El
tópico de la estatua viviente
Raúl Lavalle
Colegio
Nacional De Buenos Aires
Prefacio
Las
primeras noticias que tuve del mito de Pigmalión vinieron de un programa de
preguntas y respuestas por televisión; todo esto hace ya bastantes años. Este
relato, no muy bien contado allí, me quedó profundamente grabado, y sigue
siendo uno de los que más me agradan. A veces vuelvo a él por obligación, la
que reclaman mis clases; otras, por mi propio gusto, que generalmente es
compartido por mis alumnos.
A lo
largo de estos años he podido ilustrar en las aulas el mito, con la insuperable
ayuda de los poetas. La intención que mueve estas líneas es, entonces, juntar
desordenadamente lecturas que yo mismo he hecho desordenadamente. Tengo la
certeza moral de que los lectores sabrán dar a mi escrito el orden que surja de
sus preferencias y afectos. Me gustaría mucho también que alguno de ellos
encontrara algún interés en mis comentarios, pero me considero bien pagado si
aprecian la labor de reunir los textos.
A
propósito de lo último, hemos preferido poner en lengua original textos de
literaturas que no domino. Los especialistas en ellas podrán aportar mucho más.
Nuestro énfasis principal fue puesto en textos de naturaleza lírica, pero queda
abierto campo, incluso para comparaciones con otras artes que aprovecharon este
mito.
El tópico de la estatua viviente
La estatua que cobra vida es un tema conocido, en la
literatura antigua, por el mito de Pigmalión. En el libro décimo de las Metamorfosis (vv. 243-99), Ovidio nos da
la versión más conocida. Inmediatamente antes, el poeta de Sulmona relaciona
esta historia con la de las Propétides, que habían sido el caso opuesto: de
mujeres que eran, fueron transformadas en piedra. Otra variante mítica nos la
aporta Clemente de Alejandría, quien dice que Pigmalión de Chipre se había
enamorado (e)ra/sJh es
el verbo griego, de la misma raíz que Eros,
y elimina toda posibilidad de amores platónicos) de una estatua de Afrodita, y
que ésta estaba desnuda. Como fuente de su alusión cita a Filostéfano de
Cirene, autor del s. III a. C.[1]
Volviendo a las Propétides, ellas habían sufrido dos
transformaciones punitivas: primero la prostitución de sus cuerpos, y segundo
la conversión en imágenes de piedra parvo
discrimine (v. 242). Tal diferencia no era en realidad pequeña, pues se
trataba de lo que separa a la vida de la muerte, a lo animado de lo inanimado,
pero no es eso lo que Ovidio quiere decirnos. El tema aquí considerado es el
propio concepto de arte que aparece en muchos textos antiguos.
En efecto, de muchos de ellos se desprende que la
obra más perfecta es la que más se asemeja a su contrapartida real.[2] Podríamos compendiar refiriéndonos a un
pasaje de Valerio Máximo,[3]
que recuerda la Venus cnidia de Praxíteles, propter
pulchritudinem operis a libidinoso cuiusdam complexu parum tutam. También
agrega el ladrido de unos perros, provocado, aspectu picti canis, un caballo excitado por la pintura de una
yegua, y un toro empujado ad amorem et
concubitum de una vaca de bronce. La referencia final de este paso (dice:
“¿Por qué hemos de sorprendernos de que los animales privados de razón sean
engañados por el arte, cuando vemos que el sacrílego deseo del hombre es
excitado por las formas de una muda piedra?”) prueba que Valerio Máximo no
habría aprobado la conducta de Pigmalión. En el arte del tejido, citemos el
ejemplo de un niño labrado con gran realismo en la tela: teneros de stamine risus / vagitusque
audire putes.[4]
Lo anterior no significa que los antiguos no
apreciaran otros rasgos. Como ejemplo podríamos citar el libro segundo de la Antología Palatina. Cristodoro, un autor
que floreció a comienzos del s. VI, describe allí las estatuas de un gimnasio
constantinopolitano llamado Zeuxipo. Los personajes históricos y mitológicos
figurados por ellas parecían querer expresar, en la dureza de la materia, sus
afectos e intenciones. Parecían querer vivir. Es que la e)/kfrasij también
se nutre de lo subjetivo. Pero Ovidio no se interesó demasiado por este recurso
en su epilio sobre Pigmalión. Sin embargo éste ha tenido una gran fama
literaria (según nuestro modesto conocimiento, superior a la de Narciso), que
ha llegado incluso hasta el mismo tango homónimo;[5]
y que de algún modo se refleja en las esculturas vivas que artistas
vocacionales hoy nos muestran en las calles.
Gregorio Nacianceno, en la Antología Palatina,[6]
se lamentaba por la muerte de un joven llamado Eufemio. Las Gracias y las Musas
hacían solemne juramento de nunca volver a levantar semejante obra y adorno
(ambas cosas significa a)/galma) entre los mortales, pues
la Envidia cruel no permite que tales cosas duren. Ovidio luchó contra FJo/noj, pero otros lo siguieron en la historia de la
literatura.[7]
Metamorfosis
X,
238-99
Sunt tamen obscenae Venerem Propoetides ausae
esse negare deam. Pro quo sua, numinis ira,
corpora cum forma primae vulgasse feruntur; 240
utque pudor cessit, sanguisque induruit oris,
in rigidum parvo silicem discrimine versae.
Decíamos un momento antes que las
Propétides tuvieron doble metamorfosis. Primero una de orden moral, producto de
su arrogancia de desconocer a Venus. No es la primera vez que personajes
ovidianos son transformados en otra cosa por causa de su soberbia.[8]
La segunda es de orden físico, y hace en instantes lo que los artistas
penosamente hacen con instrumentos y fatiga, y genio.[9] El arte es modelo, y en este caso, de lo que
no debe hacerse. Por ello Pigmalión pensaba que esas mujeres, dejadas a la
permanente consideración humana, le aconsejaban abstenerse del amor a las
otras. Las demás mujeres son tan malas como éstas, pensaba él, llevado incluso
por la observación de la conducta femenina, llena de vicios. Su decisión fue
tan radical que no contemplaba ni siquiera las excepciones.
viderat, offensus vitiis, quae
plurima menti
femineae
natura dedit, sine coniuge caelebs 245
vivebat, thalamique diu consorte
carebat.
El amor, por ser dimensión
insoslayable, debe ser satisfecho, y el medio utilizado hace notable a este
mito. Es notable por varias razones, dos por lo menos. Una, porque el arte no
le dio una obra bella sólo para contemplar: él amó la obra en que había puesto
sus aspiraciones profundas. Otra, porque su trabajo tan perfecto sobrepasaba a
la realidad. Quizá ‘admirable’ sea poco para calificar a esta estatua, que a la
belleza de la forma añadía lo precioso de su material. Al usar marfil (no nos
es fácil imaginarnos una estatua de marfil en tamaño natural, pero dejemos que Ovidio continúe), Pigmalión se
anticipa al consejo de Théophile Gautier, que veremos más adelante.
Interea niveum mira feliciter arte
sculpsit ebur, formamque dedit, qua femina nasci
nulla potest, operisque sui concepit amorem.[10]
El Ariosto recuerda una rara
anécdota. Cuando Zeuxis tenía que hacer una imagen para el templo de Hera en
Crotona, reunió muchas mujeres desnudas. De cada una tomó algo, para hacer por
partes una belleza óptima: per una farne
in perfezione, / da chi una parte e
da chi un’altra tolse.[11]
De su imaginación sacó Pigmalión la estatua,[12]
cuya hermosura era tan grande que
Orfeo, el narrador, dice en segunda persona: “Tú podrías pensar que está viva.”
Virginis
est verae facies, quam vivere credas, 250
et,
si non obstet reverentia, velle moveri;
ars
adeo latet arte sua. Miratur, et haurit
pectore
Pygmalion simulati corporis ignes.
Y, como solían hacer los
epigramas dedicados al realismo de una obra, pone la perplejidad del
contemplador como argumento: uno incluso atribuye a la estatua como un intento
de moción. Es un intento irreal, como hábilmente restringe el poeta: si non obstet reverentia.[13]
Pero, en Pigmalión, el admirar trae como consecuencia el amar.
Saepe
manus operi temptantes admovet, an sit
corpus, an illud ebur, nec adhuc ebur esse fatetur. 255
Oscula dat, reddique putat;
loquiturque, tenetque,
et
credit tactis digitos insidere membris;
et
metuit, pressos veniat ne livor in artus.
La perplejidad ante el realismo
artístico, lugar común, como decíamos, está ayudada por la acción de dirigir el
tacto. Esta duda es literaria, no filosófica; pero le sirve a Ovidio para
exhibir su maestría. Y comienza también una como paulatina humanización de ese
perfecto marfil.
Et modo blanditias adhibet, modo grata puellis
munera fert illi, conchas teretesque
lapillos, 260
et parvas volucres et flores mille colorum,
liliaque pictasque pilas et ab arbore lapsas
Heliadum lacrimas. Ornat quoque vestibus artus,
dat digitis gemmas, dat longa monilia collo;
aure leves bacae, redimicula pectore
pendent. 265
Cuncta decent; nec nuda minus formosa
videtur.
Pigmalión demuestra aquí ser buen
discípulo de su creador, pues hace a su amada estatua regalos sencillos. El Arte de amar decía: Nam dominam iubeo pretioso munere dones; / parva, sed e parvis callidus apta dato.[14]
Caracoles y redondeadas piedritas no son ciertamente caras, pero evidencian
cariño. Mas los regalos caros, como las gemas, ya vemos que no están ausentes.
Sin embargo, nada hay más precioso que la propia belleza de la forma: ‘y
desnuda no parece menos hermosa.’[15]
También decía el Ars que las mujeres
hermosas no necesitan ni del ornato ni de preceptos amorosos,[16]
pero igual el protagonista viste y adorna a su obra, según vimos.
Collocat hanc stratis concha Sidonide tinctis,
appellatque tori sociam, adclinataque colla
mollibus in plumis, tamquam sensura,
reponit. 269
El paso de ficción a realidad está
anticipado en estos versos, en que el escultor trata al cuello de su estatua
‘como si fuera a sentir.’ Es aquí también donde la perturbación psíquica del
protagonista llega a máximo punto. Tal anomalía podrá disimularse por la
irrupción milagrosa de la transformación; pero tendrá efectos sobre la
descendencia, por ejemplo en el caso de Cíniras (cf. X, vv. 298 sq.).
Festa dies Veneris tota celeberrima Cypro 270
venerat, et pandis inductae cornibus aurum
conciderant ictae nivea cervice iuvencae,
turaque fumabant; cum munere functus ad aras
constitit et timide: “si di dare cuncta potestis,
sit coniunx, opto” non ausus
“eburnea virgo” 275
dicere, Pygmalion “similis mea” dixit “eburnae.”
Sensit, ut ipsa suis aderat Venus aurea festis,
vota quid illa velint, et, amici numinis omen,
flamma ter accensa est apicemque per aëra duxit.
Ovidio corta abruptamente la
descripción de tan extraño amor, para referirse a una fiesta, importantísima en
toda Chipre y dedicada a Venus. El héroe de Pafo no se parecía al Hipólito
euripideo, cuya castidad no gustaba de dioses a los cuales se venera de noche.[17] Por el contrario, él también hace ofrendas y
súplicas a la diosa. Seguramente es de la habilidad literaria de nuestro poeta
el haberle hecho pronunciar una plegaria según lo razonable; plegaria que la
diosa, en rara epifanía, recibe con sagaz discernimiento: una cosa es lo que él
dice, y otra lo que verdaderamente quiere. La llama que sube tres veces es
favorable presagio. Así como la fiesta de Venus y Adonis en Sesto había
resultado propicia a Leandro,[18] también a Pigmalión le resultó feliz la de
Chipre.
Ut rediiit, simulacra suae petit ille
puellae, 280
incumbensque toro dedit oscula; visa tepere est.
Admovet os iterum, manibus quoque pectora temptat:
temptatum mollescit ebur, positoque rigore
subsidit digitis, ceditque, ut Hymettia sole
cera remollescit, tractataque pollice
multas 285
flectitur in facies, ipsoque fit utilis usu.
Al volver a su casa, él se refugia de
nuevo en su torre, más ebúrnea que la propia estatua. Pero esta vez esa
satisfacción como de idolatría es sacudida por una sensación real, no
imaginada. En efecto, la dura materia se entibia y depone su rigor de muerte.
De algo frío y duro deviene un cuerpo que participa del calor vital; que es
blando como la cera de las célebres abejas del monte Himeto. La cera ablandada
por el sol es modelada por el artífice y después endurece; aquí, a la inversa,
lo duro toma la suavidad de la carne. Más adelante veremos cómo muchos poetas
se complacen con esta oposición entre lo inerte y lo vivo.
Dum stupet, et dubie gaudet, fallique veretur,
rursus amans
rursusque manu sua vota retractat,
corpus erat;
saliunt temptatae pollice venae.
Tum vero Paphius plenissima concipit heros 290
verba,
quibus Veneri grates agat, oraque tandem
ore suo non
falsa premit, dataque oscula virgo
sensit, et erubuit, timidumque ad lumina lumen
attollens pariter cum caelo vidit amantem.
Esta metamorfosis, como otras de
Ovidio, no es instantánea; se consuma en un brevísimo lapso, pero permite ver
el prodigio en movimiento. Así también Apolo tocaba a Dafne, que por fuera se
había hecho corteza, pero por dentro era todavía mujer y sentía horror al amor:
Hanc quoque Phoebus amat, positaque in stipite dextra
sentit adhuc
trepidare novo sub cortice pectus,
complexusque
suis ramos, ut membra, lacertis
oscula dat
ligno: refugit tamen oscula lignum.[19]
Pigmalión se alegra ante esos besos
reales, pero no da del todo crédito a lo que ve: el ingenio del poeta es
notable en dubie gaudet, no fácil de
traducir (también en otro lugar Ovidio juega con la duda, cuando Atalanta duda
de si prefiere vencer o ser vencida por Hipómenes[20]).
Y no menos bello es el final, pues en vez de llorar la mujer se ruboriza; y con
la luz de sus ojos ve la luz del sol y a su amante, causa de su primera
sensación en el mundo de los vivos (sensit,
et erubuit). Pero nosotros leeremos a continuación otras bellas estatuas.
Una bella dama
George Bernard Shaw (1856-1950) en Pygmalion interpretó nuestro mito y lo
aplicó con fines docentes. Su Cockney
Cinderella puede ser considerada un símbolo de la lucha por igualdad de
oportunidades, especialmente en educación.[21]
No nos proponemos investigar en tales mensajes, ni en otros no menos
importantes, sino ver un poco cómo se encarna el tópico de la estatua viviente.
En todo caso, casi seguro que Shaw se escandalizaría si escuchara lo escrito
anónimamente en una revista, anunciando un inminente estreno de Mi bella dama en Buenos Aires: [Shaw]
“demuestra que no hay sueños imposibles y, sobre todo, que cualquiera de
nosotros puede lograr lo que se proponga.”[22]
Higgins es el escultor que hace de
Liza una dama, pero este moderno Pigmalión moralmente no puede actuar de
cualquier modo sobre su educanda. Mrs
Pearce le advierte: “You can’t take a girl up like that as if you were picking up a pebble
on the beach” (II, p. 21). Y, en My fair
lady, Pickering: “Does it occur to you, Higgins, that the girl has some
feelings? (I, 3, p. 122). Shaw había escrito en
el epílogo de su obra que un solterón convencido como Higgins no sería lógico
que modificara sus puntos de vista, aunque reconozca: “I have grown accustomed
to your voice and appearance” (V, p. 84).
Pigmalión no se casará con Galatea,
pero ella no puede volver al arroyo: “Well, I am a child in your country. I have forgotten my own language, and can speak
nothing but yours” (V, p. 80). Sus primeras reacciones son
comprensibles, pero luego se verá forzada a admitir que puede moverse por sí
misma, gracias a su conocimiento (en términos ovidianos, arte). Pickering la
trató mucho mejor que Higgins en cuanto a las buenas maneras (dentro de lo que
Shaw llamaba middle class morality). Mas es a su maestro a quien debe su seguridad: “You
turn round and make up to me now that I’m not afraid of you, and can do without
you” (V, p. 88). La estatua no sólo sabe alcanzar
pantuflas; también viene a una vida nueva. Las versiones cinematográficas
testimonian la vitalidad del mito, y de la personal versión de Shaw.
De este autor que fue además
político, Presidente de Colombia (1892-1898), es esta
Invidia postquam atque odiis vexatus iniquis
Vir probus occubuit propositique tenax,
Auxilium artificum pietas tunc sera requirit,
Ac se tollit humo martyris effigies.
Nec tantum vultus simulat; quadamtenus illa
Vivendi morem continuare valet.
Hic ille, arboribus, solis comitatus amicis;
Hic ille est tacitus qui mala cuncta subit!
Sic, sed vivus ego: ventos saevamque superstes
Sic hyemem immotus nocte dieque fero.
Nos permitimos añadir nuestra traducción:
Después que, maltratado por el odio y la injusta
envidia, murió el hombre recto y firme en sus designios,
busca entonces la tardía piedad el auxilio de los
artistas,
y se levanta del suelo la imagen del mártir.
Mas no sólo se figura el rostro: de algún modo la
estatua
continúa reflejando una forma de vivir.
¡Éste es el acompañado de sus solos amigos, los
árboles;
éste, el hombre que soporta callado todos los males!
Así también yo, pero viviente. Resisto día y noche,
inmóvil, los vientos y el crudo invierno.[23]
Digamos primero algo desde el latín. En efecto, el tenacem propositi virum horaciano,[24] el saevus
aplicado a los elementos y el uso transitivo de continuare son algunos ejemplos de la familiaridad de Caro con los
antiguos.
El hombre representado por la estatua tenía dos
cosas que suele procurar la fama: un nombre digno de perdurar y, como
contrapartida, un permanente estar a
merced de los dardos de la maledicencia. En este sentido, la palabra martyr, que tiene innegable color
cristiano, da una nota emotiva.
El auxilio de los artífices es cierto que será una
piedad tardía, pero tendrá el poder horaciano de conferir la inmortalidad de la
fama. Aunque del cuerpo queden polvo y cenizas, este hombre no morirá entero, y
una gran parte de él evitará la negra muerte. Y este trabajo del arte tiene
doble mérito, pues no sólo es un espejo de lo real, sino también un intento de
prolongación (continuare) de lo que
había en vida: la justicia y la firmeza.
La imperturbabilidad de la estatua ante los insultos
y gritos de la turba tiene, de todos modos, el alto precio de la muerte. El
poeta se compara con la escultura pero advierte con nuevo estoicismo: sed vivus ego. Nosotros veremos dentro
de un momento que esta oposición entre lo vivo y lo inerte está más
desarrollada en unos sonetos de nuestro Enrique Banchs.
Muy ovidianos son estos sonetos, que ahora copiamos
en orden.[25]
La estatua
I
¡Oh, mujer de los brazos extendidos,
y los de mármol ojos tan serenos,
he arrimado mis sienes a tus senos
como una rama en flor sobre dos nidos!
¡Oh, el sentimiento grave que me llena
al no escuchar latir tu carne fría
y saber que la piedra te condena
a no tener latido en ningún día!
¡Oh, diamante arrancado a la cantera,
tu forma llena está de Primavera,
y no tienes olor, ni luz ni trino!
Tú que nunca podrás cerrar la mano,
tienes, en gesto de cariño humano,
la única mano abierta en mi camino.
II
No te enciende el pudor rosas rosadas,
ni el suceder del Tiempo te da injuria,
ni levanta tus vestes consagradas
mala mano temblante de lujuria.
A tus pies se dan muerte las pasiones,
las Euménides doman sus cabellos
y se asustan malsines y felones
al gesto inmóvil de tus brazos bellos.
Luz del día no cierra tus pupilas,
viento no mueve el haz de tus guedejas,
ruido no queda preso en tus oídos.
Pues eres, ¡oh, mujer de aras tranquilas!,
un venusto ideal de edades viejas
transmitido a los tiempos no venidos.
III
Mujer, que eres mujer porque eres bella
y porque me haces ir el pensamiento
por senda muda de recogimiento
al símbolo, a la estrofa y a la estrella,
nunca mujer serás: tu carne vana
jamás palpitará de amor herida,
nunca sonreirás una mañana
ni serás una tarde entristecida.
Y sin embargo soy de ti cegado,
y sin embargo soy de ti turbado
y al propio tiempo bueno y serenado,
y quisiera partir mi pan contigo
y pasear de tu mano en huerto amigo
en busca de esa paz que no consigo.
IV
Arrimadas mis sienes a tus senos
siento que me penetra alevemente
frío de nieve y humedad de cienos...
¡Siempre materia y siempre indiferente!
¡Quién tuviera, oh, mujer que no suspira!,
esa inmovilidad ante la suerte,
esa serenidad para la ira,
en la vida, esa mano de la Muerte.
Mi espíritu jamás podrá animarte,
ni turbar un instante solamente
el gesto grande que te ha dado el arte.
¡Quién pudiera esperar la muerte tarda,
sereno cual la piedra indiferente,
callado como el Ángel de la Guarda!
La oposición entre lo inerte y lo vivo decíamos que
es permanente en los cuatro sonetos. En el primero, el gesto piadoso y la
acumulación de la sinestesia nos dan por un momento la esperanza de la vida.
Pero la aliteración “sienes... senos” no puede engañarnos, pues la belleza de
la estatua tiene la durable frialdad de la piedra. Lo único que posee de vital
es la forma, mas forma sensible y aséptica. Por más bella que sea Dafne como
laurel, nada obtiene Apolo con sus besos, dice Ovidio.[26] De cualquier modo, el poeta se acerca a la
estatua buscando refugio; una paz que es capaz de darle protección en el camino
de la vida.
Otra nota que caracteriza a la estatua es el pudor,
sentimiento que predomina en la primera parte del segundo soneto. Se necesita
la vida para que se llene de rubor el rostro, pero la frialdad del mármol es un
freno que basta para contener cualquier desborde sensual. Una cuidadosa
selección de vocabulario (pudor y consagradas se oponen a lujuria y pasiones) le permite al poeta destacar este aspecto. También en el
léxico, podemos marcar los latinismos veste
y venusto y la mención de las
Furias, con lo que se consigue dar al soneto una dimensión de eternidad
histórica. Pues, como dice León Benarós,[27]
Banchs logra un raro efecto de intemporalidad con vocablos desusados, sin que
su poesía nos parezca trasnochada.
El ideal que representa la estatua siempre dejará un
mensaje, pues el arte, como más abajo veremos en el cuarto soneto, puede
conferir una forma especial de inmortalidad, que puede superar el frío de la
muerte ínsito al mármol. Estamos, pues, ante el tópico horaciano del non omnis moriar. Como ya ha señalado
Ángel Mazzei,[28] varias
veces encontramos en la obra de Banchs este anhelo por perdurar a través de la
propia obra. El antecedente literario más claro es la oda III, xxx del poeta
latino: la diosa de los funerales no podrá devorar su creación.
Non omnis
moriar multaque pars mei
vitabit
Libitinam.
(‘No
moriré entero, y gran parte de mí
evitará a
Libitina.)
El tópico del non
omnis moriar está también en Banchs,
en este soneto de cola corta de La urna.[29]
La firme
juventud del verso mío,
como hoy
te habla te hablará mañana.
Pasa la
bella edad, pero confío
a la
estrofa tu bella edad lejana.
Y cuando
la vejez tranquila y fría
de color
virginal te haga una aureola,
no sabrá
tu vejez mi estrofa sola,
y te
hablará cual pude hablarte un día.
Y cuando
pierdas la belleza, aquella
adolescente,
el verso en que te llamo,
te seguirá
diciendo que eres bella.
Cuando
seas ceniza, amada mía,
mi verso
todavía, todavía
te dirá
que te amo.[30]
En el tercer soneto campea el deseo de compartir
anhelos. La estatua, como mujer ideal (parafraseando a Ovidio, diríamos que es
una mujer bella como ninguna otra puede serlo), puede acompañar al poeta en un
viaje espiritual hacia lo bello. Tal vivencia estética cristaliza en un cuarto
verso muy del estilo de Darío,
al
símbolo, a la estrofa y a la estrella.
Nuevamente se opone la realidad, despiadada: la vida
no le pertenece a la estatua; tan alejada de ella está, como la inmortalidad lo
está de Gilgamesh; como la imagen reflejada lo está de Narciso, aunque parezca
separada de él exigua aqua.[31]
Y las pasiones no darán alegría ni dolor a las blancas facciones. Pero hay otra
vida, que es interior, y por el camino de la meditación invita al acercamiento
hacia ella. Un locus amoenus imaginado
por el poeta es el lugar de la unión, de una paz que no puede dar la lid del
mundo real. Antes Voltaire había hablado de la animación, por parte del amor,
de la piedra, en este quatrain:
Si
Pygmalion la forma,
Si le ciel
anima son être,
L’amour fit plus: il l’enflamma.
Sans lui,
que servirait de naître?[32]
Pero la insistencia en la estatua como obra muerta
tiene mayor crudeza en el segundo cuarteto del último poema, donde una visión,
algo estoica, , del contemplador lo mueve a desear cierta impasibilidad. Es
cierto que la mujer de mármol siempre carecerá del hálito vital, pero su gesto
durará más que la carne, alimento, al fin y al cabo, de políticos gusanos. Y en
el último terceto, una simbiosis con el ideal, donde el latinismo tarda viene desde el pasado a encontrar
a un ángel, símbolo de la inocencia.[33]
Gustavo
García Saraví
De este poeta argentino actual tomamos los
siguientes sonetos, publicados en 1988 en el suplemento literario del diario La Nación:
I. Romana desconocida.
Época, Trajano
Me fijo en
el catálogo: “Romana
desconocida.
Época, Trajano.”
Siglos. ¿Y
el escultor? Nadie. La mano
del tiempo
es rapiñera y feroz, vana
y
hambrienta del ayer y del mañana.
Y del amor
cercano y del lejano,
y hasta
del mármol, cutis de un hermano
bastardo
al que se roe y se profana.
¿Quién
eras? ¿Venus, campesina, olivo
de los
deseos, núbil, sueño vivo
de quien
te hizo o te rehízo suya?
Nadie lo
sabe ni sabrá. Lo cierto
es que no
existes, y si existes, huya
de ti mi
corazón, viviente y muerto.
II. Romana desconocida.
Época, Tiberio
¿Dónde te
hallaron, alta y asombrosa?
¿En cuál
palada de la arqueología?
¿En los
idus de marzo o en el día
de las
celebraciones de la rosa?
Pienso que
bajo un olmo, que te roza
con
dignidad y brisas todavía,
al costado
de un templo, en la alegría
como senil
de los burdeles, diosa
seguramente
principal del griego.
Ni lo
imaginas. Ni quien dio contigo,
esclava,
castidad, velamen, fuego.
Según
calculo, tienes dos mil años,.
Menos que
yo y la antigüedad del trigo.
Ni el daño
se ha atrevido a hacerte daños.
Hay un intento, en una primera moción, de acortar la
distancia que lo separa de estas mujeres pétreas. Ni siquiera cuenta con la
ayuda del nombre de los escultores, con quienes podría ensayar un diálogo; pero
sí se sorprende de la resistencia al tiempo, al cual dedica cuatro
adjetivaciones muy fuertes. Pero el mármol sólo dura un poquito más que
nosotros: en el devenir humano miles de años no cuentan. El arte hizo el
intento de mantener la vida, y fracasó frente a la irreverencia de los años. Y
el poeta cierra su primera meditación con el convencimiento de que su propia
vida se hundirá en la oscuridad de la historia. Tal vez el azar depare alguna
sorpresa. El trabajo de campo y el de laboratorio, y el artístico de dibujantes
y escritores, ensayará una pálida reconstrucción del color de la vida que pasó.
Sin embargo vuelve la paradoja, pues lo que estaba muerto parece hoy al poeta
más vivo que su propia sensibilidad. Como vemos, otra vez Horacio y Quevedo.
Arnaldo
Tobias
Nos hemos propuesto traer otros autores a este
convivio; en este caso se trata del poeta brasileño Arnaldo Tobias, cuyo poema
es como la contrapartida de una mirada desde lo ideal.
Canto Sem Continuidade de Posse
Não
cantarei
aos
manequins
da vitrina
nem às
estátuas
desoladas
da praça
essas nada
vêem
e nada
sentem
cantarei
sim
às
oficinas do mundo
às
fábricas
fabricadas
para o mundo
ao pardo
camponês
de todo
mundo
ao mais
tísico
garçom do
mundo.
esses sim
me verão
quando eu
passar
o da
bigorna me sacudirá
feito o
escopro e o martelo
o do tear
me esconderá
a sua
camisa
o da
agrária me cavará
da terra o
fruto
o do hotel
me entornará
a pequena
cuba
esses sim
me verão
quando eu
passar
e me
acenarão
do longo
dos braços
os seus
lenços de suor
quando eu
passar.[34]
El mundo del trabajo y su cambiante belleza no son
ajenos a lo poético, dice Tobias con emoción: lo minúsculo, el sudor, la fatiga
y lo rutinario modifican la naturaleza, y el heroísmo de tales artistas es más
cercano al nuestro. Tal vez ese labor no
sea en el fondo tan distinto del de otro oscuro personaje. Veámoslo, en el
siguiente poema de Alphonse Beauregard cuyo mundo hallamos afín a lo que
veíamos en Enrique Banchs.
Alphonse Beauregard
Tableau
Pâle, d’une pâleur immuable et sereine,
Et le buste à demi découvert, une enfant,
Une blonde aux traits purs gît sur le marbre blanc
Où ses cheveaux bouclés tombent comme une traîne.
Près
d’elle un homme assis, la main sur le menton,
Regarde
fixement quelque part, dans le vide.
Un crâne
symbolique à l’air louche et stupide
Grimace,
environné d’outils et de flacons.
Sur la
morte s’épand un bleu rayon lunaire
Venant d’une fenêtre invisible. Les murs,
vaguement dessinés avec leurs coins obscurs,
Recèlent, on dirait, les apprêts d’un mystère.
L’homme,
armé du scalpel, pour d’autres tentera
D’arracher
à la mort le secret de la vie:
Imitant la
nature où naît et renaîtra
Un monde
toujours neuf sur des forces taries.[35]
La atmósfera que rodea al artista y a su modelo vivo, de penumbra, palidez y oscuros
rincones, es el marco que el poeta busca para ambientar el misterio de la
creación; varios elementos de trabajo y gestos de estupor sugieren la debilidad
del imitador y lo duro de su tarea.
¿Cuál es el secreto de la forma viva? Tal la
pregunta del hombre, cuyo monde toujours
neuf es producto de un labor improbus.
La naturaleza no quiso que nada se hiciera rápido y praeposuit pulcherrimo cuique operi difficultatem.[36]
Por el contrario, ella crea abundantemente y sin esfuerzo. Sin duda fue por eso
que tantos poetas de la Antología
Palatina habían celebrado la vaca de bronce de Mirón; como decía Antípatro:
¿Por qué
te acercas, ternerito, a mi costado? ¿Por qué
muges? El
arte no puso leche en mis ubres.[37]
Charles
Baudelaire
En Les fleurs
du mal (“Spleen et idéal”, nº xvii), este soneto nos habla de la belleza
del arte.
Je suis
belle, ô mortels! comme un rêve de pierre,
et mon sein, où chacun s’est meurtri tour à tour,
est fait pour inspirer au poëte un amour
éternel et
muet ainsi que la matière.
Je trône dans l’azur comme un sphinx incompris;
j’unis un
coeur de neige à la blancheur des cygnes;
je hais le mouvement qui déplace les lignes,
et jamais je ne pleure et jamais je ne ris.
Les
poëtes, devant mes grandes attitudes,
que j’ai l’air d’emprunter aux plus fiers monuments,
consumeront leurs jours en d’austères études;
car j’ai, pour fasciner ces dociles amants,
de purs miroirs qui font toutes choses plus belles:
mes yeux,
mes larges yeux aux clartés éternelles!
En tan bellísimo soneto Baudelaire da a la estatua
un protagonismo especial, pues es ella misma quien se dirige a todos los
hombres (no sólo al lector). Es consciente de su propia belleza, tan grande que
el poeta ante ella reconoce que su instrumento, el verbo, es del todo
insuficiente. Mas no sólo se la contempla y admira; se la ama con el amor
eterno por lo bello. La tan mentada mudez e inmovilidad de la estatua es aquí
símbolo de ese amor boquiabierto, incapaz de articular sonidos para expresar el
culto de la forma perfecta.
La belleza, según leemos, es profundo misterio,
representado aquí por una esfinge. También tiene la pureza del blanco y el
ondear suave de los cisnes. No obstante, como ideal es inmutable; su movimiento
y sentir forzosamente son apariencia. No le interesa al poeta saber de dónde
viene (du ciel ou de l’enfer) ese
monstruo enorme (Ange ou Sirène).
Nada más –no es poco- repara en el infinito que le revela esa Beauté.[38]
El misterio de la creación artística participa del
misterio de lo bello, y excede todas las consideraciones. El arrobamiento que
apresa al contemplador lo lleva, a pesar de su condición de mortal, a una rara
especie de eternidad. Nada tiene de trabajoso; más aún, sobrepasa toda técnica,
aunque de la maestría técnica nos habla un conocido a quien Baudelaire dedicaba
Les fleurs du Mal: Théophile Gautier.
Théophile Gautier
L’art
Oui, l’oeuvre sort plus belle
d’une forme au travail
rebelle,
vers, marbre, onyx, émail.
Point de contraintes fausses! 5
Mais que pour marcher droit
tu
chausses,
Muse, un
cothurne étroit.
Fi du rythme commode,
comme un soulier trop grand, 10
du mode
que tout pied quitte et prend!
Statuaire,
repousse
l’argile
que pétrit
le pouce, 15
quand flotte ailleurs l’esprit;
lutte avec
le carrare,
avec le
paros dur
et rare,
gardiens du contour pur; 20
emprunte à Syracuse
son bronze où fermement
s’accuse
le trait fier et charmant;
d’une main delicate 25
poursuis
dans un filon
d’agate
le profil
d’Apollon.
Peintre,
fuis l’aquarelle,
et fixe la
couleur 30
trop frêle
au four de
l’émailleur.
Fais les
sirènes bleues,
tordant de cent façons
leurs
queues, 35
les
monstres des blasons;
dans son
nimbe trilobe,
la Vierge
et son Jésus,
le globe
avec la
croix dessus. 40
Tout passe. –L’art robuste
seul a
l’éternité.
Le buste
survit à
la cité,
et la
médaille austère 45
que trouve
un laboureur
sous terre
révèle un
empereur.
Les dieux
eux-mêmes meurent;
mais les vers souverains 50
demeurent
plus forts que les airains.
Sculpte,
lime, cisèle;
que ton rêve flottant
se scelle 55
dans le
bloc résistant!
Para Gautier, la dificultad es inherente al arte.
Por eso prefiere el verso, la escultura sobre piedra y una pintura que tiene
mucho de taller, como el esmalte. Con inspiración alejandrina, aconseja no
seguir el camino fácil, sino el del po/noj, el de la exacta y pulida
laboriosidad. Ésa es la idea madre, que explica después más ampliamente.
Duro y raro son dos nociones fundamentales. No es
fácil modelar en ellos el contorno puro, del cual las materias estatuarias que
prefiere el poeta son gardiens;
quiere decir que la labor productiva del arte debe penetrar el secreto oculto
en la materia. Análogamente, para que el bronce revele los rincones de la
personalidad, se necesitan horas de officina.
La mención de lugares célebres antiguos y renacentistas contribuye a crear la
atmósfera de galería de obras perfectas.
En la pintura el color no será huidizo, sino símbolo
de inmortalidad, duradero como las plumas del pavo real. Ni siquiera el óleo
parece bastar al poeta, quien piensa para la obra plástica en una tradición que
va desde Egipto y Babilonia y pasa por la deslumbrante Bizancio. Es una
eternidad tanto mitológica como hierática, de sirenas y de halos; obra pequeña,
pero más perenne que el fresco.
La conclusión del poema tiene algo de quevedesco y
algo de horaciano. El arte es capaz de hacer frente al paso del tiempo,
participa de algún modo en la eternidad; pero sólo cierto arte, hecho con
materiales no efímeros. El rostro grave de un emperador puede guardarse siglos
bajo tierra. Los dioses, aunque mortales, sobreviven en el mármol. Más aún, los
sueños tan volátiles del ideal se corporizan y perduran en la forma bella.
Kikí
Dimulá
También Kikí Dimulá, poetisa griega contemporánea,
ha meditado sobre el significado de nuestras estatuas en su poema “Señal de
reconocimiento”:
Todos sin
vacilar te dicen estatua,
yo sin
vacilar te llamo mujer.
Adornas
algún parque.
A la
distancia engañas.
Uno cree
que te has sentado lentamente
recordando
un bello sueño,
animándote
para revivirlo.
De cerca,
el sueño se aclara:
tus manos
están atadas detrás
con una
cuerda de mármol
y tu
actitud muestra el deseo
de que
algo te ayude a escapar
de la
angustia de estar cautiva.
Así te
encargaron al escultor:
cautiva.
No puedes
ni
siquiera pesar la lluvia en tu mano,
ni
siquiera una ligera margarita.
Atadas tus
manos atrás.
Y no es
sólo de mármol el Argos.
Si algo
pudiera alterarse
en la
marcha de los mármoles,
si
comenzaran las estatuas a luchar
por la
libertad y la igualdad,
como los
esclavos,
los
muertos
y nuestro
sentimiento,
tu
marcharías
dentro de
la cosmogonía de los mármoles
con las
manos atadas aún, cautiva.
Todos sin
vacilar te dicen estatua,
yo de
inmediato te digo mujer.
No porque
te entregara como mujer
el
escultor al mármol,
porque
prometan tus caderas
generaciones
de bellas estatuas,
buena
cosecha de inmovilidad.
Hace
muchos siglos que te conozco
y por las
manos que tienes atadas
te digo
mujer.[39]
Kikí Dimulá también personifica esta “Estatua de
mujer con las manos atadas” (tal la aclaración del epígrafe). Quizá el eje de
la primera mirada esté en la palabra ai)xma/lwth. En
efecto, aunque la poetisa considera gunai/ka a la escultura, en realidad está cautiva en el mármol. La lluvia y las
flores, materias de por sí bastante escurridizas y que desde antiguo simbolizan
el paso del tiempo, tampoco serán detenidas, ni siquiera fugazmente, por manos
que ata la piedra.
Lo más original de este poema (hasta donde alcanza
mi humilde conocimiento) está en que la autora, de modo euripideo, se vale de
la estatua como un paladín en la lucha gia\ e)leuJeri/ej kai\ i)so/thtej. Normalmente son los bronces y los mármoles patrióticos los que evocan y
despiertan tales sentimientos de libertad e igualdad. Pero aquí es una
escultura de parque, un símbolo convencional –no lo vamos a negar- de belleza
perfecta, quien con sus manos atadas mueve la reflexión, de ninguna manera
ausente de las inquietudes de nuestra época. Los muertos (oi( nekroi/) y los
esclavos (oi( dou=loi) son tan distantes de esta forma como ella lo es de los vivos, pero la
poesía los hermana (arbitrariamente, tal vez, pero eso es poesía) en la lucha
por un noble ideal.
El simulacro de mármol desafía los siglos, y es más
perdurable que otros seres vivientes. Su pervivencia también le permite
cambiar, en el ánimo de los que lo contemplan, el mensaje para cada época. Aquí
encarna ideales de libertad, pero justamente en su propia esclavitud: se\ le/w gunai/ka / giat ) ei)=s ) ai)xma/lwth.
“El beso”
de Bécquer
Antes de terminar, nos parece apropiado detenernos
en “El beso”, una de las Leyendas de
Gustavo Adolfo Bécquer. No pretendemos adjudicarnos la tarea de los
especialistas, sino sólo referirnos a los pasajes directamente vinculados con
el mito de la estatua viviente. Por otra parte, la mención de la fábula
ovidiana es explícita. Recordemos rápido la acción, que es en Toledo.
Un oficial del ejército francés, a principios del s.
XIX, se aloja junto con sus hombres en un convento e iglesia abandonados. El
joven oficial narra una curiosa historia que recrea nuestro tópico, pues admite
haberse enamorado de la estatua de una dama castellana. Pero no sólo existe la
de ella, sino también la de su marido, que impensadamente cobra vida. En
efecto, los soldados, al tiempo que su jefe iba a besar a la mujer, “habían
visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa
bofetada de su guantelete de piedra.”
No podíamos omitir, decíamos arriba, porque nuestra
fábula anima la leyenda:
-–De
tal modo te explicáis, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula
de Galatea.
–-Por mi
parte, puedo deciros que siempre la
creí una
locura;
mas desde anoche comienzo a comprender la
pasión del
escultor griego.
Lo primero que tenemos que decir es que no
entendemos cómo la mayoría de las ediciones no ponen ninguna nota aclaratoria,
ni siquiera la mitología elemental: las ediciones escolares y las dedicadas al
gran público no pueden suponer que sus lectores la conocerán.[40]
Pero vayamos a otros aspectos. El fundamental es el
de la oposición entre muerte y vida. Era sorda, era ciega y era muda la
estatua, según dicen los soldados: ellos son vulgus. Para el capitán, en cambio
La mía es
una verdadera dama castellana que, por un milagro de la escultura, parece que
no la han enterrado en su sepulcro, sino que aún permanece en cuerpo y alma de
hinojos sobre la losa que lo cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán
suplicante, sumergida en un éxtasis de místico amor.
Sus hombres, quienes “de todo tenían menos de
artistas o de arqueólogos”, arrancaban trozos de artísticos retablos y los
empleaban como leña para combatir el frío. Ellos cumplen, mutatis mutandis, un papel semejante al de las Propétides en las Metamorfosis: mancillan ellos el lugar
sagrado, como habían ellas “divulgado” sus cuerpos (después, ellas incluso
habían perdido su pudor, y padecían así una metamorfosis moral).
Pigmalión no padecía por su amor: se había hecho él
mismo una mujer a su gusto y vivía con ella (consigo mismo) un extraño romance.
También el capitán desea a la estatua de doña Elvira, “una mujer tan bella, que
jamás salió otra igual de manos de un escultor, ni el deseo pudo pintarla en la
fantasía más soberanamente hermosa.” Vemos de nuevo, entonces, la presencia de
Ovidio, quien había elogiado la belleza de la eburnea virgo por sobre toda otra mujer. Pero otra diferencia
importante estriba en que el oficial está fuera de sí, y su confusión entre lo
real y lo irreal lo lleva a burlarse del guerrero y a atacar amorosamente a la
estatua, pues está atormentado por sentimientos desmesurados e inverosímiles.
Por otra parte, a esto ha ayudado el champagne;
en cambio, el autor de El arte de amar,
buen conocedor de los efectos del vino, aconsejaba moderación en su bebida,[41]
y no dice que su personaje escultor debiera a ella su extraña pasión.
Otra cosa que distingue al capitán de sus hombres
(son vándalos, por más que confiesen gusto por las canciones de Ronsard), es
cierta instrucción, que él manifiesta con tales palabras.
–-Recordando
un poco del latín que en mi niñez supe, he conseguido a duras penas descifrar la inscripción de la tumba [...] y, a lo
que he podido colegir, pertenece a un título de Castilla, famoso guerrero que
hizo la campaña con el Gran Capitán. Su nombre lo he olvidado; mas su esposa,
que es la que veis, se llama doña Elvira de Castañeda, y por mi fe que, si la
copia se parece al original, debió ser la mujer más notable de su siglo.
Hemos tratado de ser muy breves al hablar de “El
beso”, pero pensamos que su comparación con la fuente ovidiana merece una
trabajo de más aliento. No es éste el lugar ni soy yo la persona indicada para
hacerlo. Sólo resta aconsejar a los lectores un repaso de la rima LXXVI,
emparentada con nuestra leyenda, y con el tema de la estatua viviente.
El
convidado de piedra
La estatua vengadora tiene en la leyenda de Bécquer,
a mi juicio, más fuerza que en El
burlador de Sevilla. La ejemplaridad se atenúa con la extensión del texto
de Tirso. Además, no hay un solo encuentro sino dos, lo cual disminuye el golpe
de efecto. Verdaderamente nos lo fía demasiado largo. Por otra parte, las
bromas de Catalinón, criado de Don Juan, no contribuyen a resaltar la
importancia del mensaje, aunque agraden a quienes gustan del género. De todos
modos, leo con placer algunos versos. Como cuando Don Juan le dice a la estatua
de Don Gonzalo:
Di, ¿qué
quieres,
sombra o
fantasma o visión? III, vv.
630-31
O cuando no teme darle la mano y palabra de
caballero:
Si fueras
el mismo infierno
la mano te
diera yo. III,
vv. 646-47
O cuando describe las sensaciones experimentadas en
su contacto con la estatua, emisario del otro mundo y partícipe de lo real y de
lo imaginario:
¡Válgame
Dios! Todo el cuerpo
se ha
bañado de un sudor,
y dentro
de las entrañas
se me hiela
el corazón.
Cuando me
tomó la mano,
de suerte
me la apretó,
que un
infierno parecía:
jamás vide
tal calor.
Un aliento
respiraba,
organizando
la voz,
tan frío,
que parecía
infernal
respiración:
el temor y
temer muertos
es más
villano temor;
que si un cuerpo
noble, vivo,
con
potencias y razón
y con
alma, no se teme,
¿quién
cuerpos muertos temió?
Mañana iré
a la capilla
donde
convidado soy,
por que se
admire y espante
Sevilla de
mi valor. III,
vv. 648-87
La siguiente vez que se encuentran los rivales tiene
interés por varios motivos; pero nos parecía que poco aporta a la riqueza del
tópico que estudiamos la pétrea valentía de Don Juan, capaz de comer un
repugnante plato de alacranes, víboras y gusanos. Otra cosa es el Don Juan de
Zorrilla.
Queremos señalar en Don Juan Tenorio un lugar que se relaciona con el tópico de la
estatua viviente. En la segunda parte, el escultor contempla finalizada su obra
y se precia de haber dejado algo al mañana. No vive su fama, pues ni conocemos
el nombre, pero su obra carente de vida vence las lozanas generaciones,
caducas.
¡Ah!
Mármoles que mis manos
pulieron
con tanto afán,
mañana os
contemplarán
absortos
los sevillanos;
y al mirar
de este panteón
las
gigantescas proporciones,
tendrán
las generaciones
la nuestra
en veneración.
Mas yendo
y viniendo días,
se
hundirán unas tras otras,
mientra en
pie estaréis vosotras,
póstumas
memorias mías
¡Oh!
Frutos de mis desvelos,
peñas a
quien yo animé,
y por
quienes arrostré
la
intemperie de los cielos;
el que
forma y ser os dio
va ya a
perderos de vista;
velad mi
gloria de artista,
pues
viviréis más que yo. (II, i, 1)
El célebre burlador se conmueve al ver la estatua de
Inés, pero ya sabemos que es una beldad incompleta:
¡Cuán
bella y cuán parecida
su
efigie en el mármol es!
¡Quién
pudiera, Doña Inés,
volver
a darte la vida! (II, i, 2)
Las obras poéticas decíamos que tienen una ventaja
respecto de estos dos dramas españoles. En la lírica el lector retoma el signo
de interrogación y da vida propia al mármol; esto es más difícil en la
composición extensa. Zorrilla ensaya una animación de la estatua de Doña Inés.
Quien habla no es un héroe arrollador, sino un hombre con cansancio, semejante
al Agamenón que vuelve de Troya:
Mármol
en quien Doña Inés
en
cuerpo sin alma existe;
deja
que el alma de un triste
llore
un momento a tus pies. (II, i, 3)
Tal deseo de vivificación se hace realidad en la
sombra de Inés, que exhorta a Don Juan a una conversión. El mito de Pigmalión
sin duda está en Zorrilla más puro que en Tirso. Toda la teología que rodea a
la obra y la intervención de la estatua de Don Gonzalo no interesan a nuestro
tópico. Otro es el caso de la pregunta
¿Qué
es esto? ¿Aquella figura
fue
creación de mi afán? (II, i, 3)
La estatua viviente está además en Zorrilla en A buen juez, mejor testigo, una de sus
más conocidas leyendas. Inés de Vargas exige al capitán don Diego Martínez que
le cumpla la palabra empeñada de desposarla, al volver él de la guerra. El juez
reclama los testigos convencionales, pero Inés sólo tiene la imagen del Cristo
de la Vega. Don Pedro de Alarcón acepta el curioso pedido y ordena al escribano
que se tome declaración en la misma iglesia, en presencia de gran número de
asistentes.
Asida
a un brazo desnudo
una
mano atarazada
vino
a posar en los autos
la
seca y hendida palma,
y
allá en los aires “¡Sí juro!”,
clamó
una voz más que humana.
Alzó
la turba medrosa
la
vista de la imagen santa...
Los
labios tenía abiertos
y
una mano desclavada.
La leyenda es de carácter etiológico, pues
Y
en cada año una vez,
con
la mano desclavada
el
crucifijo se ve.
Tudor
Arghezi
Jignire
Nepreţind
granitul, o fecioară!
Din care-aş fi putut să ţi-l cioplesc,
Am căutat în lutul românesc
Trupul
tău zvelt şi cu miros de ceară.
Am luat pămînt sălbatec din pădure
Şi-am frămîntat cu mînă de olar,
În parte,
fiecare mădular,
Al
finţei tale mici, de cremene uşure.
Zmălţîndu-ţi
ochii, luai tipar verbina,
Drept
pleoape, foi adînci de trandafiri,
Pentru sprincene firele subţiri
De
iarbă nouă ce-a-nţepat lumina.
Luai
pildă pentru trunchi de la urcioare,
Şi
dacă-n sîni şi-n şold a-ntîrziat
Mîna-mi
aprinsă, eu sînt vinovat
Că n-am oprit statuia-n cingătoare
Şi c-am voit să simtă şi să umble
Şi
să se-ndoaie-n pipăitul meu,
De chinul
dulce dat de Dumnezeu,
Care-a
trecut prin mine şi te umple.
Femeie
scumpă şi ispită moale!
Povară-acum,
cînd, vie, te-am pierdut,
De ce te
zămislii atunci din lut
Şi
un-ţi lăsai pămîntul pentru oale?
Ofensa
Despreciando
el granito, oh muchacha,
del
cual te hubiera podido esculpir,
busqué
en la arcilla rumana
tu
cuerpo tenue y oloroso a cera.
Tomé
tierra salvaje de la selva
y
la amasé con manos de alfarero;
cada
trozo una parte
de
tu pequeño ser, de pedernal liviano.
Para
esmaltarte los ojos tomé un molde de verbena,
para
los párpados hondas hojas de rosas,
para
las tenues cejas
hierba
reciente traspasada de luz.
Aprendí
para tu torso de los cántaros,
y
si entre los pechos y la cadera se demoró
mi
mano encendida, yo soy culpable
por
no interrumpir la estatua en la cintura.
Por
desear que sienta y ande,
que
se recline bajo mi tacto,
entera
la dulce pena que Dios le dio,
Dios,
que pasó por mí, te está colmando.
Mujer
amada y seducción fugaz,
peso
amargo, ahora que vivías te perdí.
¿Por
qué te hice entonces de arcilla
y
no dejé para vasijas la tierra?[42]
Dejamos para el final, no por menos importante, este
poema venido del hermano lejano. La obra de donde procede es Cuvinte potrivite, del año 1927. Palabras adecuadas, vierte el traductor.
En lenguas romances ‘palabra’ viene del latín a través del griego parabolh/. ¿Dónde
está el latín en cuvînt? Dice la
lingüística histórica que viene de conventu(m).
Y así es, puesto que el latín de Dacia tenía sus particularidades; y el romance
de la Dacia también.[43] Sobre Arghezi (1880-1967), seudónimo de Ion
N. Theodorescu, digamos que cultivó diversos géneros, incluso el periodístico,
y que es difícil encasillarlo en estilos. Pero su poesía es plenamente rumana,
porque en ella están elementos folclóricos y la preocupación por hurgar en la
identidad de la propia patria.
Veíamos arriba cómo Théophile Gautier aconsejaba
emplear en el arte una materia difícil. Pero el poeta dice a la joven, cuya
forma admira, que prefiere el barro.[44] Tal vez porque los perfumes de la tierra son
más vitales que la piedra, más próximos a la esbeltez del cuerpo. El contacto
directo entre manos y tierra es más afectuoso que el frío del cincel. Pero esta
escultura tiene detalles curiosos, suministrados por la naturaleza y
aprovechados por el raro ingenio del artista: flores y fresca hierba, con todo
su aroma.
Aquí se quiere que la escultura cobre vida, como
vimos querían otros en la historia de la literatura. También hay sentido de
culpabilidad, al revés de Pigmalión (ispit|
moale parece significar, literalmente, ‘tentación blanda’). Pero este
escultor sí se parece a Pigmalión en el juego de sus manos sobre las sensuales
partes de su creación. Las formas lascivas de su mujer ‘modelada’ tomaron
ejemplo de débil alfarería (urcior,
n. ‘cántaro’, ‘jarro’, se parece al latino urceus).
Sentir y caminar, eso es lo que ella no puede hacer; mucho menos reclinarse
amorosamente en el pecho para llorar por la pena de no vivir. Pero él reconoce
su error y su pérdida. En efecto, tal vida ilusoria no era un don de Dumnezeu, sino del propio poeta, que
debió conformarse con la producción de cosas para el uso diario, y no aspirar a
más. De cualquier manera, los lectores nos felicitamos de que su imaginación
haya osado animar el barro de la rica tierra rumana.
Mirada final
“La maravillosa historia del espejo de las
vírgenes”, de Las mil y una noches,
con sus mujeres de diamante, es otra forma del mito. También lo es la mujer de
Lot transformada en sal por haber mirado la lluvia de azufre y fuego, que
destruyó a Sodoma y Gomorra, según el Génesis.
Pero dijimos antes que nos proponíamos presentar textos cuyo original
comprendemos; además, textos breves. Ahora bien, llegados a puerto podríamos
preguntarnos acerca de la razón de la tenacidad –con mimetizaciones, claro
está- del mito de Pigmalión. Hemos multiplicado ejemplos de esta persistencia,
pero sabemos que cualquier lector podría añadir fácilmente otros. Nos parece,
desde una lectura no científica, que la respuesta se debe buscar simplemente en
el corazón humano y en sus deseos de una realidad mejor. Al ser, muchas veces,
descorazonadora tal búsqueda, se explica la huida hacia el ideal. Como había cantado
Rubén en un poema de Cantos de vida y
esperanza:
La
torre de marfil tentó mi anhelo,
quise
encerrarme dentro de mí mismo,
y
tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde
las sombras de mi propio abismo.
Tal tema es del gusto del corazón humano, decíamos;
es, por tanto, buena materia poética. Obedece en definitiva a lo dicho tiempo
atrás por Quintiliano. Nada puede hacer un poeta excelente sin una buena tierra
por labrar; por otro lado, de poco nos sirve un terreno fértil, por sí solo,
aunque utile aliquid nullo colente
nascetur. El tema de la estatua que cobra vida es terra uber, y nuestros poetas fueron optimi agricolae.[45]
[1] Protréptico, IV, 57.
[2] “La
pintura es representación de las cosas visibles”. Ei)kasi/a tw=n o(rwme/nwn está más relacionado con la idea
de ‘parecerse’ que con la de ‘imitar’. Cf.
Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, III, x, 1. Todavía hoy, a pesar de la
vigencia del llamado arte moderno,
sigue persistiendo en alguna medida, y podemos servirnos del humor para
mostrarlo. El dibujante Sergio Ibáñez hace a un escultor con martillo y cincel
en manos, que le dice a su modelo vivo: “¡Discúlpeme, Beatriz...! Estaba
llegando a un grado tal de perfección que no la pude diferenciar a Ud. de la
escultura!”. Beatriz está tirada por el piso, y la escultura se yergue altiva (La Nación. Buenos Aires, 24 nov. 1998).
[3] Citamos
también a Marc-Antoine Muret (1526-1585), un amigo de los poetas de La Pléiade, quien hace hablar a Rafael
desde su tumba:
Sic mea
naturam manus est imitata, videri
posset ut
ipsa meas esse imitata manus.
Saepe meis
tabulis ipsa est delusa, suumque
credidit esse, meae quod fuit artis, opus.
La naturaleza, “burlada” por la
“imitación” del pintor renacentista, es prueba del valor de su arte. El poema está en The
Penguin Book of Latin verse, ed. Frederick Brittain. Harmondsworth, 1962.
[4] Claudiano, De
cons. Stilichonis, II, vv. 346-7.
[5] “Vieja
historia repetida / del amor de Pigmalión...” había escrito Homero Expósito;
hay una nota nuestra en la revista Proa,
nº 20. Buenos Aires, nov.-dic., 1995, pp. 93-94.
[6] VIII,
128.
[7] Nuestros comentarios tendrán mucho de personal, y nada de antropológico o psicológico (no tenemos la capacitación necesaria). Para los interesados en estos aspectos y otros afines: Susan Gubar. “ ‘La página en blanco’ y los problemas de la creatividad femenina”, Otra mente: Lectura y escritura feminista (coord. Marina Fe). México, FCE, 1999, pp. 175-203. El punto de partida del estudio es el mito de Pigmalión. Pero sobre todo el libro abarcador de Ana Rueda. Pigmalión y Galatea: Refracciones modernas de un mito. Madrid, Fundamentos, 1998. La autora estudia el mito en Ovidio y en muchísimas producciones artísticas posteriores (especialmente de los siglos XIX y XX), incluso en sus ramificaciones temáticas, y trae una importante bibliografía.
[8] La
transformación en estatua como castigo no es rara, como se puede ver en
distintos mundos. En la Biblia, la mujer de Lot “miró hacia atrás y se volvió
poste de sal” (Gn 19, 26). En Las mil y
una noches, en la historia de Zobeida: “Pero ellos no cesaron en sus
desvaríos. Por fin, una mañana, al filo de la aurora, la desdicha y el castigo
cayeron del cielo, conviertiéndolos a todos en estatuas de piedra negra” (trad.
Jacinto León Ignacio), 10ª ed. Barcelona, Ediciones 29, 1997, p. 155).
[9] Al revés,
estatuas que hablan o lloran son varias veces mal presagio. P. ej., en
Claudiano (In Rufinum, II, v. 43), lapidum fletus es uno de los muchos
prodigios que anticipan desgracias.
[10] Séneca, Ad Lucil., LXXXV, 40: Non ex ebore
tantum Phidias sciebat facere simulacra; faciebat ex aere. Si marmor illi, si
adhuc viliorem materiam obtulisses, fecisset.
[11] Orlando furioso, XI, oct. 71.
[12] No como
el pintor de The oval portrait de
Poe, quien ya tenía “a bride in his Art”, pero dispuso de una modelo viva, con
quien se casó.
[13] El
Ariosto en el Orlando (XXVI, oct. 30)
habla de una fuente hecha por Merlín, adornada por algunas imágenes: direste che spiravano; e se prive / non
fossero di voce, ch’eran vive. En otro orden, no concuerda con Pigmalión
pues, aunque reconoce que él no ha tenido suerte en encontrar una mujer fiel, perfide tutte io non vo’ dir nè ingrate, /
ma darne colpa al mio destin crudele; /
molte or ne sono, e più già ne son state,
/ che non dan causa ad uom che si querele
(XXVII, oct. 123).
[14] II, vv.
261-62.
[15] A
propósito de la estatua como muñeca amorosa, puede verse el estudio de Michel
Manson. “Le mythe de Pygmalion est-il un mythe de la poupée?”, Colloque Présence d’Ovide. Paris, Les
Belles Lettres, 1982, pp. 101-37.
[16] III, vv.
257-58: Formosae non artis opem
praeceptaque quaerunt; / est illis
sua dos, forma sine arte potens.
[17] ou)dei/j m ) a)re/skei nukti\ Jaumasto\j Jew=n, v. 106.
[18] Museo, Hero y Leandro, vv. 42-54.
[19] Metamorfosis, I, vv. 553-56.
[20] Metamorfosis, X, v. 610.
[21] La
ingeniosa expresión inglesa aparece en una anónima nota preliminar de la ed.
que empleamos. Pygmalion (A romance in five acts), by
George Bernard Shaw – My fair lady (A
musical play in two acts), based on Shaw’s Pygmalion,
adaptation and lyrics by Alan Jay Lerner and music by Frederick Loewe. Varios,
Signet, 1975, xiii + 191 pp. Citamos por acto y página de esta ed.
[22] En CableVisión (sic). Buenos Aires, mar.
2000, p. 125. Otra muestra de falta de lectura de las obras: “El final, según
Shaw, no es muy rosa: Eliza se casa con Freddy y lleva una vida totalmente
infeliz” (en nota de Josefina Licitra, en la revista dominical de La Nación, 23 abr. 2000, p. 47; también
sobre dicha versión del musical).
[23] Miguel
Antonio Caro. Poesías latinas (ed.
José Manuel Rivas Sacconi). Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1951, p. 143.
[24] Od. III, iii, v. 1.
[25] Citamos
por la ed. de la Academia Argentina de Letras. Buenos Aires, 1973, pp. 291-93.
[26] Metamorfosis I, vv. 553-56:
Hanc quoque Phoebus amat, positaque in stipite dextra
sentit adhuc trepidare novo sub
cortice pectus,
complexusque suis ramos, ut
membra, lacertis
oscula dat ligno: refugit tamen
oscula lignum.
[27] En su
exposición oral, en ocasión de ser presentada una nueva ed. de La urna (Buenos Aires, Proa, 1999), en
el auditorio Adolfo Bioy Casares.
[28] Ángel
Mazzei. “Las alusiones literarias en la obra de Banchs”, en Boletín de la Academia Argentina de Letras,
t. xxxv, núms. 137-38. Buenos Aires, 1970, pp. 233-50.
[29] Ed. de la
Academia Argentina de Letras. Buenos Aires, 1973, p. 358.
[30] El
Petrarca tiene en el África otra
idea, pues habla de tres muertes. Una es la natural; la segunda, la de la tumba
y memoria: mox ruet et bustum, titulusque
in marmore sectus / occidet: hinc
mortem patieris, nate, secundam (II, vv. 431-32). Luego le dice a Escipión
el Africano su padre Publio, en un somnium,
que cierto día le nacerá un descendiente en tierras de los etruscos (se trata
del propio Petrarca), que cantará sus alabanzas; pero tampoco esa fama será
duradera, pues (además de que nuestro concepto de mundo es limitado, y el
nombre romano no llega a todas partes) los libros están expuestos a pestes,
guerras y toda clase de destrucciones: sic
mors tibi tertia restat (II, v. 465).
[31] Metamorfosis III, v. 450.
[32] Cito por La poésie de l’Amour; La poésie du basier;
La poésie de la femme (antol. de poetas clásicos sobre el amor). Paris, Nilsson, s.f.
[33] Bastante
de lo que comentamos se halla en “El santo”, soneto de Las barcas (p. 60):
En el
vetusto porche de la iglesia pueblana,
un santo
de madera, desde hace ochenta años,
siente
caer la lluvia que rueda de los caños
sobre las
humildades de su cabeza cana.
En la
espalda del santo, donde se unen los paños
de su
traje simplista con la ojiva ventana,
al ritmo
de los cantos de la ingenua campana,
han hecho
tibio nido los pájaros huraños.
Y cada
primavera, como abriéndose un arca,
salen
muchos gorriones del hombro del patriarca
y se van
los gorriones con la nube que pasa.
Mientras
se queda el santo con su rostro de asceta
y su
cabeza cana. La mano siempre quieta
bendice largamente los pinos de la plaza...
[34] Publicado
en el periódico literario O Pão IV,
nº 45. Fortaleza, 21 oct. 1997, p. 6.
[35] Publicado
en Les plus jolis vers de l’année 1912.
Paris, Louis-Michaud.
[36]
Quintiliano, X, iii, 4.
[37] IX,
713-42; el que traducimos es el nº 721.
[38] Cf. el nº xxi “Himne à la Beauté”.
[39]
Kikí
Dimulá. 31 poemas (sel., intr. notas
y trad. Nina Anghelidis y Carlos Spinedi). Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1998, p. 37. Hemos publicado además de la trad. el texto
griego del poema, en Excerpta scholastica,
VI. Univ. Católica Argentina, Fac. Fil. y Letras, Ist. de Estudios
Grecolatinos, 1999, pp. 16-19.
[40] La
cuidada ed. de Pascual Izquierdo (Madrid, Cátedra, 1994) se refiere a la
leyenda de la “mitología clásica”; no habría estado de más la mención de
Ovidio.
[41] Certa tibi a nobis dabitur mensura bibendi:
cf. Ars amandi I, vv. 587 sq.
[42] Tomamos
el texto de Palabras adecuadas (trad.
y epíl. Darie Novăceanu; pról. Aurel
Martin). Bucarest, Minerva, 1977, pp. 98-101.
[43] El rum. vorbă, ‘palabra’, de donde vorbi, ‘hablar’, a pesar de la semejanza
fonética, proviene del antiguo eslavo. Cf.
Carlo Tagliavini. Orígenes de las
lenguas neolatinas. México, FCE, 1973, pp. 267 y 377.
[44] lut, n. ‘barro.’ Mi conocimiento del
rumano es casi nulo, pero no me privo del texto original. Aquí por ejemplo, no
sé si es lo mismo ‘lodo’ que ‘arcilla.’
[45] II, xix, 2-3.