lunes 11 de marzo de 1996.

“(...) yo me acogí al opcional (...) Salí de la Argentina en febrero de 1975, después de haber estado cinco meses preso en la cárcel de Coronda, provincia de Santa Fe. Eso significa que estuve a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, pero, en mi caso, sin sufrir torturas, solamente encerrado, y sin sentencia durante todo ese tiempo. (...) yo estaba cubriendo periodísticamente los sucesos de Villa Constitución (...) Por eso viajé a Santa Fe, enviado por el P.I. para sacar un artículo en la revista. Y ahí caí, sin haber estado haciendo más que mi trabajo”. José Alberto Baquela, entrevista del 22 de enero de 1997.

[32]  Después de la suspensión por el mencionado Estatuto, el 29 de marzo de 1976 la Ley 21.275 deja sin efecto todas las solicitudes de opción con carácter retroactivo cualquiera sea la etapa en que se encuentre la tramitación. La Ley 21.448 del 27 de octubre del mismo año establece un plazo de 180 días para la vigencia de la suspensión del derecho de opción. Paralelamente, la Ley 21.449, también del 27 de octubre de 1976, dispone que las personas detenidas bajo el P.E.N. pueden solicitar hacer uso del derecho de opción, pero que el P.E.N. sólo lo concederá a los detenidos que considere no pondrán en peligro la paz y seguridad de la Nación. Agrega que el P.E.N. debe resolver las solicitudes en el término de los 90 días de su presentación, y las denegará cuando llenen las condiciones mencionadas; y que el interesado, cuando se le niegue el derecho, podrá presentar una nueva solicitud una vez que hayan transcurrido seis meses de la solicitud anterior. Esta misma ley estipula que a la persona que usa ese derecho le queda prohibido regresar hasta que se levante el estado de sitio, salvo que el P.E.N. lo autorice expresamente o que la persona se constituya detenida ante la autoridad inmigratoria o policial en el momento del reingreso, agregando que la violación de dicha prohibición será reprimida con prisión de 4 a 8 años. Posteriormente, la Ley 21.568 del 30 de abril de 1977 prorroga por 150 días a partir del 1ro. de mayo de ese año la suspensión del derecho de opción. El estatuto del 1ro. de septiembre de 1977 crea la Comisión Asesora del Presidente de la Nación con el objeto de analizar y aconsejar sobre la situación de los arrestados a disposición del P.E.N.. Cfr. Informe sobre la situación de los Derechos Humanos..., p. 182 y 183.

[33]  El derecho de asilo señala la protección que un Estado le otorga a un individuo que busca refugio en su territorio o en un lugar fuera de su territorio. El derecho de asilo se entiende, por consiguiente, como el derecho que tiene un Estado a otorgar dicha protección, en virtud del ejercicio de su propia soberanía y con la única condición de eventuales limitaciones derivadas de convenios de los que forma parte (por ejemplo, convenios de extradición). Esto no obsta para que en algunas constituciones de la primera y segunda post-guerra –Constitución Mexicana de 1917, art. 15; Constitución Cubana de 1940, art. 31; Constitución Brasileña de 1946, art. 141; Constitución Italiana de 1947, art. 10; Constitución de la República Federal Alemana de 1949, art. 16, etc.- se haya sancionado expresamente un derecho constitucional de asilo político.

Después de la segunda guerra mundial, se desarrolló una acción encaminada a consolidar el derecho de asilo como un derecho humano fundamental. Dicho movimiento dio lugar a la firma de convenios y a la adopción de otros actos no directamente obligatorios.

En el plano de los pactos, se adoptaron: la Convención de Ginebra del 28 de julio de 1951; el Estatuto de la IRO (Organización Internacional para los Refugiados), los otros actos internacionales relativos al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y las dos Convenciones de Caracas entre estados americanos del 28 de marzo de 1954. Cfr. Bobbio y Matteucci (1991), p. 118 y 119.

[34]  “(...) España había modificado la reglamentación interna, que reordenaba la legislación de fondo que tenían los españoles -que provenía de la época de Franco-, era, respecto delos hispanoamericanos, muy generosa: no precisábamos visa, prácticamente te podías quedar sin presentarte a migraciones el tiempo que querías, y la renovación, en última instancia, del período de permanencia era automática, prácticamente. Pero, a partir de fines del 75, durante todo el 76, comenzaron a recibir una gran cantidad de argentinos que se agregaban a muchos uruguayos y chilenos (...). Te sobrecargaban de trámites terriblemente engorroso –cada tres meses tenías que renovar la permanencia, después tu residencia, pero como te tardaban un mes en el trámite, la renovación, en realidad, era cada dos-, con lo cual cada dos meses uno se veía envuelto en un sinnúmero de trámites impresionantes, en los cuales había que presentar certificado de trabajo, había que presentar una declaración de rentas mínimas (...)”. Carlos “Tito” Baggio, entrevista del martes 5 de marzo de 1996.

[35]  Cfr. Lattes y Oteiza (1986), p. XXIV.

[36]  “(...) El tema fue que –yo tenía 30 años, más o menos- en el año 76 yo trabajaba en una villa, conocida ahora como la Villa 3, en Villa Soldati. Tenía con otro sacerdote una capilla allá, y bueno, ahí fui secuestrado, fui detenido, estuve preso -primero fui secuestrado y después pasé a una detención oficial- y fui torturado. (...) hubo una gran campaña, en gran parte de afuera: amigos, conocidos, mi familia en Irlanda. La embajada aquí se movió mucho. Otros sacerdotes, sobre todo un sacerdote norteamericano que había estado preso en Córdoba, él decidió con mi familia hacer todo el bochinche posible para lograr algo. Así fue que mi hermano estaba a punto de amenazar con una huelga de hambre en la embajada argentina en Dublín, y, por otra parte, de mi pueblo empezaron a escribir muchas cartas. Un día, yo estaba detenido en La Plata, y me llaman y me dicen ‘Vos te vas’”. Patricio Rice, Ibid.

Véase, además, la película La historia oficial.

[37]  Así, Raúl Aragón, Graciela Zaldúa y Daniel Betti.

Otro caso es el de la familia de Enrique Oteiza: “(...) yo me había ido [como profesor visitante a la Universidad de Sussex, Gran Bretaña], cuando en agosto del 76 hicieron un allanamiento muy violento en mi casa (...) a mi señora le pegaron, tenía toda la cara morada (...)”.

Por lo demás: “Me fui por persecución política. Empezaron a mediados del 75, tuve el primer allanamiento en mi domicilio. Después del golpe, en mayo del 76, me allanaron de nuevo, y, en noviembre del 76, cayó detenido un grupo familiar de amigos y compañeros militantes políticos, por lo cual se hizo necesario que yo saliera del país”. Carlos “Tito” Baggio, Ibid.

“En Bahía Blanca, donde estaba radicado, hubo un proceso fundamental contra la Universidad desde el gobierno democrático que se concentró en la carrera de Economía (...) por otro lado, desapareció un amigo mío. Hacia fines de julio del 76, el clima que se vivía en Bahía Blanca era asfixiante (...) Decidí venirme a Buenos Aires. Y un día después allanaron mi departamento”. Carlos Fidel, Ibid.

“Nos habían secuestrado y nos fuimos cuando nos largaron (...) a los tres o cuatro días, en 1976”. Gabriel Jacovkis, entrevista efectuada el lunes 22 de febrero de 1996.

Véanse, además, las películas El exilio de Gardel, La amiga y Amigomío.

[38]  Deducciones efectuadas no sólo de los testimonios sino también en base al análisis de un cuadro estadístico y de porcentajes de 90 encuestados en el Diagnóstico de la... (1985), p. 2 y 3.

[39]  Desde promedios  de la segunda década de vida hasta mediados de la quinta, según se desprende de fuentes de primera y segunda mano. Véanse, además, los films seleccionados.

[40]  Cfr. Lattes y Oteiza (1986), p. XXI y el Diagnóstico de la... (1985), p. 1.

[41] Idem, Ibid., Véase, además, el testimonio de Ismael Viñas en La Argentina..., p. 65.

[42] “(...) me financié el pasaje, aunque lo lógico hubiera sido –por las normas internacionales, cuando se le da la salida, un laissez passer, cuando se obliga a un exilio...-. Yo nunca lo recuperé, tampoco lo reclamé. También pagué los pasajes de mi familia: mi esposa, mis dos hijos casados –uno de ellos casado y con una niña (...) que ahora es abogada, con un chiquito de nueve meses hermanito de ella y el otro hijo, médico, con la mujer embarazada-. César, el otro de mis hijos, que estaba en las Organizaciones, no quiso venir. Se quedó y luego lo mataron”. Adolfo Gass, Ibid.

“(...) yo realmente aquí [Argentina], en ese momento, estaba pasando por el momento más próspero económico que he tenido en mi vida. Eso me permitió financiar el viaje con rapidez. Primero el mío, y luego el de mi familia. Es decir, no contamos con otra ayuda”. Carlos Wainer, Ibid.

Véase, además, para el caso de financiamiento privado, el film Amigomío.

“(...) mi mamá habló con el que era entonces el jefe de personal de SOMISA y le dijo que yo me tenía que ir, pero que no tenía plata. Entonces, SOMISA hizo una cosa muy rara –por la que nunca pedí explicaciones, pero, al mismo tiempo, nunca hice una reclamación judicial-: SOMISA no me podía echar, porque yo estaba preso, estaba solamente suspendido, por lo tanto, no me podía indemnizar –diez años de indemnización no eran poca plata-.Al mismo tiempo, yo no quería renunciar porque pensaba que, a lo mejor, algún día podía volver a trabajar en SOMISA. [Teniendo en cuenta esta situación] SOMISA me sacó mediante no sé qué sistema un pasaje Buenos Aires-Caracas. Y le dieron a mi mamá, que era muy humilde, como trescientos dólares. Mamá pagó cuarenta dólares de deudas que yo tenía, y yo me fui con el resto”. José “Manolo” Canals, Ibid.

[43] “(...) Todos llegamos a Venezuela en medio del boom petrolero, aunque esta elección de país no tuviera necesariamente que ver con que hubiera un boom petrolero, tenía que ver con que era una de las dos democracias definidas de América Latina.

[Llegué] con ciento sesenta dólares, que era muy poca plata en Venezuela (...) En realidad, no me alcanzó para nada (...) Yo salí de aquí [Argentina] con visa de turista, o sea que a los pocos días era un indocumentado que no podía conseguir trabajo formal. (...) Pero no era el único (...) Nosotros hacíamos cosas increíbles, desde vender lapiceras en la calle hasta libros, tareas menores (...) Yo tardé meses en conseguir documentación, nueve meses (...) Pero tuve un golpe de fortuna, y un argentino –metalúrgico también, que era presidente de la Central Latinoamericana de Trabajadores Democristiana- se comunicó conmigo en la agencia de noticias [Interpress], donde yo trabajaba como mensajero para unos argentinos (...) y me consiguió los papeles de admisión [en el país]. (...) Yo no viví en Caracas todos esos años. Viví [a partir de la admisión] en Puerto La Cruz. (...) al principio, fui para ser el veedor de una empresa de Caracas en la construcción de una nueva concesionaria [en la que había entrado primero para vender casas rodantes]. [Luego, siempre en Puerto La Cruz] monté una empresita mía, que ya tenían otros amigos argentinos en Caracas, para colocar cerraduras de seguridad Multilock. Después trabajé para un grupo francés, vendí casas (...) [Y] en el año 84, unos meses antes de venirme acá, fui a trabajar a la embajada argentina de Caracas, para ayudar al nuevo embajador itinerante”. Juan José “Manolo” Canals, Ibid.

“(...) como siempre fui militante político aparte de mi profesión activa, siempre que hablaba con mi esposa decía ‘Si alguna vez nos toca irnos del país, yo no voy a tener otro remedio que ser lavacopas’, porque no con todos los países tenemos convenios donde se nos reconocen los diplomas (...) Cuando llegué a Venezuela, yo ya tenía sesenta y un años, para lavacopas no me... Entonces, el diputado, en aquel entonces, el diputado nacional Jaime Businchi –que después fue Presidente-, que yo había conocido acá, en el Hospital Italiano, cuando vino a hacer un seminario, me mandó llamar. Y me dijo ‘chico, ¿de qué vas a vivir?’, y le dije ‘bueno, por ahora tengo unos dólares que me acercaron mis amigos porque no pude sacar nada’, y llamó enseguida por teléfono, me dijo ‘¿cuál es tu especialidad?’, ‘yo soy ginecólogo y fui hasta ahora director del Centro de Higiene Materno Infantil’. Entonces, sin consultarme, le dijo a la secretaria: ‘Llámalo al Ministro de Salud Pública’. (...) Al día siguiente, yo fui a verlo [y] me dijo: ‘ya estoy haciendo el decreto nombrándolo Director de Maternidad e Infancia [de mi] Ministerio’. Le dije ‘no, ministro, yo no vengo acá a ocupar puestos de venezolanos. Veré qué hago’.

(...) después de un mes, lo llaman a mi hijo [abogado] de una compañía de equipos médicos y químicos, por una recomendación. (...) El presidente de esa compañía era argentino, y hacía veinticinco años que vivía allá, porque había sido ingeniero de petróleo (...) Mi hijo le dice: ‘Yo de esto no sé, el que es médico es mi padre’ (...) ‘Bueno, que venga tu padre a hablar con nosotros’. Y yo fui. [A partir de ahí, tras leer temas cardiológicos] fui visitador médico (...) Cuando, a fin de mes, me pagaron el sueldo, eran 1200  bolívares, y yo pagaba de alquiler 2400. Y no protesté (...) ya mis hijos trabajaban (...) Yo seguí en esa empresa, la línea médica llegó a ser la principal de la compañía, y yo me fui de Venezuela [en 1982] ganando 12 mil dólares mensuales”. Adolfo Gass, Ibid.

“(...) en Caracas (...) se dio una oportunidad laboral muy importante, muy casual. Nosotros, arquitectos, algunos –los menos- nos dedicamos a hacer concursos de proyectos. Había un concurso; a través de gente que conocimos –inclusive vinculada a la Argentina- pudimos participar de ese concurso. Sacamos un segundo [premio], y, entonces, eso posibilitó, inclusive, la integración laboral. (...) Estuve, también, dando clase en la Universidad, en Venezuela. (...) allá había logrado armar con mi socio propio estudio, inclusive (...) fueron pocos los que pudieron trabajar (...) en especial los médicos, porque les exigían una reválida muy compleja”. Daniel Betti, Ibid.

“(…) Desde ya, inmediatamente que llegué me tenía que insertar. De alguna manera, las condiciones eran muy favorables en ese momento en Venezuela para los profesionales argentinos. Fue la etapa de mejor recepción en ese momento [1975, 1976]. Mi primer trabajo fue por el diario, hice la entrevista, y entré a un instituto para chicos con problemas psiquiátricos, y, luego, a  otro muy importante instituto de diagnóstico y atención”. Graciela Zaldúa, Ibid.

“(...) la mayoría [de los argentinos que estaban en el Comité de Solidaridad de Venezuela] eran profesionales. Esto no significa que ejercían esa profesión allá. Daniel Betti es arquitecto y estaba en la Universidad, Sadosky –el científico que introdujo la computación en la Argentina, hizo otro tanto en la Venezuela de aquellos años- estaba en la Universidad. Había de distintas profesiones y de distintos trabajos, uno que era abogado puso una confitería. Otro que era contador puso un taller mecánico y era muy codiciado por allá. [En Caracas] prácticamente no había talleres mecánicos, allá se rompía algo, se rompía la bomba de agua y a nadie se le ocurría arreglarla, le ponían una nueva, porque era la época de la plata dulce allá, era el boom del petróleo. Llevaban un auto y le decían ‘Bueno, chico, esto no lo botas’, ‘No lo boto’, y bueno, era muy conocido, era el taller mecánico de los argentinos. Así que en ese sentido estábamos muy bien”. Adolfo Gass, Ibid.

“(...) mi amigo Silvercasten –que vino acá para ser jefe de prensa del entonces Ministro de Economía [Grinspun]- fue allá jefe de prensa del Sistema Económico Latinoamericano y jefe de economía del diario Nacional, uno de los diarios más tradicionales de Venezuela”. J. J. “Manolo” Canals, Ibid.

“(...) Tomás Eloy Martínez, [que vivía] en un edificio que estaba al lado del nuestro, escribía, entre otros, para diarios de Caracas”. Graciela Zaldúa, Ibid.

Véase, además, Pellegrino (1986), p. 109-118.

[44]  Margulis (1986), p. 99.

[45] “[Algunos] que se habían ido muy jóvenes de aquí [Argentina], con una profesión muy incipiente, lograron trabajar en la Universidad. (...) el predominio era de intelectuales. Había, también, otra gente que no era intelectual, pero era más raro. Había muchachos obreros –no muchos- muy militantes, había algunos que hicieron comercio. Pero había muchos psicoanalistas, muchos sociólogos, muchos antropólogos, escritores, mucha gente. Predominio esencialmente intelectual”. Noé Jitrik, Ibid.

“(...) Yo llegué con un empleo –y un empleo bastante bueno-, que era [en] una institución de post-grado, el Colegio de México, como profesor invitado. Luego me convirtieron por contrato en profesor visitante. Pues tenía un buen salario de entrada, y yo no tuve ningún problema económico (...)”. Noé Jitrik, Ibid.

“En realidad, yo no llegué con ninguna expectativa [económica] en México. Con esto de que no sabía dónde ir, lo decidí por azar. Yo no sabía nada de México (...) Tenía la presión de la visa. Me renovaron la visa por quince días. Y en menos de un mes conseguí trabajo, un buen trabajo, profesional (...) Lo que no estaba era muy armado para trabajar. Necesitaba un buen tiempo para descansar, pero no podía porque tenía problemas de visa y de ingresos (...) El sueldo no era muy alto, pero me alcanzaba para vivir, porque yo [todavía] estaba solo, no tenía familia (...) Antes de irme, el último año y medio antes de irme de Argentina, yo no trabajaba como economista porque no conseguía trabajo. Intenté venir a Buenos Aires [desde Bahía Blanca] a conseguir trabajo como economista, pero no pude, entre el 75 y el 76. Cuando, en el 74, me recibí  de economista en la Universidad de Bahía Blanca, me fui a trabajar al sur, a la Universidad del Comahue. Ahí estuve por más de un año y me echaron, no a mí solo sino a un grupo grande de profesores. Y, a partir de ahí, ya no conseguí más. Vendí ropa, es decir, trabajé con mi padre. (...) En México, el Colegio de México me abrió las puertas. Ahí me contrataron para dictar un curso. Después del Colegio de México, pasé a trabajar en el sector público de México como planificador urbano, por presentación de amigos mexicanos (...) o sea, México me permitió trabajar como economista (...) pero siempre está la limitación de que sos extranjero. Cada tanto (...) tenía que renovar la visa. (...) además, participé en talleres literarios. México me dio, también, la posibilidad de enriquecerme interiormente. También trabajé en la UNAM. Dí clases en la Universidad. Y estudié posgrado en la UNAM. Y, en el último tiempo, antes de venirme, terminé como investigador nacional del sistema, que es uno de los cargos más altos de investigación allá”. Carlos Fidel, Ibid.

“(...) Digamos, yo entré al Colegio [de México] en el 74, y en el 77, creo, ya fui delegado, representante del Colegio en un Congreso en los Estados Unidos –y representante del grupo mexicano-. En el 78 me financiaron un viaje a Europa para ir a varios Congresos. En fin, me trataron exactamente igual que a cualquiera de ellos en lo administrativo, en lo académico. Formé parte de Cuartos del Colegio, [que son] cuadros consultivos, cuadros directivos del Colegio (...).

(...) Mi mujer [la escritora Tununa Mercado] y yo (...) colaboramos en periódicos, en revistas, yo pude organizar una cantidad de cosas, enseguida, prácticamente en el 76, 77, creo publiqué ya mi primer libro en México. En total, en México debo haber publicado quince, veinte libros. Ella empezó a trabajar en periodismo primero, en una revista de actualidad, y, muy interesante, luego pasó a trabajar en bellas artes, en la crítica de arte (...)”. Noé Jitrik, Ibid.

Entre otros periodistas exiliados y de brillante desempeño en México, puede mencionarse a María Seoane, que después de figurar entre las colaboradoras del desaparecido diario El Mundo en la Argentina, fue articulista del periódico Uno más uno, durante su exilio. Fuente: La Argentina..., p. 129.

Véase, también, Margulis (1986), p. 98 y 99.

[46] “(...) Yo he visto en el exilio a profesionales, llámese abogados, médicos, ingenieros o psicólogos, tener que soportar un exilio muy crudo. Tener que vender muñequitos o biyuta en la costa de España o en determinadas calles (...). Casildo Herrera, fragmento extraído de La Argentina..., p. 78.

“Yo hice de todo. Los primeros trabajos que tuve fueron –como muchos argentinos- intentar ser productor autónomo de alguna cosa para vender en las ferias, eso es un leit motiv muy común por parte de todos los exiliados, pienso que, en algún momento, siempre se intentó eso, probablemente porque era el único medio que se encontraba ahí. [En Europa en general, y España en particular]. Hacíamos, me acuerdo, cuando recién llegamos, en el grupo familiar y con algunos amigos, cosas con paño lenci, con tela de arpillera, que se vendían, no es que se vendían mal. No era para vivir, no alcanzaba para vivir con eso. Pero, en nuestro delirio de exiliados, nos habíamos salteado una cosa elemental, que es la relación producción-venta. Entonces, a nosotros no nos alcanzaba para producir la venta que teníamos: tardábamos toda la semana para hacer ocho y después, con los ocho que vendíamos, no nos alcanzaba para vivir. Además, incentivar la producción de un trabajo puramente artesanal era, prácticamente, imposible, a menos que nos quedáramos sin dormir (...)”. Héctor Carlos “Tito” Baggio, Ibid.

“(...) hice varias cosas (...) cosí unos vestidos especiales. En ese momento, la moda ibisenca era todo un grito, eran vestidos de mucha tela, muy años sesenta (...) Yo cosía para un matrimonio, también argentino, que los vendía en la costa [española] (...) ellos tenían su mesa y vendían ropa que hacían ellos, y, como la cosa iba bien para ellos, necesitaban aumentar la producción. Entonces, contrataron a un par de personas –a mí, y sé que había un par de chicas más- que les hacían vestidos, collares (...) Por ejemplo, yo hice muchas vinchas, tiaras, que ella me dijo “en este momento se están usando vinchas de muchos colores, entrelazadas, mezcladas con perlas’. Entonces, bajo un patrón que ella me dio, yo iba haciendo, pero mezclando los colores que a mí me parecía, con perlas o piedras. Las vinchas eran un poco creación mía, basada en un modelo que no podía variar mucho porque era lo que se estaba pidiendo.

[Después, por mi cuenta] trabajé unos bolsos de cuero que vendía en la feria de artesanía de la plaza Santa Ana, en Madrid. Y también fui a la costa con los bolsos, en una mesa. (...) Lo hice durante varios años (...) hasta que (...) los costos cambiaron. Y, además, cuando surge la posibilidad profesional de dedicarme al vestuario, a la escenografía (...) Mis hijos también participaban, mi hijo y su mujer tejían unas bufandas muy lindas, eran muy finitas, entrelazadas de distintos colores, tres, cuatro bufandas, y la base del tejido era con una tricotera, una máquina de tejer. Y el resto era todo a mano. Sin embargo, eso ahí [en la feria de Santa Ana] no lo podían vender. Lo vendían aparte, ellos iban por tiendas, locales y lo vendían (...) Había mucha gente en la plaza de Santa Ana (...) argentina, chilena, uruguaya (...) Había muchos españoles en la feria, pero había un buen porcentaje de sudamericanos (...) [Los argentinos] podían ser médicos, maestros, arquitectos...”. Alicia Levi, entrevista del martes 22 de enero de 1997.

“(...) nuestros hijos [los que mencionó Alicia Levi] podían vender [en la plaza de Santa Ana], por ejemplo, medias que ellos hacían tejidas a mano, escarpines, pero no las bufandas [por la utilización de las máquinas de tejer”. Alberto Wainer, Ibid.

“(...) mi hermano Bernardo [Aurelio], que es el que me enseñó a trabajar el cuero a mí, se autoexilió en Europa. Y allí vivió siempre de la artesanía, en algunos momentos con mucho éxito. Lo sé porque, incluso, yo lo visité hace algunos años en Florencia. El fue adaptando la producción. Estuvo en España, Francia, Holanda, el norte de Italia. Todavía está en Florencia, aunque por poco tiempo. Ya está cansado de estar afuera, está por volver”. Comentario casual de Carlos Troxler, Ibid.

[47] Así, en España, control de asistencia de espectadores en la puerta de cines –“cuentaganado”- para distribuidoras de películas; colocación de carteles en gasolineras, viajando por distintas regiones del país; contratos con editoriales para escribir libros de diverso tenor; relevamiento de encuestas callejeras; limpieza y preparación de comidas en guarderías de niños; empapelado y pintura de paredes; venta ambulante de libros; trabajo en negro de algunos profesionales, especialmente contadores, en medianas empresas del norte de Italia; en Francia, carga y descarga de camiones, cocinero para empresas comerciales... Testimonios de H. C. “Tito” Baggio, Horacio Salas, Alberto Wainer, Alicia Levi y José Alberto Baquela.

[48] “(...) vivir en el Norte –o por lo menos en Suecia- significa conseguirse un trabajo de 6 a 8 horas diarias de lunes a viernes, cobrar un sueldo de 800 a 900 dólares, tener entre 6 y 7 horas de tiempo libre por día, tener asistencia médica gratis cubierta por el Estado, contar con piletas de natación, campos de deportes y actividades sociales sostenidas por el municipio, y calcular si este mes me meto en un crédito a 18 meses para pagar un equipo de video o una computadora personal (...)”: Julio Fernández Baraibar, extraído de La Argentina..., p. 50.

[49] Entre otras, importación de pieles de la Argentina para venta al minoreo en la ciudad de París, explotación de talleres de cerámica y mayólica, pequeñas y medianas empresas de fletes, apertura de academias particulares de enseñanza de lengua española en París. Testimonios de José Alberto Baquela, Alicia Levi, H. C. “Tito” Baggio y Alberto Wainer, Ibid.

[50] Testimonio de Raúl Aragón, Ibid.

[51] “Algunos de los egresados de ahí [la O.R.T.] trabajaban en eso, pero yo no, confieso que no aprendí mucho, pero por lo menos sé el tema de la contabilidad doble (...) de mi grupo de abogados no nos integramos a la vida profesional (...)

(...) En general, los franceses fueron muy acogedores –sin regalarnos nada, salvo el primer apoyo económico que tuvimos-, nos abrieron las puertas del estudio (...) Yo hablo un francés chapurreado.

Los exiliados que nos precedieron –sobre todo los uruguayos y los chilenos- tuvieron bastante acceso a las cátedras universitarias; nosotros, cuando llegamos, lo encontramos cerrado, ya estaba saturado”. Testimonio de Raúl Aragón, Ibid.

“(...) tenía cuarenta y cinco años [al llegar], y eso implica que en un país como ese yo ya era un hombre mayor para conseguir trabajo, y mucho menos dentro de mi profesión. Además, y esto también es importante, no sabía el idioma, no hablaba francés (...)”. Testimonio de José Alberto Baquela, Ibid.

[52] “(...) yo salí ya grande, como quien diría, ya cuarenta y cercanos a los cincuenta años, y ya, en cierto modo, tenía una trayectoria académica. Yo había recibido una invitación como profesor investigador visitante, de manera que tenía una situación mucho mejor que las de personas más jóvenes sin un currículum, por así decirlo, académico más o menos reconocido, por lo cual mis expectativas –que eran las de poder seguir realizando trabajo universitario de docencia e investigación en el exterior, tal como siempre lo había hecho en la Argentina-. Probablemente en mejores condiciones, pues, en la Argentina, siempre las élites de poder han tenido mucho desprecio por los investigadores, los científicos, los universitarios, los profesores. Siempre les han pagado mal y reconocido menos aún. Cuando uno sabe, si ya tiene credenciales, más bien lo que uno encuentra –si le surgen oportunidades laborales- es que puede trabajar en mucho mejores condiciones: con mucho mejores sueldos, en lugares con excelentes bibliotecas, con todo el apoyo necesario para trabajar bien. De manera que mis expectativas, desde este punto de vista, eran que me iba a poder defender en el mismo tipo de actividad que era la mía. Si bien me pesaba mucho el hecho de tener que salir y tener que reiniciarme
–además, después cambié, pasé por tres países, fue reiniciarme tres veces, pagar derecho de piso tres veces- tan grande. (...)

Estuve en la Universidad de Sussex [Inglaterra] casi cuatro años, y de ahí me fui a Caracas, a Venezuela, donde estuve casi seis años. Me tocó organizar un centro regional de la UNESCO para América Latina en el Caribe, en la especialidad de Educación Superior, un centro nuevo que estableció la UNESCO en ese momento por convenio con el gobierno de Venezuela, un centro que ahora no existe. (...) Fue un trabajo en el que aprendí mucho (...) conocí mucho América Latina y el Caribe, lo cual siempre me interesó, y reforzó mi americanismo.

[Después] Naciones Unidas me ofreció dirigir un instituto, en Ginebra, de investigación sobre problemas sociales de desarrollo, con cobertura ya general de Naciones Unidas para toda la región. Así que fue, para mí, una experiencia muy importante que me permitió trabajar y moverme bastante por Africa, por Asia, siempre en vinculación con proyectos y en trabajos. En realidad, de los once años y medio que estuve, salvo un año que tuve contrato por dos años, siempre estuve con contratos anuales (...) Siempre tenía que estar pasando examen (...)”. Enrique Oteiza, Ibid.

“(...) había periodistas argentinos exiliados que trabajaban en diarios de Europa”. Raúl Aragón, Ibid.

En Europa, por ejemplo, Osvaldo Soriano tuvo un feliz desempeño: estuvo entre los redactores de Le Monde, Libération, Le Canard Echainé, Il Manifesto y Panorama. En España publicó No habrá más penas ni olvidos, en 1979, aunque este libro lo escribió en la Argentina del 75, y, luego, Cuarteles de invierno. Cfr.: Página/12, Buenos Aires, jueves 30 de enero de 1997. Año 10, número 2988, p. 2 y 3.

“(...) a los veinticinco, treinta años (...) uno puede pensar ‘Bueno, me arremango, hago un esfuerzo, pero incluso es el momento en que, si me muevo bien, por ahí puedo hacer un posgrado, terminar mi... y transformar el exilio que siempre es penoso, doloroso, en una oportunidad para formarme’. Eso, muchos que pudieron lo hicieron; muchos que vieron claramente, se fijaron el objetivo, se esforzaron y lo hicieron. Otros, les hubiera gustado poder hacerlo, no tuvieron las oportunidades. Y otros no se lo plantearon, porque en muchos casos hay que trabajar y estudiar, implica un sacrificio muy grande (...)”. Enrique Oteiza, Ibid.

“(...) me convalidaron el título sin mayor problema. [No tenía ninguna expectativa socioeconómica. Fue llegar y buscar trabajo de todo tipo, tanto en el gremio de la medicina como cosas colaterales. No solamente en hospitales, sino en laboratorios, traducciones mi compañera, y yo también dando clases de música. Finalmente, salió rápidamente el trabajo para los dos. A mí me salió trabajo en un hospital como médico residente, y mi compañera consiguió rápidamente trabajo como traductora, mientras terminaba la carrera. (...) muchos compañeros no podían trabajar porque había trabas legales. Es decir, no te daban la residencia si no tenías trabajo, y no te daban trabajo si no tenías la residencia. Era un absurdo. Pero las empresas, cuando les interesaba, obviaban ese absurdo. Por ejemplo, a mí, el Hospital de la Santa Cruz de San Pablo –que es un hospital bastante importante de Barcelona- me dio el trabajo sin que yo tuviera la residencia, y después recién me dieron la residencia.

El puesto era de médico residente. Y después llegué a ser jefe de médicos residentes. Hice la especialidad de médico anestesista”. Gabriel Jacovkis, Ibid.

[53] “(...) y yo no era una persona famosa, ni conocida, ni ampliamente conocida en el ambiente teatral argentino, pero era una persona de la que ya se empezaba a hablar, ya había sectores que me reconocían. Es decir que eso, que me había costado mucho tiempo ganar, yo sabía que  iba a un lugar donde, de nuevo, iba a tener que dar examen, presentarme y pasar la prueba nuevamente. Pero, además, y creo que más importante, era que el alejarme de mi país había producido como una especie de amnesia sobre las herramientas, sobre los conocimientos de mi profesión. Yo me sentía una persona que se había olvidado cómo se escribía, por ejemplo, cómo se formaba o dirigía un actor. Era como si una cosa muy pesada hubiera cubierto mi cabeza realmente (...)”. Alberto Wainer, Ibid.

Entre los comentarios de Horacio Salas –durante su exilio madrileño- a periodistas argentinos, hay uno poder demás sugestivo: “En mi caso personal siempre me dediqué a investigar sobre la realidad de Buenos Aires, mi ciudad, sobre los temas populares de Buenos Aires. Eso es obvio que no lo puedo hacer desde aquí, en Madrid, y esa posibilidad me desgarra”. Extraído de Nuestro..., 19, p. 38.

[54] Cfr. Oubiña (1994), p. 74.

[55] “(...) Poco a poco, incluso con la ayuda de una terapia, logré ir abriendo estas tinieblas, despejármelas un cachito. Empecé escribiendo, me animé a escribir. Empecé conectándome con gente, dando clases en distintos lugares, en distintos centros teatrales (...) Eso propició mi primera puesta importante en Madrid. Con importante me refiero a que fue bastante exitosa, y que se hizo en un lugar que se llama Centro Cultural de la Villa, que vendría a ser como el [Teatro General] San Martín aquí, o sea, el teatro municipal de Madrid. Ahí hicimos una obra de una autora que se llama Paloma Pedrero, que había sido Premio Tirso de Molina, La llamada de Laureen, y bueno, de alguna manera ya me ví instalado en la profesión. Eso permitió que, poco a poco, fuera posible realizar un viejo sueño que yo tenía, que era tener mi propia escuela y mi propio teatro. Entonces, con la colaboración de mis alumnos, de gente allegada a la profesión, etc, fundé el Teatro Estudio de Madrid, en el que desarrollé mi trabajo hasta que regresé a Buenos Aires. El Teatro, de todas maneras, sigue funcionando, ahora lo dirige mi hija”. Alberto Wainer, Ibid.

Véase, también, el film La amiga.

[56] Así, Luis Felipe Noé y el cordobés Garaycochea, quienes, en momentos distintos durante el exilio, se acreditaron bienales parisinas.

[57] Según se desprende de las fuentes, especialmente de primera mano, aunque también de segunda mano. Las excepciones, obviamente, no faltan. Así, entre otras, aquellas figuras notables de las ciencias duras y sociales que alquilaron viviendas de mayor comodidad a poco de arribar, próximas a los centros académicos en que se desempeñaban. Pero algunas optaron por la sobriedad. En realidad, no querían “malacostumbrarse” porque pensaban volver. Lo que sí hicieron fue ahorrar para, luego, comprarse un departamento en el país natal, como Enrique Oteiza.

[58] Testimonios de Raúl Aragón, Ibid., y José Alberto Baquela, Ibid. Véase, además, la película de Solanas.

[59] “(...) en Italia me independizo de mi familia y (...) me caso con un argentino”.

El era artesano (...) Pusimos nuestra casa y nuestro taller lo más cálido y confortable posible (...)”. Verónica Giussani, extraído de La Argentina..., p. 58 y 60.

“[La problemática] más común es la ruptura de pareja, es el leit motiv de todo el exilio”. H.C. “Tito” Baggio, Ibid.

“Otra de las cosas que pasaron en el exilio es la separación. Uno le echa la culpa al exilio como si no se hubiese separado si no existiera el exilio; pero... se agudizan crisis...”. Norman Briski, extraído de La Argentina..., p. 21.

“Por supuesto, atravesamos una brutal crisis en nuestra relación de pareja. Lo que ocurre, creo entender, es que de repente te encontrás carente de todos los filtros y amortiguadores que te da vivir en tu país: la familia, el trabajo, la militancia, los amigos. Y te encontrás absolutamente a solas con tus fantasmas. Has convivido con ellos durante años, pero sin darte cuenta que están ahí. Y de pronto brotan y quedan sueltos bailando una danza obscena. Creo que también juegan en este sentido la situación de extrañamiento, de encontrarte en tierra extraña. Como nadie te conoce, jugás con la fantasía de hacer lo que se te dé la mismísima gana.

(...) De todas maneras, en mi caso esta crisis no terminó con la separación (...)”. Julio Fernández Baraibar, Ibid., p. 45-48.

“En México, conocí a mi mujer. Ella venía de Estados Unidos, es uruguaya (...) En México nacieron mis hijos”. Carlos Fidel, Ibid.

“(...) un hijo mío es argentino, el otro es venezolano (...)”. Graciela Zaldúa, Ibid.

Véanse, además, Diagnóstico de la... (1985), p. 1-2 y 6; y los films El exilio de... y Mirta....

[60]La presente proyección surge del análisis de las fuentes de primera y segunda mano. Véanse, además, los films de Solanas y Meerapfel.

[61]”(...) los hijos se adaptaron (...) mucho más rápido que los padres (...) yendo al colegio (...)”.

“Volví después de cumplir mi compromiso con Naciones Unidas”.  Enrique Oteiza, Ibid.

“(...) dos de mis hijos -el mayor y la menor- no regresaron con nosotros, se quedaron en Francia. El mayor formó su familia con una francesa y allí nacieron sus dos hijos. La menor, licenciada en relaciones humanas [sus otros tres hermanos estudiaron, también, en la Universidad de París], se desempeña con éxito profesional y, aunque todavía no tiene chicos, está casada con un francés. Pero estamos siempre en contactos: en estos días, mi hijo está en casa con su familia (...)”. José Alberto Baquela, Ibid.

“(...) venirse y dejar un hijo chiquito allá con tu ex  mujer, la madre de tu hijo (...) es difícil”. H. C. “Tito” Baggio, Ibid.

“(,,,) y entonces nos vinimos, alquilamos un departamento, yo tuve que regresar a Venezuela porque tenía un trabajo profesional muy estructurado. (...) a los tres o cuatro meses regresé definitivamente”. Daniel Betti, Ibid.

“Bueno, aquí estoy. Volví. ¿Y ahora qué hago?”. Virginia Giussani, Op. cit., p. 61.

Véanse, además, las películas El exilio de..., Mirta..., La amiga y Amigomío.

[62]Este tópico resulta de la afinidad de los testimonios de primera mano al planteo: ¿qué funciones, además de las políticas, cumplimentaban los Comités?, y, ¿además, cómo definirías a la Casa Argentina, y por qué?, en el caso de algunos responsables de la apertura de dicho núcleo madrileño. Asimismo, en relación al primero de los interrogantes, se registran coincidencias en algunos de los testimonios de segunda mano seleccionados acerca de las actividades psicosociales desarrolladas.

Véase, además, El exilio... .

[63]”Inmediatamente que llegué [a Perú], me puse a denunciar todos los medios de comunicación posibles -en todas las instituciones sindicales y políticas con las que logré contactarme, con representantes de otros países, sin excluir embajadas- la escalada terrorista que se producía en la Argentina, particularmente de la Triple A (...) Llamaba a generar un Frente de Liberación Nacional que para diciembre de 1976 -fecha en que estaban previstas las elecciones- pudiera suplantar con eficacia al desgobierno total de la ex presidente María Estela Martínez de Perón (...)

Al llegar enero de 1976, realicé mi primera gira europea tras esta salida de la Argentina (...) En este periplo seguí con las
denuncias (...)

[Ante la inseguridad imperante en el Perú, después de la caída de Velazco Alvarado] en junio de 1976 decidí trasladarme de nuevo a Europa. [Estaba] convencido de que era la caja de resonancia mundial para poder hacer una tarea eficaz a favor de lo que sucedía en la Argentina contra la dictadura militar y su secuela de presos, de muertos y de desaparecidos (...)

[Desde] París (...) me dediqué a caminar Europa, Africa, América Latina, país por país, foro por foro, congreso por congreso, seminarios, coloquios, conferencias, reuniones de la O.I.T. (...) Recuerdo que una de ellas [en Londres] fue para solicitar en particular el esclarecimiento de la situación del profesor Alfredo Bravo que estaba desaparecido (...)”. Raimundo Ongaro, Op. cit.., p. 109-114.

“La militancia política en el exterior fue una obligación que asumí no bien empecé el destierro. Trabajé -al igual que otros y junto a otros- para hacer conocer las raíces y las aspiraciones democráticas del país en momentos en que muchas embajadas difundían una versión favorable al absolutismo, tratando de demostrar que en la Argentina la dictadura era un mal necesario que el pueblo aceptaba a gusto. En tal misión me entrevisté y alterné con líderes políticos, jefes de Estado, ministros, funcionarios, intelectuales, autoridades religiosas y dirigentes sindicales. En todos encontré receptividad y una gran comprensión y solidaridad hacia nuestro pueblo. Recorrí muchos países, asistí a reuniones y congresos (...).

Los exiliados argentinos, en líneas generales, han vivido pensando y trabajando para el país (...) Pero también convivía con nosotros una gran comunidad latinoamericana con la que compartíamos las luchas”. Hipólito Solari Yirigoyen, Op. cit., p. 139.

[64] Entre las movilizaciones, puede contarse la Marcha Blanca de París que contó con la asistencia no sólo de exiliados -inclusive residentes de países vecinos a Francia-, sino también de representantes de organismos de derechos humanos internacionales y argentinos. Véase al respecto la película de Solanas.

Asimismo, se registraron movilizaciones y actos de protesta frente a las embajadas argentinas -especialmente en los países de Europa y Latinoamérica- organizados por el exilio, por ejemplo, todos los 24 de marzo.

Las publicaciones constituyen todo un tema, no sólo por la importancia que tienen para este tipo de estudio de este tipo de proyecciones, sino, también, por las dificultades de acceso planteadas. Este último aspecto constituye, en consecuencia, la punta de la madeja porque sino se dispone de materiales suficientes tanto en número, tipo y variedad de marco geográfico de procedencia, ¿cómo puede encararse seriamente su análisis? Se hace ineludible, entonces, el interrogante acerca de las motivaciones de las dificultades precitadas. Bien, la respuesta está en el encadenamiento de factores vinculados, por ende, a las circunstancias que hicieron posible su aparición y a su funcionalidad. Así, por un lado, las publicaciones tienen variadas formas y distintos responsables: artículos aparecidos en diarios y revistas de los países recepcionantes, escritos ya sea por los periodistas locales conectados con los grupos de migrantes políticos, ya sea por periodistas argentinos exiliados, más solicitadas de entidades civiles, y cuadernillos -sin excluir la circulación de fotocopias o impresos en computadoras- redactados y financiados por miembros de las agrupaciones, mediante colaboración directa o indirecta de nativos del país en cuestión. Esto último implica, simultáneamente, un escaso número de ejemplares y el consiguiente pasaje de mano en mano para cubrir la información colectiva. Por otra parte, deben tenerse en cuenta tanto los traslados, por distintas razones, de no pocos emigrados políticos, incluso a distintos continentes, la desaparición de la problemática nacional a partir del inicio de la transición, como la complejidad de la ‘operación retorno’. Y, al menos en un caso evocado -Noé Jitrik, a la Academia Mexicana de Derechos Humanos-, la donación, con fines investigativos, del archivo de la agrupación a alguna institución del país de permanencia. Sin embargo, a pesar de los obstáculos, se dispone de fuentes de segunda mano publicadas por los responsables de La Argentina..., pero también de otras de primera mano. Estas últimas, en nuestro caso, se deben a la generosidad del matrimonio -Graciela y Daniel- Betti. La escasa extensión del espacio disponible nos obliga, simplemente, a explicitar los tipos de materiales: artículos periodísticos en importantes diarios venezolanos denunciando las atrocidades procesistas; solicitadas de entidades civiles con idénticos fines; Informe de la Situación Argentina entregado conjuntamente a periodistas venezolanos, en vísperas de su viaje a Buenos Aires para cubrir el Mundial de Fútbol de 1978, por el “Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino” y el “Comité Argentino”; denuncias de los negros sucesos argentinos por distintas entidades civiles, y solicitadas de distinta extensión, en periódicos, acerca de los muertos y desaparecidos por el “Comité Argentino”, en oportunidad de la visita de Videla a Caracas... más un facsímil impreso por la C.A.S. (Comisión Argentina de Solidaridad) de México.

[65] “(...) nosotros, al fin, en Caracas tuvimos un solo Comité, pero al principio se rompieron dos Comités. Yo, personalmente, rompí uno apenas llegué, junto con la ayuda de un viejo amigo, el Toto Franco, que es de la Resistencia Peronista (...) nos encontramos con la sorpresa de que había allí un pequeño grupo de gente del E.R.P., un pequeño grupo de gente de Montoneros (...) primeros meses del 76, antes del golpe (...) Y, paradójicamente, los Montoneros y los del E.R.P. plantean que hay que seleccionar las denuncias que se van a hacer para excluir, de allí, a quienes hayan muerto en combate, es decir, a quienes opusieron resistencia armada a su detención, a esto se le llamaba en ese momento muertos en combate (...)”. “Manolo” Canals, Ibid.

“[En Madrid] había problemas internos por quién hegemonizada, por proyectos políticos y, al mismo tiempo, porque estas organizaciones políticas muchas veces -las que hegemonizaban (...)- no habían producido todavía la necesaria autocrítica respecto del desastre que habían producido sus conducciones. Montoneros, por ejemplo. (...) Yo, que no pertenecía a esa organización, por ejemplo, pero sí me interesaba hacer denuncia, no tenía más remedio que estar, en minoría, dentro del Comité de Solidaridad. O si no borrarme. (...) Seguí hasta que agonizó (...) a partir del 79, 78, ya no quedaba casi nadie (...)”. H.C. “Tito” Baggio, Ibid.

“(...) y cuando llegué yo, bueno (...) era el más importante, porque venía de ser diputado nacional, había sido embajador, la gente me conocía, pero todos eran jóvenes (...) Entonces, lo decidieron, se reunieron y vinieron todos a mi casa (...) a decirme ‘Usted (...) es nuestro presidente’ (...) Yo acepté gozoso (...) Pero había otra comisión anterior (...) eran chicos de las Organizaciones (...) pero después se vinieron con nosotros. Entonces, yo fui presidente de todos los exiliados sin discriminación de ideas políticas, no hablábamos de ... cada uno sabía quién era quién. Los que éramos minoría éramos los radicales, la mayoría, lógicamente, era peronista”. Adolfo Gass, Ibid.

“(...) las actividades de denuncia eran, en cierto modo, básicas (...) La gente, no toda tiene el mismo espíritu de militancia, de tiempo o de lo que sea, para algunos era demencial que algunos -nosotros, nuestros amigos- tuviéramos tres, cuatro reuniones semanales que terminaban a las tres, cuatro de la mañana. (...) pero los otros tenían cabida en otros rubros. La idea era tener una entidad más o menos fuerte (...) de hecho, cuando los Montoneros empezaron a disolverse (...) caían a nosotros, venían a la C.A.S. (...) Poco a poco, fue el único centro. Ya en los momentos más complicados, por ejemplo cuando las Malvinas, las asambleas que se hacían (...) estaban así de argentinos, había doscientos, trescientos compañeros de todas las tendencias que disentían a muerte (...)”. Noé Jitrik, presidente de la C.A.S., Ibid.

[66] Según se desprende de los testimonios de primera mano.

[67] Entre otros, Reina Pastor, el ingeniero Togneri, Carlos Malamud, H.C. “Tito” Baggio y Marcelo Brindizi. Ha sido imposible conseguir algún número de esta publicación a efectos de especificar un comentario analítico, por los factores ya señalados.

[68] Compuesto, aproximadamente, por treinta profesionales de distintas tendencias ideológicas, entre ellos H. Solari Yrigoyen, R. Aragón, L.Garzón Maceda, R. Tello, M. Federico.

[69] Entre otros testimonios: Raúl Aragón, Ibid., e Hipólito Solari Yrigoyen, Op. cit.., p. 140.

[70] Testimonio de uno de sus organizadores y participantes: el irlandés Patricio Rice, del M.E.D.H.